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Jorge Dezcallar

Lecciones de Afganistán

Un grupo de soldados británicos abandona Afganistán

Seamos sinceros, Afganistán nos trae al fresco. No quiero decir que no nos preocupe lo que allí sucede, ni que seamos indiferentes al terrible destino que aguarda a las mujeres para vergüenza de todos. Lo que quiero decir es que nunca nos hubiéramos involucrado allí de no ser por solidaridad con los EEUU (artículo 5 del Tratado de la OTAN) tras sufrir sangrientos atentados terroristas dirigidos por Al Qaeda desde el santuario que le brindaban los talibanes. De otra manera los europeos nunca hubiéramos puesto los pies allí porque nada se nos ha perdido en aquellas agrestes montañas, y porque tampoco tenemos capacidad para hacerlo sin el aporte logístico norteamericano como ya se demostró en Libia en 2011. Ahora mismo hemos dependido de los EEUU y de su control del aeropuerto para sacar a nuestra gente de Kabul. Nos hemos convertido en el apéndice mudo de los norteamericanos, meros seguidores de sus decisiones sin voz ni voto, y eso convierte en sarcasmo el axioma otánico de “entramos juntos y salimos juntos” porque la salida de Afganistán se ha hecho en función de los intereses de política interna estadounidense sin tener en cuenta los nuestros ni los riesgos para nosotros en términos de refugiados o de terrorismo. Dedicamos a Defensa mucho menos que los EEUU, pero los europeos, juntos, gastamos tres veces más que Rusia. No necesitamos un ejército europeo, nos bastaría con tener una única política exterior, de defensa y de armamentos en lugar de veintisiete que van cada una por su lado. Afganistán nos queda lejos, pero Ucrania, Bielorrusia o el Magreb están muy cerca y Afganistán nos muestra que los EEUU no están dispuestos a seguir asumiendo la defensa de Europa y del mundo occidental, sino que solo se comprometerán allí donde sus intereses se vean directamente amenazados. Somos como un herbívoro bonachón rodeado lobos e incapaz de dar una cornada, y así nos puede ir muy mal porque el pastor se jubila. Otro derrotado en Afganistán es el multilateralismo dirigido por Washington porque lo allí ocurrido confirma a Beijing en su convicción de la irreversible decadencia occidental. Kabul cierra simbólicamente el ciclo iniciado en 1905 en Fukushima con la derrota naval de Rusia frente a Japón y confirma el ascenso de Asía -y de China en particular- frente a los valores que predica occidente fundados en algo tan ajeno para los asiáticos como la tradición cristiana pasada por el Renacimiento y la Ilustración. El autoritarismo está en alza mientras China y Rusia se aprestan a ocupar el vacío geopolítico que se originará ahora porque otra herencia de Afganistán será el previsible retraimiento de los EEUU mientras asume la derrota y se lame las heridas. Finalmente, los últimos atentados suicidas en el aeropuerto de Kabul reivindicados por la rama afgana del Estado Islámico, nos recuerdan lo que ya sabíamos, pero queríamos olvidar: que sigue vivo al igual que Al Qaeda y con capacidad de producir mucho dolor. Ni siquiera eso ha funcionado. China ha reaccionado con cautela, satisfecha ante la debacle americana, pero también preocupada por la previsible inestabilidad en su frontera de Xinjiang habitada por los uygures que son hoy objeto de dura represión. Para frenar posibles actividades hostiles del Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, activo en la región, Beijing mantiene abierta su embajada en Kabul y lanza mensajes de respeto “al derecho del pueblo afgano a determinar su futuro” sin injerencias extranjeras, a la vez que ofrece apoyo financiero, en infraestructuras (Ruta de la Seda), y en minería (cobalto, litio, cobre...). El otro ganador teórico es Pakistán que gana profundidad estratégica frente a la India y también un gobierno amigo... si los talibanes logran evitar que el país vuelva a caer en el caos, porque como un día me dijo Yasser Arafat “es más fácil y romántico hacer la revolución que lograr que las alcantarillas funcionen”. El tablero geopolítico se redefine y nuestra impotencia nos obliga a ser meros espectadores sin capacidad de influir en lo que ocurre. Como los mirones en una partida de cartas, que callan y dan tabaco. ¡Europa tiene que ponerse las pilas ya! PS. Mi respeto para los diplomáticos dirigidos por el embajador Gabriel Ferrán, los militares y los policías que tan extraordinario trabajo han hecho en Afganistán. Pueden y podemos estar orgullosos. 

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