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Juan R. Gil

ANÁLISIS

Juan R. Gil

La extraña pareja

Mónica Oltra corre el riesgo de convertirse en caricatura de sí misma. De momento, está acabando con las expectativas de Compromís en una provincia que supone el 35% del censo

Oltra y Mazón, en Elche, el pasado julio, en la presentación del programa Convivint.

Mónica Oltra, otrora esperanza de renovación de la izquierda, ha envejecido mal en términos políticos desde que, merced a su alianza con el PSOE, Compromís llegó al poder. Todo lo que en ella antes era firmeza se ha convertido en volatilidad; la fortaleza, en agresividad; la empatía, en frialdad. Alguien con una personalidad tan marcada como la vicepresidenta del Consell corría el riesgo de convertirse en su propia caricatura. Es lo que está pasando.

La lideresa de la coalición valencianista ha marcado la semana que expira. Lo que, para desgracia de ella, no quiere decir que la haya protagonizado, y mucho menos en términos de rentabilidad para los suyos. Pretender gravar de nuevo con una tasa a uno de los sectores, el turístico, que más ha sufrido y sigue padeciendo los efectos de la pandemia, hacerlo sin argumentos (tiene tan pocos que a falta de ellos no le ha quedado más remedio que negar el derecho a opinar a los empresarios del sector, lo cual resulta ciertamente inaudito) y tirar del populismo más simplón para justificarse, prometiendo que lo recaudado con esa tasa iría a la construcción de viviendas para los más jóvenes (un brindis al sol de difícil encaje legal como ella sabe mejor que nadie y que, de paso, pone en evidencia la política desarrollada en esa materia por el gobierno del Botánico, cuya vicepresidenta parece olvidar que lleva ya más de seis años en ejercicio) ; todo eso, digo, lo único que consigue es estrechar cada vez más el campo de juego de Compromís.

Hace tiempo que Oltra se comporta como una autoprofecía andante, así que era de esperar que iniciara la negociación de los presupuestos del Consell para el próximo año dándole una patada a la mesa. Y también era previsible que tratara de robarle la foto a Ximo Puig, que se reunía el pasado martes en Sevilla con el presidente andaluz, el popular Juan Manuel Moreno Bonilla, para aunar voces en la reivindicación de la mejora de la financiación autonómica.

No lo consiguió la vicepresidenta. El encuentro con su homólogo andaluz ha resultado, probablemente, el más rentable en imagen y prestigio de los que hasta aquí ha mantenido Puig, que esta semana, tras intervenir mañana en el debate de política general de las Cortes, viajará a La Toja para seguir hablando del cambio de modelo de financiación, esta vez con los presidentes Feijóo, Mañueco y García Page como replicantes.

La vicepresidenta utiliza al sector turístico, la industria más importante en el PIB de la Comunidad, como arma arrojadiza en la negociación del presupuesto de la Generalitat

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En contraposición a eso, Oltra se ha quedado sola una vez más en su cañonazo. Con Podemos en el papel de escudero. Pero nada más. El secretario autonómico de Turismo, Francesc Colomer, y después el propio Puig salieron rápidamente a taponar la vía de agua, comprometiendo su palabra en que el PSOE no dará soporte a la implantación de esa «tasa turística». Habrá que creerlos. Pero el caso es que ya estamos enfangados en la enésima pelea intestina.

Oltra está atrapada entre lo que quiso pero no pudo ser, y lo que quisiera ser pero no sabe cómo lograrlo. Y mientras no resuelva su dilema, estaremos así. Con un gobierno periódicamente tensionado. La vicepresidenta del Consell ha alegado que no consultó con el presidente su propuesta antes de pregonarla porque eso es lo «democrático», lo que inevitablemente nos lleva a recordar todas las veces que Oltra se ha quejado precisamente de que Puig actuaba sin consultar, como si sus socios no tuvieran opinión. Pero la cuestión grave para Compromís no es esa, sino si la vicepresidenta sometió a debate en el seno de su propia organización la oportunidad de volver a poner sobre la mesa el gravamen a la primera industria de la Comunidad, tanto en producto como en empleo, cuando, por no acabar, en el sector no han acabado ni los ERTE y cuando, por no llegar, ni ha llegado todavía el turismo inglés ni tampoco los jubilados del Imserso. No creo que lo hiciera. Compromís, en la práctica, es una fuerza política que no tiene dirección. Y Oltra hace tiempo que parece comportarse como si Compromís fuera ella. Lo cual también explica muchas cosas.

No hay estrategia en muchos de los pasos que la vicepresidenta da, aunque sus fieles sigan creyendo que sí. Hay táctica, que no es lo mismo. La tasa turística es un ejemplo: ¿le da notoriedad, le permite marcar diferencias con los socialistas y le sirve para retirarla de la negociación de los presupuestos a cambio de más ventajas para su conselleria? Es posible. Pero mal va la cosa si a estas alturas Oltra necesita volcar la olla para sentirse realizada. Tampoco parece razonable diferenciarse de los socialistas haciendo alarde de irresponsabilidad cuando se está en un gobierno. Y la maniobra de usar la industria que supone el primer epígrafe del PIB y el empleo como moneda de cambio en una negociación presupuestaria es demasiado burda para tomarla en serio.

Lejos de ampliar miras, Compromís achica espacios. El problema es que así la coalición se convierte en pistola de una sola bala. Es dudoso que sobreviviera a la pérdida del poder

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Mucha táctica y poca estrategia. Oltra, que cada vez pisa menos Alicante, está hundiendo a los suyos aquí. Polémicas como la de la tasa turística no tienen apenas consecuencias en Valencia, pero son devastadoras para Compromís en una provincia que reparte 35 escaños, más de un tercio de las Cortes. De los 17 diputados que la coalición obtuvo en las últimas elecciones, en las que se quejó de que la coincidencia con las generales le perjudicó, sólo cuatro los anotó en esta circunscripción, donde los de Oltra y Marzà (es imprescindible citar también al conseller de Educación si hay que escribir sobre las razones por las que Compromís camina hacia la irrelevancia -o la extinción- en la mayor parte de Alicante) quedaron relegados a la quinta posición en votos, a enorme distancia del PSOE, el PP y Ciudadanos, pero también por debajo de Vox. Cabía esperar que esos resultados, que suponían un claro retroceso respecto a los comicios de 2015, les harían pensar. Pero, como se ha escrito antes, bajo la batuta de Oltra la coalición no amplía sus miras, sino que achica espacios. No busca ganar entidad por sí misma como fuerza política: lo fía todo, como mucho, a sumar mediante alianzas con Podemos o con Más País. Deberían haber asentado su proyecto, pero lo han estado debilitando. Compromís hoy es una pistola de un solo disparo: el antiguo Bloc ya ha demostrado sobrevivir en la riqueza y la adversidad, pero la coalición como tal es dudoso que soportara el pase del Gobierno a la oposición.

Y aún así, Alicante no está en la agenda de Oltra. No recuerdo si alguna vez ha celebrado reuniones de trabajo como vicepresidenta en la Casa de las Brujas, sede oficial de la Generalitat en estas tierras. No sabemos qué piensa la número dos del Consell sobre el recorte del trasvase o el reparto 80/20 de los fondos para apoyo a la Innovación. No se ha interesado nunca por la situación del sector turístico salvo para gravarlo o descalificarlo. Y etcétera. No digo que no se preocupe por lo que pasa en el sur de la Comunidad, pero no tenemos constancia alguna de que se ocupe de ello. Y, desde luego, maneja todos los asuntos que afectan a lo que hay de Xàbia hacia abajo con una escandalosa frivolidad.

El Botánico está dando a Mazón todas las facilidades en su arranque como candidato del PP. Ni en sus mejores sueños imaginaba que Oltra se iba a sumar a la carlistada

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El aparato del PSOE piensa que la actuación de Oltra, con ser un desagradable incordio, no sólo no tendrá influencia en la continuidad o no de Ximo Puig en el Palau tras las próximas elecciones, sino que incluso puede acabar resultando beneficiosa para los intereses socialistas. El argumento es que aquí no hay más apuesta que la de ser el partido más votado en los comicios, porque el que más papeletas logre consigue el plus de tres escaños que la legislación electoral otorga en la práctica al repartir los restos. Y tres escaños son los que seguramente decidirán quién gobierna. Así que, siguiendo ese razonamiento, «lo de Oltra» puede servir para trasladar una imagen del PSOE más centrada y, por tanto, con mayor capacidad para cosechar votos entre los indecisos, que en estos momentos son legión en las encuestas.

El cálculo, sin embargo, puede fallar de raíz. El Consell está presidido por un socialista y es la imagen del Gobierno entero, no sólo la de una parte, la que Oltra (y, repito, también Marzà, igual cuando habla que cuando se pone de perfil) pone en un brete cada vez que interviene. Si la actuación de la vicepresidenta tuviera algún beneficio electoral, probablemente lo rentabilizaría Compromís. Pero si lo que acarrea son perjuicios, entonces la factura pueden acabar pagándola todos.

Sea como fuere, el Botánico le está dando todas las facilidades que puede a Mazón en su arranque como candidato del PP a la presidencia de la Generalitat. No creo que ni en sus mejores sueños -y a pesar de la química que ambos siempre mostraron- el líder popular imaginara que Oltra se iba a sumar a la carlistada con tanto empeño. Para que vean: el presidente andaluz amigándose con Puig y la vicepresidenta valenciana despejándole el camino a Mazón. Ya nos dejó dicho Fraga aquello de los compañeros de viaje tan inesperados que hace la política. Como si los estuviera viendo.

El lobo se disfraza de cordero

Juan R. Gil

¿Sabían ustedes que Vox tiene dos concejales en el Ayuntamiento de Alicante? Pues sí. Son dos. Reconozco que yo ni me acordaba. He refrescado la memoria el otro día, cuando vi una foto en este periódico en el que el portavoz de la formación ultraderechista aparecía, a las puertas de los juzgados, acompañado de un abogado y del segundo edil. Le llamaremos El Ausente, una figura de gran tradición en la política española. ¿Y a qué fueron el portavoz y El Ausente a los juzgados? Pues a interponer una demanda para que otros partidos políticos no definan a Vox como «ultraderecha». O sea, que la fuerza que representa en España (y también en Alicante, claro) a la parte más visible de la ultraderecha no quiere que se le llame ultraderecha e invoca algo tan arraigado en la práctica política de todo movimiento autoritario, sea de izquierdas o de derechas, como la censura. Si fuera sólo una cuestión terminológica, a un servidor le daría igual cómo quisiera la ultraderecha que la llamaran, pero mucho me temo que lo que se busca es disfrazar al lobo de cordero y encima que nadie pueda señalar el ardid. Lo que llama la atención es la piel tan fina que, al menos en Alicante, está resultando tener la ultraderecha de Vox, pese a que han hilvanado su discurso a base de descalificaciones de calibre grueso contra todos los demás, ya sea la «derechita cobarde» de Casado, el Gobierno comunista bolivariano que al parecer nos tiraniza o el Sánchez ilegítimo que se apoya en los terroristas para seguir en el machito. Con tanto remirar el diccionario, lo cierto es que Vox no parece tener demasiado tiempo para trabajar por Alicante. Mientras escribía esto, he consultado si El Ausente había renunciado a su sueldo de concejal. Lo que he encontrado es que le pagamos un salario de más de 39.000 euros al año, que no consta que haya rechazado. Ahí está: rescatando la patria.

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