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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

La semilla engendrada

Un hombre lee el periódico en compañía de un niño.

Tras adaptar la novela de Cercas «Las leyes de la frontera», lo ha dejado caer Daniel Monzón con motivo del estreno en cines: «No recuerdo una Transición gris, sino una etapa llena de vida». Lo compro.

Fueron años de efervescencia, un tiempo repleto de sueños y quimeras por alcanzar, en el que mentes de nuevo cuño tomaron las riendas para una transformación en la que se respirara de otro modo. Aunque no en la misma dimensión, el impulso se propició en cantidad de ámbitos. Un joven de aquellos adquirió su primer periódico en el curso que el escritor sitúa la novela y pocos abriles más tarde se atrevió con una cuota robusta de diarios provenientes del Movimiento que, sacados a pública subasta, editores de tronío con no pocos trienios a la espalda dejaron escapar. Poco a poco el mismo emprendedor que viste y calza fue sumando cabeceras hasta formar un anillo periférico con un músculo de aquí te espero. Hoy casi nadie da crédito a que vaya a botar una nueva embarcación en medio del tornado y nada menos que en Madrid. Pero el verdadero riesgo fue el desafío afrontado en los ochenta, lo de esta ocasión podría decirse que en el fondo no es más que cerrar el círculo. O no.

  El pasmo en torno a la época elegida para la salida de «El Periódico de España» se halla tan extendido que, cuando Javier del Pino aludió en su cabalgata fin de semana a una flagrante temeridad, Peridis intervino y situó la acción con su plácida sapiencia: «No, porque el grupo tiene unos cimientos sólidos. Bueno, es como los tabonucos, unos árboles que en el Caribe se juntan para aguantar los huracanes. Los de alrededor caen, pero los tabonucos no los arrancan porque han formado unas retículas todas las raíces». En una travesía de décadas, a periodistas de la casa repartidos en diversos confines les han dicho de todo por indagar hasta los tuétanos dentro de la innegociable independencia con la que han contado, pero que recuerde, jamás nadie los había tildado de algo tan fuerte y pegado al terreno como es llamarlos tabonucos. Francamente ya era hora.

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