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Hay gente pa to

   Cuentan que, allá por los años cuarenta del siglo pasado, el torero Rafael El Gallo y el filósofo Ortega y Gasset coincidieron en una fiesta en Madrid. Tras ser presentados, el diestro preguntó que quien era “aquel gachó con pinta de estudiao”, a lo que le respondieron que era un filósofo, una persona que estudiaba y reflexionaba acerca de la esencia y los fines últimos de las cosas; en resumen, alguien cuya profesión consistía en pensar. El silencio se impuso y tras unos segundos, el torero sentenció: “hay gente pa to”.

Lo que no sospechaba El Gallo es que su frase iba a dar la vuelta a España. Y menos aún que hoy en día, ochenta años más tarde, seguiría utilizándose con una actualidad, si cabe, más acentuada que la que tuvo en el momento de su nacimiento.

No tengo redes sociales. Por esta simple razón desconozco la identidad de quienes tienen por profesión publicar su vida y milagros por internet. Además, nunca me he interesado por ese mundo paralelo, inexistente en la materia, que no es otra cosa que un sucedáneo de la vida, de lo que puede palparse, beberse y respirarse. Sigo prefiriendo conversar cara a cara, en la calle, en el bar de la esquina. Y mis amigos son de carne y hueso, mueven la boca y emiten sonidos. A veces no piensan lo que dicen y otras dicen lo que piensan. Como antes hacíamos todos. Un día llegan mal vestidos y el siguiente un poco mejor. Los filtros no existen. Las malas noches se pagan y las buenas, todavía más. Así es la vida. Mejor y peor al mismo tiempo. Pero es la vida. Y lo otro, lo que sucede en la red, no lo es.

Digo esto porque esta semana, revisando la lista de los libros más vendidos en nuestro país, me ha parecido extraño que el primero de ellos fuera de una tal Vecina Rubia, alguien (o algo) que me era totalmente desconocido. Sin duda ha sido raro porque me considero un lector voraz y suelo estar atento a las novedades literarias. Ésta, sin embargo, me era ajena.

¿Quién sería esta Vecina Rubia que ha conseguido desbancar a Pérez Reverte al segundo puesto? Su última novela, El Italiano, es magnífica, por lo que el libro escrito por esa Vecina debía ser una obra de arte, algo así como la belleza revelada a los profanos, los sencillos lectores.

El título ya era sospechoso. La cuenta atrás para el verano: la vida son recuerdos y los míos tienen nombres de persona. Daba la impresión de ser un libro de autoayuda, pero en la portada estaba escrita la palabra novela, de modo que me dispuse a investigar. Resulta que Googlebooks te permite leer las primeras páginas de determinados libros para que, si te complace lo que ves, puedas luego adquirirlos. Así pues, escribí el título en internet y comencé a leer.

Para mi sorpresa, el capítulo uno se titulaba “Me enamoré hasta las trancas”. Y acto seguido, la presunta escritora decía lo siguiente: “Las llaves, el amor y las noches más divertidas se encuentran cuando no las buscas”.

Fue suficiente. No pude seguir. Me apasiona la literatura y, en consecuencia, detesto que se talen árboles indiscriminadamente para producir objetos que, si bien en apariencia son libros, cuando los abres y comienzas a leer, rápidamente descubres que, en verdad, han sido creados para que tu taza de café pueda apoyarse en algo que evite que el líquido se derrame sobre tu mesa.

Ahora bien, ¿cómo es posible que esta anti-novela se haya erigido en el libro más vendido de España? Fácil. Esa tal Vecina Rubia, cuya existencia me era desconocida hasta esta semana, es todo un fenómeno en internet. En concreto, en las redes sociales Instagram y Twitter, donde tiene cientos de miles de seguidores que esperan impacientes sus publicaciones para saber cómo tienen que comportarse, hablar, relacionarse con sus parejas e incluso para informarse de qué es una vacuna, la importancia de donar médula o el porqué de las políticas regionales sobre la reproducción del berberecho gris. A saber, cientos de miles de seguidores que esperan impacientes sus publicaciones para saber cómo vivir.

La Vecina Rubia es uno de los nuevos referentes sociales que, en sustitución de los intelectuales clásicos, en sustitución de Ortega y Gasset, María Zambrano, Gustavo Bueno o Fernando Savater, se han erigido en los faros que guían las perdidas almas contemporáneas.

Y claro, qué mejor forma de hacerlo que escribir un libro, qué mejor forma de ganar un dinerillo extra que aprovechar esos cientos de miles de seguidores que seguro comprarán su obra. La literatura convertida en un negocio, el intelecto al servicio de la estulticia y del capital. Poderoso caballero es don Dinero, dijo don Francisco de Quevedo.

Por todos es conocida la frase que, según el Evangelio de San Mateo, dirigió Jesús a sus discípulos: “los últimos serán los primeros”. Sólo espero que, más temprano que tarde, la propiedad conmutativa opere en sentido inverso y el orden de los factores sí altere el producto. Será entonces cuando los primeros, las vecinas rubias, se convertirán en los últimos. Y será entonces cuando veamos de nuevo a Pérez Reverte en la posición que le corresponde: el número uno, el más vendido y el más leído.

Mientras tanto, parafraseando a Rafael El Gallo, seguiré diciendo que “hay gente pa to”.

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