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Etarras

El etarra Henri Parot.

El pasado 18 de septiembre, sábado, estaba previsto que se celebrase un acto, marcha o manifestación, en Mondragón (Guipúzcoa), relacionado con el etarra, actualmente encarcelado, Henri Parot. La elección de esa localidad tiene que ver con el hecho de que parte de su familia reside allí. En contra de ese acto se han escuchado bastantes voces, algunas sensatas, por entender que se trataría de una exaltación del terrorismo. Yo discrepo de esa opinión. Me encanta ver manifestarse a esa gente. Y voy a tratar de explicarlo.

Los organizadores del acto pertenecen al Colectivo Sare Herritarra, organización próxima al mundo de ETA, de Sortu, de Bildu, teóricamente nacida para defender los derechos de los presos vascos. Como el citado Parot lleva encarcelado 31 años pretendían marchar esos kilómetros. Al final el líder, o portavoz, o lo que sea, de Sare, Joseba Azcárraga (que llegó a ser consejero cuando militaba en Eusko Alkartasuna), compareció ante los medios de comunicación y dijo que no pretendían exaltar a los presos, solo recordarlos y exigir el fin de encarcelamientos que ellos califican como de cadena perpetua, pero que ante las reacciones habidas suspendían la marcha. A cambio sí se concentrarían para recordar esa situación inhumana, a su juicio.

El citado sábado se concentraron unas cincuenta personas, con unos folios en las manos con diferentes lemas. A algunas personas les ha escandalizado. A mí, ya lo he escrito más arriba, me ha encantado. Mirando las imágenes de esas personas, con esos carteles, me las imagino, a unas cuantas, con otros objetos en las manos, pistolas o bombas, y utilizándolas como lo han hecho en los últimos años, matándonos, y siento una gran alegría al verlas con simples papeles. Gritando, pidiendo, lo que hacemos los ciudadanos decentes, a cara descubierta y dejando que los demás nos vean. 

Dentro de unos días, el próximo 20, se cumplirán diez años desde que la dirección de la banda terrorista ETA anunció su disolución y el fin de sus actividades criminales. Puede ser, por tanto, un buen momento para recordar lo que ha supuesto esta organización. Suele aceptarse que fueron los asesinatos del policía Melitón Manzanas y del guardia civil José Pardines, ocurridos en 1968, los que dieron inicio a la carrera criminal de esta banda y no fue exactamente así. Años antes, en 1960, hubo un acto violento que no tuvo tanta repercusión ya que se trató de un accidente, según los autores. Un bebé, Begoña Urroz, murió cuando se encontraba en su carrito y una bomba, colocada por activistas de ETA, explotó en la estación de trenes de Amara (San Sebastián). Desde aquella fecha un total, aproximado, según las fuentes, de 850 personas han perdido la vida por acciones asesinas de jóvenes, hombres en su mayoría, ebrios de una ideología estúpida que les hacía pensar que la muerte de un niño, causada por una de sus bombas, les acercaba al objetivo de la independencia. Hombres, mujeres y niños; policías, guardias civiles, militares, empleados de gasolineras, empresarios, funcionarios; todos, absolutamente todos, hemos sido objetivos potenciales de algún atentado, como blancos o simplemente como posibles daños colaterales. Dolor, un inmenso dolor, eso es lo único que han provocado.

Y les hemos vencido. Por resistencia. Si el ejemplo de Ghandi con su movimiento de no violencia, de actitud pasiva ante los violentos, ha sido destacado como un gran ejemplo, deberíamos declararnos seguidores entusiastas de aquel visionario. Todos hemos tenido nuestro protagonismo, unos más pasivo, la mayoría, resistiendo, sin más, y otros más activo: jueces, fiscales, guardias civiles, policías, funcionarios, militantes democráticos en el País Vasco. Insisto: les hemos vencido. La violencia, la muerte, el terror de estos asesinos no ha salido triunfante. Y lo vemos en sus caras, no hay más que observar las imágenes de la concentración en Mondragón. Nos odian, como siempre, pero ya no nos matan. Ahora se manifiestan, y a mí me alegra mucho que lo hagan y poder verlo.

Quiero terminar estas líneas haciendo una recomendación. Acabo de realizar una visita, en Vitoria, al Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo. Se trata de una fundación cuyo presidente de honor es el rey Felipe VI. A la inauguración, el 1 de junio de este año, asistieron el monarca, el presidente del gobierno de España, el de la Comunidad Autónoma del País Vasco, el alcalde de la ciudad, representantes de casi todos los grupos políticos y, algo muy importante, de las asociaciones de víctimas, que no mantienen las mejores relaciones entre ellas. Está situado en un edificio que fue la sede del Banco de España, en la calle Lendakari Aguirre, en pleno centro de la capital alavesa. Espectacular, sobrecogedor, visita obligatoria para quienes no queremos olvidar lo ocurrido con el terrorismo de ETA, especialmente, aunque no solo.

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