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Mari Carmen Díez Navarro

Los niños de Alicante

Niños en Alicante Alex Domínguez

Los niños de Alicante son niños de casa afuera, de jugar en la playa, de cenar a la orilla del mar, de bañarse de noche, de disfrutar panza al sol.

Niños de sol y de agua. De viento y de polvareda.

Niños de arena, de palabras y de pan con aceite.

Los niños de Alicante son como todos los niños, pero son «cada uno». Tienen su aire particular, sus diferencias, su chispa de sabor exquisitamente distinto a cualquier otro niño.

Unos son bravos, otros son flojos. Unos son calmos, otros ligeros. Unos son habladores, otros callados. Unos son enfadones, otros risueños.

Los niños de Alicante curiosean lo que les pasa cerca, como hacen los niños de todo el mundo.

Metiendo los dedos en los agujeros de la vida.

Metiendo los dientes en la coca y el sueño.

Metiendo los pies en los escasos charcos.

Metiendo los ojos en las palmeras y el horizonte azul turquesa que tenemos delante.

Los niños de Alicante saben salado. De mucha gracia, de mucho mar, de muchas risas.

Aunque no de mucho pescado frito, como en los tiempos en que el bacalao era barato. Porque ahora nuestros niños comen pasta, arroz blanco, fideos, hamburguesas y salchichas. Y para que reconozcan las habichuelas y los garbanzos, hay que presentárselos expresamente a base de bombo y platillo.

Los niños de Alicante juegan a cosas muy diferentes a las que mis ojos y mis experiencias me tenían acostumbrada.

Yo veía jugar, y jugaba, a la comba, al balón, a correr, a tú la llevas, a las muñecas, al fútbol, a las chapas, al plato, a los bolos, al tranco, al pimpón...

Pero ahora los niños ya no juegan a eso. Ahora tocan botones y maquinitas variadas, manejan ordenadores, ven vídeos, escuchan MP3... Sus juguetes son sofisticados, transformables, automatizados, ruidosos y complicados.

Felizmente, aún saben inventar un juego a partir de una tela, de un palo o de un sueño... Aún juegan a mamás y a papás, a hacer carreras, a la pelota, a excavar hoyos en la arena, a cocinar comidas con las hojas y a ensayar la vida.

Los niños de Alicante siempre han sido o morenos o claros. Ahora son de todos los colores.

Y ese arco iris de pieles trae brillos de otros lugares, trae ecos de otras voces, trae músicas de otras fiestas, y hasta trae recuerdos de otras historias con sabor a pasado y a futuro caliente.

Los niños de Alicante tienen bastante de lo que necesitan. Aunque les faltan unas cuantas cosas de las que carecemos en este mundo de hoy.

Les falta tiempo para jugar, para relacionarse, para aprehender la realidad a su ritmo y manera.

Les falta calma para ir creciendo sin apremios, competiciones, ni acaloramientos.

Les falta una suficiente contención de los adultos para vivir su infancia sin tener que ir averiguando por sí mismos hasta dónde pueden llegar.

Les falta el regalo de un «no» claro y afectuoso cada vez que lo necesiten.

Les falta el privilegio de un «sí» que les ayude a estimarse y a tener confianza en sí mismos.

Les falta nuestra invitación contundente y esperanzada a vivir en un mundo que los mayores no percibimos suficientemente apacible… aunque haga sol.

Los niños de Alicante van a la escuela con los ojos brillantes, con las ansias abiertas, con las ganas en ristre.

Y aprenden a soñar, a estar con otros, a decirse.

Aprenden a construir castillos, amistades o defensas.

Aprender a leer, a contar, a mostrarse ante el mundo.

Aprender a bailar, a pintar, a hacer teatrillos.

Aprender a discutir, a querer y a empezar a vivir poquito a poco.

Y qué cosas… a mí me gusta verlos, escuchar lo que dicen, y acompañarles a ratos las crecidas.

¡Hagamos una ciudad y una escuela a su medida, donde se sientan a gusto, donde tengan margen para disfrutar y freno cuando sea necesario, donde aprendan a soñar de la mano de otros!

Criar es cosa de muchos. Criar es cosa de todos.

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