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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Ciclistas, toreros, conquistadores, blasfemos y otras especies de la derecha española

Pablo Casado, en la plaza de toros de València.

El PP culminó en Valencia su particular Vuelta a España, con Casado ataviado con un maillot rojo que no le viene nada bien y Ayuso de Campeona de la Montaña, aunque a la etapa final de València llegó por los pelos, pues andaba haciendo las américas, con profusión de predicadores y mareantes. El episodio taurino gustó a la afición, restañando heridas abiertas en tan afamada ciudad y Reino por la corrupción, jaleando a impecables políticos salidos de catacumbas y mostrando la apostura de quienes se decían anteayer de centro-izquierda y ahora andan triunfantes, pero descentrados.

En el camino, algunos afamados estudiosos, ex liberales, ex anarquistas y ex de todo lo que no sea un miedo creciente a otros, fueron sumando segundos en las contrarrelojes, arremangándose los camales y afirmando que, al fin y al cabo, la opinión del pueblo no es para tanto si no vota a la derecha de toda la vida y que la soberanía bien entendida empieza por los ricos mismos. Esta llamada Convención, de lejanos ecos revolucionarios, ha sido como una goma: los que gobiernan -menos Madrid, que es mucho Madrid, gorda hasta la náusea, de tragarse España toda y sus antiguas colonias-, clamaban por un poco de sentido común, por no echarse al monte. Pero las jóvenes mesnadas de camisas blancas, no aciertan a imaginar otro horizonte que disputar por el voto del último carlista que sepa contar chistes misóginos, por el sufragio del apostólico irredento que en su valor se amedrenta con la imagen del negro, con la pesadilla del moro y con el espanto del ataque del marica. Valor y al toro, pues. Pero para llegar a Valencia del Cid antes fueron arramblando con la mitad, o más, del patrimonio de tolerancia construido desde Adolfo Suárez; hasta este podio que ansían alcanzar volviendo impracticable la convivencia.

Vox amenaza con organizar otro evento deportivo-patriótico que deje en mera novillada sin picadores esta revuelta giróvaga. Ya veremos en qué consiste, aunque no deberían obviar etapas tan clásicas como la Cruz de los Caídos, el Alto de los Leones y acabar en la Plaza de Toros de Badajoz. No me entienda mal: ya sé -a diferencia de otros empedernidos progres- que Vox no es franquista. Lo digo en serio. Es otra cosa, aunque algunos, repito, se empeñen en ayudarles simplificando la cuestión. Pero las alusiones son pertinentes en cuanto que son incapaces de desautorizar la violencia como regla de construcción prevalente de la Historia de España. Ahí es donde van a esperar al PP.

Una cosa es ponerse de acuerdo en poner banderillas con los colores de la bandera de España y otra renunciar estrictamente a todas las formas de ruptura de la paz social porque se invocan ideales más altos que el consenso constitucional para justificar hechos deleznables. Y aquí caben los delitos de odio, pero, también, la permisividad -¿liberal?- en las relaciones familiares que llegan a “entender” palizas a las mujeres, el respeto al orden natural con la negación de los Derechos a los homosexuales o inmigrantes o el entender que gritar “¡a por ellos!” es la mejor política de orden público para limar las asperezas que provoca la pluralidad de identidades nacionales. O, siendo más sutiles, la violencia simbólica contra la Constitución y la UE, a base de afirmar su respeto, pero negando en la práctica buena parte del texto o de los principios fundacionales del proyecto europeo. Ahí es donde el PP tiene que retratarse, y no en sus fiestecillas con presidentes franceses corruptos. La resolución del TC polaco, instigado por el Gobierno de su país, que declara la supremacía del Derecho interno sobre el europeo, puede parecernos un tecnicismo, pero es un misl contra las instituciones de Europa. Y ese parece ser el proyecto de la extrema derecha: ¿está en eso el PP? Porque no puede evadir estas cuestiones cuando ya ha decidido que va a ganar como sea, quemando las propias naves, pero sabiendo que sólo lo hará si cuenta como gregario a Abascal y los suyos. Y sin caer en la cuenta de que muchas veces, en el glorioso deporte del ciclismo, el gregario da un susto al líder y se queda con maillot, gloria y memoria. Y nao capitana.

Y en tal frenesí están que unos y otros, en sublime sintonía, que andan ciegos de ira con las declaraciones de algunos americanos, la retirada de monumentos y cosas así. He leído que la mayor acumulación de títulos universitarios en las Cortes se da en el Grupo de Vox, lo que no me sorprende, porque son gente de posibles. Muchos amigos se empeñan en decir que al fascismo se le combate con cultura y yo les recuerdo la pavorosa nómina de filósofos, escritores, músicos o científicos -incluidos Premios Nobel- que alentaron a nazis o mussolinianos. Por otro lado, el título universitario solo atestigua que el sujeto sabe unas técnicas pertinentes al logro de determinados objetivos, pero no será la universidad española la que se preocupe por una educación crítica y “culta”. Ese sujeto que llama a una Diputada “¡Bruja!” es Catedrático de Filosofía del Derecho. Pues bien, titulados serán, y los del PP -incluso esos que usted conoce y que parecen ocultarlo-, también.

Pero no es su fuerte la Historia. Salvo aquella que refuerza los mitos con los que se apuntala un relato de España que desemboca exactamente en este minuto en el que las derechas extremadas deben -¡otra vez!- salvar las esencias de la nación. Y ahí está el Descubrimiento de América, y todas las bondades que de ello se derivaron para España, la Iglesia Verdadera, la Lengua amiga del Imperio y los indios, en especial los que murieron. Por eso ignoran la complejidad de los debates postcoloniales y no alcanzan a suponer que, igual que necesitan las guerras de nuestros antepasados como armario donde colgar las glorias a reverdecer, allá también hay patriotas que precisan ejercer una crítica de lo acontecido en sus suelos, rememorar la sangre indígena vertida, las creencias silenciadas y la plata transferida.

Entrar a pesar la verdad es tarea inútil, pero más inútil es apostrofar al que llaman hermano en Historia, Lengua y Fe. Si de estas cosas se cae la convivencia y la tolerancia como ideas fundantes del presente y como enfoque del pasado, es imposible que nada en la Historia tenga sentido: saco sin fondo de violencias mutuas. Caray con los que no quieren hablar de memoria histórica porque esa vuelta al pasado es nociva para la tranquilidad de las almas. Y, por cierto, que la derecha española haya perdido la fe en el Papa americano, jesuita y castellanoparlante, como capellán de sus correrías, precisamente ahora, cuando más necesitan repostar agua bendita, es signo de la Historia, añagaza del demonio o aviso del Altísimo que a mí me llena de justo e inefable gozo y a ellos debería animarles a confesar sus abundantes blasfemias. De esto habrá que volver a escribir en otra etapa.

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