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Luis Perant Fernández

Política antibotellón

Cientos de jóvenes se concentran haciendo botellón en Madrid, muchos sin mascarilla y sin respetar la distancia EUROPA PRESS

No pretendo ser catastrofista con la moda del botellón, ni moralista con remedios extremistas, sino reflexivo sobre este fenómeno que bien puede servir de índice para valorar la organización política de nuestra sociedad. Tomar medidas superficiales como la represión no puede ser la solución para esta práctica tan extendida. Tenemos que buscar en nuestro sistema político las causas que generan estas deficiencias.

Los pensadores, los hombres de ciencias, dicen que la verdad no existe, que es relativa, que cada uno tiene su verdad, que cada uno de nosotros captamos la única realidad sirviéndonos de nuestros sentidos, pero interpretándola según nuestra cultura, nuestros conocimientos y nuestros intereses. Sin embargo, el Estado para dirigir una sociedad, necesita “verdades”. Si éstas no existen, tiene que inventarlas. Esto no es una crítica frontal al Estado, ya que, sin éste, reinaría la anarquía y en su estado natural, el hombre es la peor fiera para el hombre. Más aún, bajo cualquier sistema político, sea democrático, liberal-capitalista, fascista, comunista o islamista, el Estado impone sus verdades para “humanizar” a sus ciudadanos o súbditos, con más o menos éxito dependiendo de las técnicas empleadas y de los fines perseguidos. Pues bien, puesto que las verdades no existen, el Estado impone representaciones de la realidad, que la mayoría de los ciudadanos, debidamente socializados asimilamos y compartimos como verdades absolutas, definitivas e incuestionables, pero que en realidad son verosimilitudes. El Estado, dominado por los grupos influyentes, es dueño y señor de la maquinaria socializadora, bombardea la sociedad con sus mensajes de dirección única e impone su realidad, “su verdad”.

Para demasiados jóvenes, el botellón es sinónimo de libertad, amigos, alcohol y todo lo demás, y la diversión se mide en horas, en horas sin dormir, como si fuese una competición, a ver quien consume y aguanta más. Del botellón no se desengancha ni Dios, todos tienen miedo fuera del alcohol, más allá de los colegas no hay nada, si acaso, el desencanto, el vacío, el infinito, la realidad, “la verdad” pero de verdad. Simplemente es la moda, la moda impuesta, claro está. ¿Cuántas carencias esconden estas modas, “estas verdades”? ¡Qué más da! Mientras las macromagnitudes de las economías nacionales se ajusten a los dictados del Banco Central Europeo, qué importa la composición del sector terciario, aunque éste sea generador de actividades ilícitas y nocivas: hay que generar actividad económica a cualquier precio, sin valorar los costes sociales presentes y futuros. Los daños colaterales requieren remedios correctores que a su vez generan actividades económicas.

Mucho tiene que cambiar nuestra sociedad occidental para transformar los avances tecnológicos en calidad de vida, y eso sólo está en manos del Estado (a través de sus Instituciones y de sus Administraciones Públicas) que es el único que dirige la sociedad, el que determina si el ciudadano es sujeto de derecho u objeto de manipulación, el que traza la frontera entre participación o imposición, el que educa al ciudadano para disfrutar de la Fiesta o el que impone la Fiesta para borrar al ciudadano. La solución para los Gobiernos no está sólo en la globalización y el sistema de mercado. La solución para el ciudadano no está sólo en dejar que los grupos de presión económicos, sociales y políticos bien organizados, los llamados lobbies, dirijan el Estado.

En democracia, el ciudadano tiene que participar activamente en política, claro que, para ello, debe tener garantizadas, para él y su familia, sus necesidades básicas, disponer de tiempo libre y haber recibido una educación cívica y participativa. Problema de difícil solución para los millones de parados y contratados temporales, para aquellos ciudadanos que no tienen tiempo ni siquiera de atender, y menos de educar, a sus hijos. Y en cuanto al sistema educativo, ¿para cuándo una reforma racional y no partidista o nacionalista? ¿Para cuándo un sistema educativo dirigido a formar ciudadanos respetuosos con lo público y colectivo, y no organizado en cotos privados de poder para sus dirigentes, desde primaria hasta las universidades?

La democracia muere de no usarla, pero también de maltratarla, sólo es cuestión de tiempo, de políticas, de ciclos, de modas, de “verdades”. Ahora podríamos empezar a hablar de políticas antibotellón…

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