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Esperando a Godot

Daniel McEvoy

Moros y cristianos

Moros y cristianos

El pasado 5 de septiembre, este mismo diario publicaba un excelso artículo, tanto en la forma como en el fondo, firmado por Juan Ramón Gil y titulado «El aviazo». En ese artículo Gil exponía la forma en la que Valencia, el «Cap i casal», reclama para sí en Madrid la financiación que no está dispuesta a conceder a la provincia de Alicante, y argumentaba su tesis con un ejemplo paradigmático: el de la Agencia Valenciana de Innovación y su escandaloso reparto de subvenciones (entre un 80 y un 89% se quedan en Valencia). Continuaba el autor su argumentación abundando en la paradoja de que las justas reivindicaciones de Valencia al Gobierno de España se convierten en cantonalismo y en victimismo si Alicante hace lo propio frente al Consell.

Queda patente que la financiación autonómica, y más aún la financiación dentro de cada comunidad autónoma, es una suerte de estafa piramidal en la que todos aportamos el pago de impuestos, pero que sólo beneficia al vértice de esa pirámide. Sin embargo, en la Comunidad Valenciana este hecho es aún más sangrante que en otras regiones, puesto que aquí las élites económicas y el poder político se concentran en la capital de una forma abrumadora, perjudicando, de modo notable, a lo que allí llaman de una manera entre condescendiente y despectiva «els territoris del sud» (la palabra «provincia» está proscrita del vocabulario nacionalista de nuestros gobernantes).

Ese afán de Valencia capital de acaparar todo para sí me lo explicaba un día un buen amigo con una fábula. Valencia, decía, es como la segunda esposa del marqués. Este señor tenía una mujer, marquesa de cuna, que nunca hacía ostentación de su poder y riqueza, y tan solo se adornaba con unas valiosas, pero discretas joyas, guardando el resto en el joyero para las ocasiones que así lo requirieran; pero vino a ocurrir que la marquesa falleció y el marqués se desposó con una de las sirvientas. Ésta, viéndose en posesión de todas las joyas de la difunta, las usaba todos los días de una forma recargada y con dudoso gusto. Al «Cap i casal» le ocurre algo parecido. Madrid es una marquesa, Barcelona era una condesa hasta que los separatistas y Colau la han echado a perder. Valencia, y que me disculpen mis excelentes y numerosos amigos valencianos, es un poco como la chacha: siendo joven, bonita y con excelentes y voluptuosos atributos, necesita adornarse (Palau de la Música, Ciudad de las Artes y las Ciencias…) para sentirse una señora.

Claro que todos esos adornos con los que Valencia se va revistiendo y a los que cada día se van añadiendo nuevas joyitas, como la del «aviazo» que narraba de una forma tan acertada Juan Ramón Gil, contribuyen a que a Alicante provincia sólo lleguen las migajas, de las que algo queda en Alicante ciudad, poco, mientras que a otras ciudades, que deberían tener un peso importante en la Comunidad Valenciana, como Elche, no llega absolutamente nada. Esto es muy triste y muy grave para Alicante y para Elche, pero tiene su lógica desde el punto de vista de la sirvienta. Ella se ha trabajado muy bien al marqués (el poder político y económico) y teme que esas dos chicas del sur puedan, algún día, disputarle sus favores, sobre todo si se dejaran de absurdas rivalidades entre ellas y estuvieran dispuestas a colaborar para desbancarla.

Toda esta reflexión, no sé por qué, me ha traído a la mente no un libro, sino una película Moros y cristianos. Una película, además, de un valenciano que es, junto a Buñuel, según mi modesto parecer, el cineasta más importante de la historia de España: Luis García Berlanga. Como sabrán ustedes, tal ha sido la impronta que este genial director ha dejado en todos nosotros que hasta el adjetivo «berlanguiano» ha entrado en el diccionario de la RAE para describir situaciones que tienen rasgos característicos de la obra de Berlanga, habitualmente escenas de un surrealismo cómico y satírico.

Esta película, en concreto, estrenada en 1987, trata sobre una familia, propietaria de una fábrica de turrones, que va a Madrid para promocionar sus productos en una feria gastronómica. Esta decisión la toman contra la opinión del patriarca y creador de la empresa, don Fernando Planchadell, que, fiel a sus principios, se resiste a toda innovación. Los maestros Berlanga y Azcona, aunque lejos de su mejor época artística, se vuelven a rodear de excelentes actores para conseguir uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera.

Quizás algún día, Elche y Alicante se unan y organicen un viaje conjunto a Valencia, con sus líderes políticos y económicos al frente y, aunque tengan que ir disfrazados de moros y cristianos, consigan que el President, el que sea en ese momento, los reciba y consigan convencerlo de que una provincia de Alicante fuerte no es un peligro, sino una oportunidad para Valencia. Quizás, algún día, soñar es gratis.

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