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Juan Carlos Padilla Estrada

LAS CRONICAS DE DON FLORENTINO

Juan Carlos Padilla Estrada

En el despacho oval

Un grupo talibán por las calles de Afganistán.

 — Pero la realidad, señor Presidente, es que hemos salido de Afganistán, y usted me disculpará, con el rabo entre las piernas.

Joe Biden miró a su alrededor en busca de un apoyo. Los hombres que ocupaban los sofás del despacho oval le miraban con una mezcla de sentimientos: Unos recelaban de aquel casi anciano que asumía el control de su país en el invierno de su vida y que pronto pasaría a la reserva, de una u otra manera; otros preferían marcar una delicada distancia ante el clamoroso fragor generado en el mundo por el abandono del país asiático, calificado tanto dentro como fuera de EEUU como una verdadera chapuza. La única mujer presente aspiraba a heredar pronto aquel inconcebible poder y lo ansiaba lo más libre de ataduras posible. Y finalmente, uno de ellos sentía una adhesión inquebrantable por quien le había nombrado, y sentía su destino firmemente ligado a de su jefe. Fue este quien habló:

—No había otro remedio que salir de aquel avispero. Nos hemos gastado más de un billón de dólares en esa aventura, han dejado su vida 2.448 estadounidenses, han sido heridos 20.722, sin contar, como usted mismo dijo, señor Presidente, los traumas invisibles en términos de salud mental. Además —el consejero de Seguridad Nacional miró uno a uno a todos los asistentes y vocalizó con cuidado sus palabras— ¿Debía Estados Unidos permanecer en un país que evidentemente no desea ser apadrinado por nosotros?

Durante unos instantes el silencio cayó sobre el amplio despacho, como una nube negra. Finalmente, un hombre casi calvo y vestido como un lord inglés del siglo XIX se levantó y esgrimió una tablet, que en su pantalla mostraba varios diagramas:

—A los norteamericanos ha dejado de interesarles lo que sucede más allá de sus fronteras. Más del 70% de nuestros compatriotas rechazan gastar tanto dinero en “aventuras” exteriores —lo pronunció con cierta aversión─. Y más del 85% del electorado prefiere que el presupuesto federal se reparta entre los americanos y excluya a los extranjeros. Además, se aclaró la voz antes de seguir, la preocupación por el pueblo afgano ha caído a mínimos históricos, por debajo del siete por ciento.

Los datos del jefe de gabinete no hacían sino corroborar las impresiones de casi todos los presentes. La mayoría de ellos callaron, en espera de la conclusión de la reunión, que solo la podía dictar el líder del mundo libre. Habían sido unos días durísimos, de muertes y decisiones difíciles y de retorcer la realidad con “ajustes pragmáticos”, que es lo mismo que decir traicionar los principios. Pero la situación exigía decisiones y solo en aquella habitación se podían tomar.

Ante el prolongado silencio, el Presidente comenzó su perorata, a modo de epílogo:

—Como se ha dicho, la situación en Afganistán y los compromisos adquiridos por la anterior administración no nos han dejado margen más que para hacer lo que hemos hecho. Además, contamos con el apoyo de los votantes, que son lo más importante, y los talibanes me han asegurado —recalcó nuevamente— me han asegurado, que su actuación esta vez va a ser muy moderada...

—Señor Presidente, señores consejeros… —Era completamente inusual que nadie interrumpiera al líder en una de sus escasas intervenciones. Y menos la única mujer presente en la reunión. Todas las caras se giraron hacia ella, pero no lograron silenciarla.— El abandono de Afganistán por la puerta de atrás no es más que un síntoma: Estados Unidos ha decidido dejar de ejercer su misión de gendarme internacional. O, en otras palabras, algo más gráficas: El Imperio Americano se eclipsa.

El silencio la escoltó como un visitante incómodo. Pero ella estaba decidida a presentar su candidatura en aquella sala tan exclusiva:

─Es evidente que Estados Unidos está dejando de ser el referente imperial que muchos imaginábamos. Quizá tras nuestro protagonismo en la solución de la segunda guerra mundial y la lucha contra los fascismos, nuestra estrella se oscureció: Nos embarcamos en varias guerras de pésimos resultados: Corea, Vietnam, Irak y Afganistán. Hemos sido fuertemente golpeados por el terrorismo de origen integrista y nuestra influencia en el ámbito internacional es cada vez menor, quizá debido al desinterés de nuestros propios ciudadanos, interesados únicamente por lo que sucede de puertas para adentro. Estados Unidos no ha tenido intención de exportar su civilización o agrandar su imperio, solo ejerce una política de control de daños. Y como la Historia siempre se repite, los Imperios se han sucedido sin solución de continuidad, y ahora se prepara China para tomar el relevo. Un dirigente africano me comentó una vez que los occidentales estamos constantemente hablando de derechos humanos, democracia y libertades, mientras que a los chinos les trae sin cuidado todo esto y se dedican a hacer sus negocios, sin meterse en los asuntos internos de los países. Y quizá haya llegado el momento de asumir que hay sociedades a las que no podemos ni siquiera sugerir esos códigos de conducta, porque le son tan ajenos como a nosotros la sharía y solo con poderío militar, educación y paciencia se puede intentar reclutar esas sociedades. Piénselo un instante: ¿Estamos dispuestos a seguir siendo el Imperio del siglo XXI o nos vamos a retirar tras nuestras fronteras dejando que otros tomen el control del Mundo?

Los hombres presentes en el despacho oval ya no la miraban con recelo, era más bien respeto el que expresaban en sus rostros. Y ella lo percibió:

─No hay más que una opción para revertir esa situación: Una fuerza multinacional, en la que todos participemos y todos nos arriesguemos, liderada y financiada mayoritariamente por Estados Unidos. El problema es que la organización que se creó al acabar la IIGM ni está ni se le espera: La ONU ha devenido en un monstruo burocrático inservible, sometida a los manejos de los poderosos, incluyéndonos a nosotros, que se vetan sin pudor alguno. Europa Occidental es una especie de dama distinguida, orgullosa de ser el origen de los derechos humanos, pero incapaz de gastar un euro en defenderlos. Y Rusia es un león desdentado, aunque mantiene las garras afiladas.

—¿Entonces? —La pregunta surgió inocente de los labios del propio Presidente.

Ella comprendió que había triunfado:

—Soñemos: Una fuerza multinacional, la nueva ONU, en la que Estados Unidos tiene una alta participación y en la que no existen vetos, asume el mando en el concierto internacional. El sistema de derechos humanos requiere de una fuerza coactiva que pueda imponerlo. Pero nadie dijo que ser el Imperio resultara barato. Si no reaccionamos pronto, el mundo cambiará. China dará, con seguridad, un paso al frente y viviremos en un planeta diferente, donde quizá los Afganistanes no sean la excepción sino la regla. Si a eso añadimos el cambio climático, la superpoblación… ¿Qué le vamos a legar a nuestros hijos?

El silencio volvió a la sala; esta vez como un breve paréntesis a una reflexión común, pero en clave diferente.

—Solo se me ocurre una solución, ya esbozada: Una nueva ONU, sin vetos, participada por todo Occidente, fuerte, unida y con un fuerte liderazgo americano. Y sí, yo creo que sí. Hace falta un nuevo Winston Churchill…

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