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Rafael Simón Gil

Conciencia y consciencia

Ilustración de Elisa Martínez

Aunque alguno de ustedes dos puede que llore amargamente la huida de agosto con la esperanza de que doce meses más tarde vuelva en todo su esplendor -si el cambio climático mantiene el calendario que nos dimos hace siglos-, quien esto escribe no piensa derramar una sola lágrima de perfume epitelial por la marcha de un mes, august, convertido en el icono más perceptible del imperio del ruido ensordecedor de golfos y golfas en sus motos (tolerado por nuestras autoridades municipales), el descontrol de maleducadas avalanchas humanas dejando tras de sí toda la suciedad imaginable, la indolencia estética que permite a la gente ir en calzoncillos y camiseta de tirantes por la calle (incluso con el torso desnudo chorreando sudor ácido) y la vulgaridad más ofensiva en cuanto a formas y modos de comportamiento. Súmenle la suciedad, el olor que acaparan parques y calles, y luego mediten con calma sobre los misterios de la vida y de la muerte. Tiempo atrás ya lo hicieron, llegando a la misma conclusión, Sócrates, San Agustín (obispo de Hipona), Tomás de Aquino, Descartes (en su Discurso del método), Kant, Goethe (mientras disfrutaba su Viaje a Italia), Hegel, Schopenhauer, Cósima Liszt (antes de llamarse Wagner cuando abandonó a su marido Hans von Bülow por el compositor de Tristán e Isolda), Nietzsche, Lou Andreas-Salomé, Heidegger (minutos después de acostarse con el nazismo), Marcuse (desde California exiliado de la Escuela de Frankfurt), Adorno (desestructurando la música de Mahler), Virginia Woolf (al contemplar por última vez las heraclitianas aguas del río Ouse) y Louis-Ferdinand Céline (antes de conocer a Proust). Hay más, pero no menos.

Todas estas personas tuvieron plena conciencia de sus actos y fueron plenamente conscientes de lo que hacían. Por eso no debe extrañarnos que nuestro travieso director de cine, Pedro Almodóvar, declarara hace unos días en El País: “Tuve conciencia de clase desde muy pequeño y, aunque ahora tenga dinero, la sigo teniendo”. Hermano, yo sí te creo (pese al políptoton verbal de la frase), no solo por la precocidad de tu conciencia, inaudita, sino por lo consciente que eres ahora de que, pese a tener dinero, ser rico, sigues conservando la misma conciencia de clase adquirida tan temprano (“temprano madrugó la madrugada…”, cantaba Miguel Hernández a su gran amigo Ramón Sijé aunque éste fuera de derechas, algo inconcebible hoy día entre la intelectualidad gauche divine). Pedro es consciente de lo que expresa sobre su conciencia de clase; valga como ejemplo cuando dijo “Yo creo que el único premio posible es el dinero… porque puedes comprarte un traje de Armani”. Hermano, yo sí te creo; y conmigo, los millones de personas que nacen proletarias y mueren proletarios sin trajes de Armani, pero con conciencia de clase. Lo que no ha quedado muy claro de la afirmación almodovariana es a qué clase se refería, porque la conciencia de clase, como concepto científico marxista, pude ser burguesa (de los ricos) o proletaria (de los pobres). Y teniendo en cuenta que Pedrooooo (Penélope dixit) habla de dinero y trajes de Armani deberíamos recurrir al psiquiatra de Woody Allen para que nos resuelva la ontológica duda.

Sin embrago, con la ministra Irene Montero no caben dudas al respecto, no es necesaria una fuerte dosis de Prozac para entender perfectamente lo que dice, lo consciente que es de sus afirmaciones y la conciencia de clase y feminista que atesora. Respecto de qué tipo de conciencia de clase, recuerden cómo abandonaron el paraíso proletario vallecano instalándose en el muy aburguesado confort de un espléndido chalé en la sierra, lejos de las clases populares, muy conscientes del privilegio que empezarían a gozar. En cuanto a las demás conciencias, y tras el drama de Afganistán que para las mujeres y niñas de ese atormentado país va a producirse con el islamismo talibán, Montero, consciente, compara el Afganistán talibán con la España de la que es ministra de Igualdad. “En todos los países se oprime a las mujeres” “Eso pasa en Afganistán, en relación al acceso a la educación, la salud y el trabajo; pero pasa también en España, con unas tasas intolerables de violencias machistas”. Qué duro debe ser para el feminismo de salón, tan beato de la equidistancia multicultural, enfrentarse con la realidad que representa el islamismo talibán respecto a los derechos de las mujeres. Un feminismo occidental -asentado en países democráticos, lo hemos dicho en otras ocasiones- que, siendo consciente de que determinadas culturas y religiones menosprecian de todas las formas posibles los derechos de la mujer, prefiere seguir globalizando a conciencia el drama con comparaciones tan odiosas como la de Montero.

¿Como se pude comparar los derechos de la mujer en Suecia, Francia o Alemania con países como Irán, Arabia Saudí o Paquistán? ¿Cómo se puede relativizar con tanta ignorancia como mala fe sobre la falta absoluta de derechos que las mujeres afganas van a sufrir con el islamismo talibán y España? ¿Es que todo le vale a esta extrema izquierda para seguir dogmatizando a sus acólitas? Por cierto, señora ministra, no sé si se ha enterado de que el Gobierno balear (PSOE-Podemos-Més) impartirá clases de religión islámica en tres colegios de Baleares ¿Son las mismas clases de religión católica las que se van a impartir en Irán, Arabia Saudí, Afganistán o Sudán? A más ver, señora ministra, aunque por su bien, y pese a que son parecidas, mejor en España que en Afganistán.

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