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José María

Un Nobel para Kundera

Vuelve el mejor Kundera

  “La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Pero no se trata tan sólo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla”.

Milan Kundera ha cumplido 92 años. El Parnaso está de fiesta. Muy pocas veces los escritores logran sobrepasar esa barrera temporal. Mucho antes, la Parca, impaciente por acogerles en su reino, se manifiesta al caer la noche, en cualquier esquina, y con un rápido movimiento de su guadaña, siega lo tangible para dar paso a lo etéreo, a lo sagrado. El hombre muere y el mito nace. Y cuando esto sucede, nosotros, los supervivientes, logramos comprender que, desde allí abajo, la tierra no sólo es oscuridad, sino también y principalmente, eternidad.

En cuestión de segundos, las palabras escritas tiempo atrás se revisten de algo mágico, de una suerte de quietud serena, pues el tránsito de su creador anuncia el comienzo de una nueva era, el principio de un tiempo en el que nadie, absolutamente nadie, podrá perturbarlas en su descanso. Las letras se convierten en algo inmutable, perpetuo. Al igual que los párrafos, las páginas y los capítulos. Todo será irrevocable, como aquel libro que insta a amar la insignificancia. La fiesta de la insignificancia.

Pero si existe alguna palabra para definir la obra de Kundera, sin duda no será insignificancia. Se trata tan sólo del título de su última novela, del libro que muchos han considerado que será su último trabajo. La síntesis de una extensa obra que comenzó en Brno, actual República Checa, a mediados de los años 60 del siglo pasado.

El escritor, cansado del clima político que, por aquellos tiempos, se respiraba en su país natal, publicó en 1967 la que, a juicio de muchos, es una de las mejores novelas del siglo XX: La broma. Una sátira del comunismo estalinista visto desde los ojos del joven Ludvik Jahn, universitario y miembro del Partido Comunista de Checoslovaquia, que se enfrenta al eterno problema de la juventud, el amor, en un mundo en el que lo íntimo cede ante lo colectivo y donde el humor, consustancial a la libertad individual, ha perdido su lugar.

Ferviente partidario de las reformas sociales y políticas que trataron de introducirse en Checoslovaquia durante la llamada “Primavera de Praga”, sus obras fueron prohibidas cuando la Unión Soviética invadió el país para reprimir las libertades conquistadas. Esto motivó su exilio en Francia, donde ha residido desde entonces y donde ha ejercido de profesor de literatura, primero en Rennes y luego en París.

No es posible entender a Kundera sin conocer su historia y sus vivencias tras el telón de acero. La relación de amor-odio que profesa por su patria es producto de ellas. Basta con leer La vida está en otra parte o La insoportable levedad del ser para comprobarlo. Ambas están ambientadas en su país natal. Y ambas están plagadas de sinsabores, voluntarios y espontáneos, que demuestran que los orígenes lo son todo. El hombre, dijo Houellebecq, es un adolescente disminuido. Y, por ello, la muerte empieza a los quince años. Lo demás, lo que viene después, es tan sólo relleno para tratar de soportar la pesada carga de la existencia.

A partir de 1994, con la publicación de La lentitud, abandonó el checo como lengua de creación literaria y adoptó el francés. Un gesto simbólico que, además, le llevó al extremo de negarse a revisar las traducciones de sus novelas a su lengua materna.

Kundera perdió la nacionalidad checa poco tiempo después de exiliarse en Francia, en 1979. Las autoridades de la antigua Checoslovaquia no podían perdonarle su rebeldía y fue castigado de ese modo. Tuvo que esperar cuarenta años para recuperarla, en un acto protagonizado por el embajador de la República Checa en Francia a finales de 2019. Las autoridades checas no podían permitir que Milan Kundera, el escritor checo más grande desde Franz Kafka, falleciera siendo francés y no checo.

“¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías? Si sabe que no es parte de ellos”.

Tal vez esto es lo que le sucede a Kundera. Toda novela es, le pese a quien le pese, autobiográfica. Y el escritor utiliza al personaje como excusa para evitar desnudarse él mismo. Ludvik Jahn, Jaromil, Tomáš, ficticios todos ellos, pero con sorprendente parecido a su autor en determinados momentos de su agitada vida.

Los premios Nobel se entregarán el próximo 10 de diciembre. Aunque dentro de muy poco, este mes de octubre, conoceremos los nombres de los galardonados de 2021. Es difícil predecir quiénes serán, sobre todo cuando se trata del Nobel de literatura, pues en los últimos años este premio ha estado cubierto de polémica. Los criterios para seleccionar a los premiados han sido, cuanto menos, extraños y, a juicio de muchos, incomprensibles. Es el caso de Bob Dylan (2016) o de Olga Tokarczuk (2018).

Pese a que la comparación es siempre difícil, si leemos las obras de esta última, por un lado, y las de Kundera, por otro, la literatura del checo se impone claramente no sólo con base en la técnica, sino también en la historia y en la vivencia.

Kundera es uno de los últimos clásicos contemporáneos. Puede que el último de todos. Y precisamente por ello, si la Academia Sueca no pronuncia su nombre este año, la literatura habrá dado un paso más hacia su extinción. 

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