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Ánxel Vence

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El móvil sirve hasta para telefonear

Varios jóvenes miran sus móviles. Ricard Cugat

Un apagón de apenas seis horas en tres de las más concurridas redes sociales sumió el otro día en estado de ansiedad a no pocos de sus usuarios.

Privada de la mensajería de WhatsApp en sus celulares, la clientela tenía una ocasión única para recordar que el telefonillo móvil sirve también para llamar por teléfono; pero todo sugiere que a la mayoría se le había olvidado esa función. Y es probable que ya no la recuerde una vez restablecido el servicio.

Que el teléfono sirva para casi todo excepto para telefonear -verbo ya arcaico- puede parecer una contradicción, pero no lo es en absoluto. Las videollamadas han sustituido ventajosamente a la comunicación telefónica, del mismo modo que el móvil jubiló hace ya tiempo al fijo. Para todo lo demás están los mensajes de WhatsApp -o de Telegram-, mucho menos intrusivos que una llamada directa.

Aunque formalmente siga siendo un teléfono, el móvil es en realidad un ordenador de bolsillo que bien podría estar inspirado en las famosas navajas suizas de veinte o treinta usos. La diferencia reside en que cualquier usuario de un celular dispone de varios millones de aplicaciones para multiplicar las posibilidades del aparato.

Por citar solo las opciones más rudimentarias, el omnipresente telefonillo permite llevar una agenda, calcular distancias, tomarse el pulso, guiar al propietario hacia cualquier destino, enviar y recibir correos o administrar las cuentas del banco. Algunos ofrecen también una secretaria -o secretario- que es capaz de aprender los hábitos de su dueño y darle conversación, en el caso de que se aburra.

El móvil se ha convertido, de hecho, en un animal de compañía que nos desconecta del mundo hasta convertirnos en seres asociales cuando por algún catastrófico azar lo perdemos o cae en manos de un caco. Lógicamente, fue un japonés -Tomotaka Takahashi- el que años atrás inventó un teléfono robótico capaz de andar, sentarse y reconocer la cara de su dueño. Una mascota electrónica y telefónica a la que, además, no hacía falta sacar a paseo para que se aliviase. No tuvo especial éxito.

Nada hay de nuevo en estos asombros que proporcionan las nuevas tecnologías. La invención de herramientas a modo de extensiones de nuestro cuerpo comenzó hace ya muchas lunas, cuando el hombre ideó la rueda como sustitutivo de los pies y prolongó su mano por medio de la espada. Posteriormente, la imprenta alumbraría el libro, que extiende las capacidades de la memoria y de la imaginación. Aún vendrían otros inventos como el microscopio y el telescopio, que prolongaban las limitadas facultades de la vista; y el teléfono, que dilataba las de la voz.

La informática y la cibernética compilan ahora esas tendencias, al ensanchar en muchos terabytes las capacidades de la memoria humana y exceder con sus procesadores el límite de cálculo del más dotado de los cerebros. Finalmente, la concentración de casi todas esas ventajas en un escueto dispositivo móvil ha hecho del teléfono la prolongación por excelencia de todas las capacidades del ser humano.

Otra cosa es que el móvil también sea útil para hablar por teléfono, según hemos descubierto días atrás gracias al apagón de WhatsApp, Facebook e Instagram. Quizá fuese una diablura de Mark Zuckerberg, el afortunado dueño de esas tres empresas. Quedan pocas dudas de que el mundo está en sus manos.

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