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Antonio Sempere

Sin ideología

Solamente con el paso del tiempo comprendí el significado de sus palabras, su salida por la tangente

Me crié con mis abuelos porque era en la planta superior de la vivienda donde se encontraba el televisor

Crecí sin ideología. En mi casa nunca escuché hablar de política. Ni siquiera de historias secretas, esas que sobrevuelan y son las más interesantes. Yo no tuve nada de eso. Me crié con mis abuelos porque era en la planta superior de la vivienda donde se encontraba el televisor, el primer Telefunken en blanco y negro, y yo hacía sendas hacia él. La programación era raquítica. Sólo emitía de dos a cuatro de la tarde, y a partir de las seis (el UHF no se veía). Por lo que mientras hubiese programas, los priorizaba a todo lo demás.

Recuerdo que una tarde, apenas habría cumplido los diez años, osé preguntar a mi abuela: “¿y tú no vas a misa?”. Ella me respondió con flema: “Yo voy a misa de alba”. Solamente con el paso del tiempo comprendí el significado de sus palabras, su salida por la tangente. Creo que aquella pregunta inocente fue lo más cerca que estuve de merodear en el mundo de las ideas y las adscripciones de mi familia.

Pasaron los años, llegaron los compromisos, los viajes, las idas y venidas, hasta que llegó la etapa de Alicante, la más sostenida en el tiempo, y con ella, maldita sea, ese momento en el que te das cuenta que te has hecho mayor, incluido todo el tiempo que has perdido por el camino.

Si hasta entonces la ideología se encontraba tambaleante, renqueante, prendida con alfileres, fue en Alicante donde acabó de quebrarse por completo. Unos políticos tan mediocres pueden con las ilusiones de cualquiera. Las mías fueron asoladas hace tiempo. Por los unos y por los otros. 

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