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Jaume Joan Chicoy Mira

VIII Premi 9 d’octubre

Tuvo lugar el pasado jueves la entrega del VIII Premi 9 d’octubre Miquel Grau a mi profesor en la escuela de arquitectura José Ramón Navarro Vera. Maestro de urbanistas y referente para toda la generación de quienes han egresado de la Universidad de Alicante con competencias en su trabajo para influir sobre el territorio.

Se reconoce en ese galardón su contribución a la libertad, una palabra hueca en el paisaje moral de hoy en día. Una palabra que nos viene grande y una palabra sin embargo que a él se le amolda oportuna. Una palabra que, como dijera apropiadamente Ramiro de Maeztu “no tiene su valor en sí misma: hay que apreciarla por las cosas que con ella se consiguen”. Una palabra, esa libertad, con la que durante su trayectoria ha alzado él su voz para posicionarse con convicción democrática del lado de quienes siempre pierden.

Las aportaciones de su trabajo como ingeniero y catedrático han estribado durante años en preocupaciones que tienen que ver con la poética de la disciplina, con la vocación portuaria de la ciudad y su relación con el mar, con la ausencia de la neutralidad de la técnica y de quienes la practican. Los temas sobre los que ha investigado son el testimonio presente del patrimonio construido, el interés de la sociedad en el urbanismo sobre el interés particular y el poder económico, que es también el principio del uso común de los bienes creados; el espacio público y el vínculo de su construcción con el pensamiento y la política. El respeto a los valores de la diversidad. El orden de magnitud, en fin, de los problemas a los que nos enfrentamos. Cosas inútiles en un currículo académico que nos preparan para ocuparnos de todas esas otras cosas más grandes que forman parte de la vida. Cosas que se amontonaban en sus clases caóticas llenas de esas reflexiones atropelladas y que él parecía entender como reflejo del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, espacios de absoluta libertad y absoluta asunción de responsabilidad.

Hablo como alumno, pero alumnos y alumnas suyos somos quienes le leemos, le escuchamos, le vemos atendiendo como la más importante cada una de las iniciativas desde las que le reclaman.

Cada cual y por eso podemos atribuirle una virtud que lo hace merecedor. La mía es la más importante en la docencia -quien entiende la docencia como la simiente del futuro y del progreso- que es hacernos sentir personas independientes y concernidas por el destino de nuestro territorio. Empujarnos a quererlo y a cuidarlo. Inspirarnos, involucrarnos.

En ese camino yo he podido entender que nuestro destino es el de quienes no consiguen aquello por lo que luchan y creo también que así lo entendió él cuando junto con Jorge Olcina eligió el plano de la Ciudad Ideal de Vitruvio como imagen para el “Aula de la Ciudad”, su espacio de debate en la Sede de la UA. Es el plano de una de esas utopías que tanto anhela, como el Shangri-La, como el Edén, como la Yanna o ese Jardín de las Hespérides que da sentido a esa lucha por el derecho a la ciudad y que por imaginada sabemos que es imposible pero necesaria.

El próximo día 18 de octubre nos propone una nueva sesión de esa Aula para hablar de los barrios de Alicante en la que, como también dijo Calvino, “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”.

Sin que sea una crítica o un demérito, es él tanto como Miquel Grau y las personas que le han precedido en este reconocimiento quienes dan prestigio a este premio y sus valores. Y por eso yo me alegro tanto. Felicidades.

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