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Francisco Esquivel

Qué manera de empeñarse

Matías Prats narrando los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas.

Justo un año antes del 11-S, Antonio Canales fue retenido en el JFK durante 17 horas. Fue «The New Yorker» quien sostuvo que la incomunicación entre la “cía” y el “efebeí” fue determinante para que los cerebros de echar abajo las Torres Gemelas camparan por el país a sus anchas en una prolongada antesala. De ahí que, el que tienen delante, remachara tras lo ocurrido: «Ha resultado una manera despiadada de mostrar que la seguridad en los aeropuertos del gran gendarme del nuevo orden mundial consiste en desnudar bailarines». Lo sé porque tengo ante mi los suplementos que este periódico lanzó tras el brutal impacto. Junto a la cabecera figura «150 pesetas/0,90 euros». Estábamos amoldándonos al nuevo siglo cuando la cara del horror nos estampó de lleno.

El primer articulista por orden de aparición responde al nombre de Manu Leguineche: «Estados Unidos se paraliza de pronto y no es por la guerra de los mundos con la que Orson Welles espantó a los oyentes. Hay que restregarse los ojos. Es un cortocircuito mundial. En respuesta, no se puede bombardear a lo loco». Pero mientras los transeúntes se alejan por el puente de Brooklyn y «Annie Hall» se nos torna triste, los halcones sobrevuelan la zona y, tras la multivisión proporcionada por el reportero de reporteros, es Henry Kissinger nada menos quien asalta las páginas: «Lo ocurrido debe combatirse con un ataque al sistema que produce estas acciones y destruirlo». En efecto. Veinte años después, a los talibanes y a otros grupos peores que pululan por Afganistán, les entra la risa floja. No solo no se ha acabado con el meollo sino que especialistas versados en el panorama geopolítico coinciden en que las células capaces de cualquier locura se han reproducido hasta límites desconocidos aunque permanezcan algo dormidas por falta de dirección entre otras razones. Con la Guerra Fría no se acabó a golpe de castañazos. Fueron las ideas las que hilvaron con paciencia su labor de zapa hasta que cayó el muro. Cómo no va a seguir hoy el peligro latente.

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