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Antonio Balibrea

La revolución silenciosa

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Reuters

El laborismo ha vencido este mes en las elecciones generales de Noruega. El tema tendría un limitado interés, si no fuera porque por primera vez en más de sesenta años, la izquierda gobierna en los cinco países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Suecia, Islandia y Noruega), allí donde las ganancias excesivas están mal vistas. Los tres primeros han superado la presencia de partidos populistas en el gobierno, además hay que unir la victoria de la izquierda y los ecologistas en Alemania. Sin duda, esto reducirá el peso de los populismos en Italia y en el este de Europa. Al giro político no es extraña la intervención de los Estados y de la Unión Europea primero, para luchar contra el coronavirus; segundo, contra los efectos de la pandemia incentivando la reactivación económica, en base al Pacto Verde y las inversiones de las Next Generation, han revitalizado el papel de las administraciones públicas en la organización de la economía y en la globalización. Los ciudadanos hemos comprobado el necesario papel del Estado y de los servicios públicos.

A diferencia en la crisis de 2009, esta vez la receta no ha sido la austeridad y el libre mercado; las inversiones y el crédito europeo son fundamentales contra la crisis provocada por la pandemia. La presidenta de la U.E., Úrsula von der Leyen, situó, además, el cambio climático, las migraciones, el sistema de asilo y el estado de derecho como prioridades, a la paridad en los nombramientos une ahora un plan europeo contra la violencia de género. El marco sobre el clima y la energía para 2030 con al menos un 40% de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (con respecto a 1990); al menos un 32% de cuota de energías renovables; y al menos, un 32,5% de mejora de la eficiencia energética, son parte de la revolución silenciosa.

“El rol del Estado tiene que ser definir el contexto para que el mercado funcione bien y en beneficio de todos y no solo de unos pocos. También tiene que servir para garantizar infraestructuras, educación y salud creando ventajas para los negocios y la sociedad. Para eso se requiere que los que más se benefician paguen suficientes impuestos”. Es lo que acordó el G-7 en la primera reunión con Joe Biden. Estas son propuestas de la economista venezolana Carlota Pérez (Revoluciones tecnológicas y capital financiero), en declaraciones a BBC News. Se trata de lograr una globalización verde e inteligente, y no la brutal que se ha venido dando hasta ahora.

Las inversiones medioambientales están creciendo en sectores tan distintos como las energías renovables, la comida, la agricultura sostenible, o la silvicultura. Incluso, las organizaciones de inversores presionan a las grandes empresas para que se desprendan en sus balances de aquellos activos que presentan una alta huella de carbono; y los grandes fondos de inversión intentan sustituir sus inversiones “sucias” en petróleo, gas o carbón, hacia proyectos menos contaminantes. Desde hace un año la mayor empresa de renovables en Estados Unidos NextEra Energy sobrepasó en valoración de mercado a la Exxon Mobil lo que es un reflejo de la tendencia hacia inversiones menos contaminantes. Mientras las 30 mayores empresas de energía renovable del mundo han subido más del doble en 2020, las empresas tradicionales bajaron su cotización de forma sustancial. El volumen de capital existente es tan grande que nada parará las inversiones en renovables, si se mantiene la decisión política. El problema para todas las empresas energéticas es transitar de unas inversiones a otras. Nos fijamos mucho en el aumento del coste de la luz, pero en realidad sube el de todas las energías, más las de origen fósil -gas, petróleo, carbón- que aun viendo reducida la demanda suben los precios para mantener los beneficios. Son oligopolios, tanto la luz como las gasolinas y el gas. Hasta al presidente de EE.UU. le ponen dificultades para aprobar el techo de gasto y los 3’5 billones de dólares dedicados a las renovables: para combatir el cambio climático, recompensar la energía limpia y penalizar a quienes contaminan, ayudando a financiar hogares y vehículos más ecológicos. Y, además, mejorar sustancialmente el estado del bienestar norteamericano, desde la asistencia médica a la gratuidad en preescolar y universidades.

La globalización neoliberal ha muerto víctima del COVID-19. La pandemia ha hecho mas visibles los problemas sociales desde los trabajos precarios a la marginalidad, ha demostrado la necesidad de la intervención de los servicios públicos. Vista a la izquierda.

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