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Esperando a Godot

Daniel McEvoy

El golpe

Una imagen de la bolsa de Fráncfort, que será la más grande del mundo en capitalización. | BORIS ROESLER/EFE

Estoy seguro de que todos ustedes han visto, o les sonará al menos, una película americana (como casi todas las películas buenas, pues no necesitan subvenciones estatales) que se tituló en español El golpe y cuyo título original en inglés era The Sting. Estaba protagonizada por un dúo inigualable, Paul Newman y Robert Redford, y fue una de las películas más famosas de los años setenta, tras su estreno en 1973; de hecho, se hizo acreedora de siete galardones de los Premios Óscar, incluyendo el de mejor película.

La trama comienza en la ciudad de Joliet, en el estado de Illinois (el mismo en el que se encuentra Chicago), en septiembre de 1936. Dos estafadores, Johnny Hooker (Robert Redford) y su socio Luther, timan a un mensajero y se hacen con once mil dólares, sin saber que ese dinero pertenecía a un conocido mafioso. Luther es asesinado por la mafia y Hooker, junto con su nuevo socio, Henry Gondorff (Paul Newman) trazan un elaboradísimo plan para vengarse de Lonnegan, el mafioso que ha matado a su amigo.

Diseñan una estrategia que consiste en crear una casa de apuestas fraudulenta para que Lonnegan haga una enorme apuesta y así robarle todo su dinero. Al parecer, no soy un entendido en el tema, aunque en una ocasión estuve en un hipódromo en Inglaterra y me pareció apasionante, en las carreras uno puede apostar a caballo ganador o a quién quedará segundo. En la película que les he contado, el desenlace es que los estafadores convencen al mafioso para que apueste por un caballo, para después decirle que ha sido un error y que debería haber apostado a que ese caballo quedaría segundo. En definitiva, una película clásica muy entretenida que les recomiendo fervorosamente.

En cualquier caso, a lo que quería llegar, aparte de a la recomendación cinematográfica que, por otra parte, reitero, es al ambiente que se vive en la película. Como les he dicho se desarrolla en los años 30 del siglo pasado. Una época muy turbulenta en lo social y en lo económico, como consecuencia del crac bursátil de 1929. Fue una época convulsa que llevó a millones de personas en los EE UU y también en Europa a pasar auténticas dificultades que, eventualmente, en el caso de este lado del Atlántico, tendrían como consecuencia el surgimiento de los regímenes totalitarios nazis y fascistas, sin olvidar su contrapunto comunista, y el estallido de la II Guerra Mundial.

Después de la contienda y del desmembramiento del Imperio Soviético tras la caída del Muro de Berlín, Occidente en general y Europa en particular, parecían remansos de paz y bienestar, con un crecimiento económico continuo y un avance parejo en las cotas de libertad y bienestar de los ciudadanos. Pero, por desgracia, esa suerte de arcadia feliz se ha truncado en las últimas décadas del siglo pasado y en los años que llevamos de éste. El llamado «Lunes Negro» que asoló las bolsas en 1987, la crisis de octubre de 2008, desencadenada por la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers, y la última crisis humana y económica a causa de la pandemia por coronavirus, han hecho que el centro de gravedad de la política y la economía mundial vire completamente hacia el Sudeste Asiático y el Pacífico.

Vivimos de nuevo tiempos de incertidumbre y de zozobra, y en esos contextos solemos aferrarnos a soluciones fáciles. En lo político, el paradigma que les he descrito constituye un campo abonado para el triunfo de las ideologías que preconizan ideas muy sencillas, explicadas por personas de un bajo calado intelectual y de una calaña moral incluso peor. Les podría poner varios ejemplos, pero seguro que ustedes ya estarán pensando en muchos.

En lo económico también tendemos a reconocer como plausibles soluciones que se han demostrado ineficaces, incluso contraproducentes en numerosas ocasiones. Nuestros actuales gobernantes, por ejemplo, si tuvieran a su disposición la «máquina de imprimir billetes» la utilizarían con fruición. No quiero ni imaginar una España fuera del paraguas que supone el euro, con un gobierno como el actual que se dedicaría sin ningún tipo de duda a aplicar una política monetaria expansiva que nos llevaría a la misma situación en la que se encuentra Argentina, un país rico en recursos, pero empobrecido por la hiperinflación y la mala gestión de esos recursos.

Ahora bien, lo que es aplicable a los gobiernos, a la macroeconomía, también lo debemos aplicar a nuestros hogares, a la microeconomía. En los tiempos de crisis, como les decía, queremos buscar soluciones sencillas. Huyan de ellas y recuerden, aunque suene muy viejuno, que nadie da duros a cuatro pesetas. Empiezan a proliferar todo tipos de estafas, no tan imaginativas como las de la película de Newman y Redford, pero en las que muchas personas caen. Incluso métodos como la estafa piramidal. Tengan mucho cuidado con ello, pues ya he oído de casos en los que alguien ha invertido una cantidad y al principio ha ganado mucho dinero, todo timo tiene un cebo, para después perderlo todo, sin posibilidad de reclamar nada además, dada la opacidad de estas inversiones.

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