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Andrés Ferrer

Marina y Xeresa

El fuerte oleaje está azotando la playa del Arenal y todo el litoral de la Marina Alta

¿Qué hay más allá del mar?», preguntaron las primeras tortugas que existieron sobre la faz del mundo. «Un océano de tierra», respondieron las aves, que todo lo ven desde las peñas del cielo que llamamos nubes. «¿Y detrás de ésta?», indagaron de nuevo. «Un continente de mar», fue la respuesta. Las tortugas se miraron en silencio y cada una después eligió su propio camino. Unas se hicieron nadadoras y otras, caminantes. Así fue como las tortugas se dividieron en marinas y en terrestres. Eso sí, ambas con su gran caparazón dorsal a cuestas, su aquilatado tonelaje de concha, blindadas contra los muchos peligros en ciernes. No renunciaron a seguir manteniendo su semejanza física, su fraternidad de reptiles gemelos, a fin de poder intercambiar los horizontes escogidos el día que cada una hubiese dado el suyo por explorado. Pero aún no les ha llegado la hora. ¿Cómo pueden darse por amortizados dos escenarios inmensos como son el mar y la tierra que siguen alumbrando más misterios que respuestas?

Las tortugas bobas (Caretta caretta) −que últimamente visitan Ibiza−, lo tienen claro. Eligieron mar y en él prosiguen, no se echan atrás, no cesan en su aventura oceánica. La evolución las llevó a tomar partido como especie. Mas también disponen individualmente de capacidad de elección, una vez al menos en sus vidas nada más nacer en las playas donde sus madres ponen los huevos. Roto el cascarón, hay apenas un instante de titubeo: ¿Hacia dónde tirar? ¿Tierra o mar? Las playas tientan como nadie con su doble escaparate de mundos, el marino y el terrestre, que rozan allí sus pieles en una caricia mutua que a veces acaba en tempestad de dominaciones inútiles. Se moldearon aquellas para poner a prueba el corazón frente a dos horizontes irresistibles que se extienden ante la vista. También nosotros deberíamos poder optar libremente entre ellos si no naciéramos tan frágiles, tan escasos de cocción. Solo con que pudiéramos arrastrarnos un poquito, ¿hacia dónde dirigiríamos nuestro gateo en la playa? Es curioso que únicamente logremos decidir en el triste momento de disponer sobre el destino final de nuestras cenizas.

Las tortugas bobas no vacilan, decíamos. Mar y solo mar como el capitán Ahab de la legendaria Moby Dick. En teoría obedecen al dictado de su propia biología, el instinto, pero quizá también las guíen evocaciones secretas que nos son vedadas al desconocer ese antiguo alfabeto del silencio que hablan las tortugas. El caso es que tampoco dudaron en su elección Marina y Xeresa, las coprotagonistas de nuestra historia, dos pequeños ejemplares de esa especie nacidos hace un año junto a otras hermanas, procedentes de la primera puesta de huevos registrada en Baleares, en la Platja d’en Bossa de Ibiza. Recibieron los mejores cuidados. Xeresa en el Oceanogràfic de Valencia. En octubre pasado, la conselleria balear de Medio Ambiente liberó a Marina y Xeresa junto a sus hermanas en aguas ibicencas. Quién sabe qué vicisitudes les aguardaban. Las corrientes marinas las distanciaron entre sí, tomando de este modo conciencia ellas de su destino. Ocurre que la dinámica del mar tiende a separar todo lo que flota o nada en sus aguas, al igual que en el espacio exterior.

El azar, que todo lo rige, quiso que pocos meses después ambas tortugas hicieran un alto obligado en el camino, tal como ya informó este periódico en su momento. Xeresa apareció un día del pasado abril varada en las playas de Denia. Tras ser rescatada por la Policía Local, fue llevada otra vez al Oceanogràfic. En cuanto a Marina, un pesquero valenciano la recuperó accidentalmente en el mar y acabó en el mismo centro que su hermana. La pobre presentaba neumonía por aspiración. Llama poderosamente la atención que medio año después de su puesta en libertad en el mar, las dos volvieran a reunirse de nuevo tras un periplo de cientos de kilómetros. Una historia ésta llena de despedidas y reencuentros, teniendo como escenario el mar, todo un relato a la medida de Homero. Si en estas ocasiones, por ejemplo, ha tenido que intervenir el ser humano por bien de estos dos animales, ha sido para compensar los graves perjuicios que ha causado la sobrepesca y la contaminación a esta especie. Visto así, el Oceanogràfic podría considerarse, además de un ‘cuartel’ de valientes y decididos conservacionistas dignos de elogio, como un gran expiatorio colectivo repleto de cristales y tanques con agua; la piadosa manera con la que intentamos equilibrar la balanza de nuestra pesada culpa medioambiental. De seguir así el salvaje ritmo de depredación humana, llegará el día que cuando nazcan las tortugas ya no tendrán que decidir si mar o tierra. Se encaminarán directas a engrosar ‘orfanatos biológicos’ como el del Oceanogràfic, su último refugio.

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