Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago

El SPD ganó las elecciones, pero ahora toca gobernar

Angela Merkel, en una conferencia de prensa en Berlín, en septiembre del 2016.

El SPD, al que muchos daban por muerto antes del verano, ha ganado las elecciones alemanas del pasado domingo, pero ahora le tocará seguramente lo más difícil: gobernar un tripartito.

Hay quien se refiere a la resurrección socialdemócrata como un pequeño milagro y lo atribuye sobre todo a la cohesión lograda por el partido al distinguir claramente entre su presidencia y la candidatura a la cancillería federal.

En la primera, los socialdemócratas colocaron a dos figuras de su sector situado más a la izquierda, hasta ese momento poco conocidas del gran público, mientras que para la candidatura al Gobierno de Berlín eligieron a un hombre de centro: el veterano ministro de Finanzas Olaf Scholz.

De pronto pareció superado el fuerte debate en su seno en torno a las llamadas leyes Hartz, una herencia del canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder que sirvió en su momento para combatir el grave desempleo, aunque a cambio de precariedad y bajos salarios.

La clara distinción entre presidencia y candidatura evitó a Scholz tener que explicar cada vez que le entrevistaban por qué un partido que fue de masas con Willy Brandt o Helmut Schmidt no lograba superar últimamente en intención de voto el 15 o el 16 por ciento.

El remonte de varios puntos finalmente logrado por el SPD en las elecciones del pasado domingo, en las que con un 25,7 por ciento de los votos, se situó en cabeza, 1,7 puntos por delante de la CDU, que sufrió, por el contrario, el mayor descalabro de su historia, demuestra lo acertado de la estrategia empleada.

Ni siquiera tuvieron que recurrir los socialdemócratas alemanes, a diferencia de sus correligionarios daneses, a medidas más propias de la extrema derecha populista como la de trasladar a distintos puntos de una misma ciudad a vecinos de barrios con fuerte inmigración.

Les bastó, comenta el semanario Die Zeit, mostrar mayor “respeto” a sus votantes tradicionales, la clase trabajadora, con argumentos como el de que “el camarero que sirve un capuccino vale tanto como a quien sirve”.

El SPD se vio obligado finalmente a reconocer que en los últimos años se había olvidado un tanto de los trabajadores manuales y de las clases más desfavorecidas para centrarse sobre todo en los medios académicos y de profesionales altamente cualificados.

Sólo entre los trabajadores, los socialdemócratas lograron finalmente, gracias al tirón de Scholz, un 29 por ciento de los votos frente a un 23 por ciento que fue para la Unión Cristianodemócrata y un 16 por ciento conseguido por la ultraderechista Alternativa para Alemania.

El problema ahora será demostrar que Scholz no representa la continuidad de las gastadas políticas de la Gran Coalición de Angela Merkel, sino que el todavía candidato está más que decidido a tomar las medidas que requiere un país necesitado de urgente modernización en todos los sentidos.

Y tendrá que hacerlo si quiere presidir un gobierno tripartito con los Verdes y los liberales, a quienes votaron sobre todo por las nuevas generaciones, y que no dejarán de apremiar al canciller llegado el momento.

Mientras tanto, a menos que se produzca un milagro de última hora, la Unión Cristianodemócrata de Merkel, más dividida internamente aún de lo que estuvieron antes los socialdemócratas, tendrá la oportunidad de regenerarse, plantear ideas frescas y formar a nuevos dirigentes en la oposición.

Ya le tocó hacerlo otras veces, por ejemplo, en 1998, tras dieciséis años de gobierno de Helmut Kohl, aunque entonces, comenta algún medio, todo era más sencillo: no había nacido aún la ultraderecha ni existían las redes sociales, que pueden tergiversar y multiplicar hasta el infinito cualquier mensaje, por falso y tóxico que sea.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats