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Manuel Alcaraz

La plaza y el palacio

Manuel Alcaraz

Mazón: Entre el perdón del pasado y las culpas del futuro

Mazón y Puig conversan, en la Gala de los Importantes.

 El hecho de que Mazón lleve toda una vida metido en política -incluido su agotador periodo en la Cámara de Comercio-, no significa que haya actuado en política de manera que su experiencia le sirva en su ambición de ser President de la Generalitat. Ha probado vocación, pero no que merezca ser denominado Muy Honorable. Quizá, por ello, a él, que se las prometía muy felices tras la convención del PP, se le ve ahora contrariado. No sé si es porque bastaron unos pocos días para que el PSOE, también en territorio valenciano, le haya ganado por la mano en la imagen de partido unido y hasta preocupantemente disciplinado. Siquiera sea porque el PSOE -y Compromis- pueden exhibir una serie de nombres y trayectorias con prestigio suficiente como para que él tenga que hacer el malabarismo de practicar la minería en el pasado. Justo lo contrario de lo que hicieron en 2015 las fuerzas del Botànic. Y ahí empiezan sus problemas.

Sonia Castedo anuncia su particular convención, toreando en un restaurante de sobra conocido por quienes vivieron de agasajos y palmaditas en la espalda, en la mejor cosecha del PP local, esa que Mazón quisiera rememorar. Porque, al fin y al cabo, Barcala se limita a la gestión estricta de unas exiguas rentas políticas, sin mostrar ni ambición ni imaginación. Lo que seguramente es lo que le sea más útil.

Con un patio municipal fragmentado, con el aroma de varón dandy de Vox en el cogote, y la nada despreciable inutilidad de Ciudadanos, Barcala sólo puede limitarse a hablar de ascensores, prometer museos de Semana Santa, amenazar con un Hermitage que no sabe dónde poner ni para qué serviría o salvar a un extraño ser empeñado en destruir la educación. Y, eso sí, impostar una enfermedad de garganta para ponerse desagradablemente gritón cuando está en presencia de algún mandamás de su partido. Lo que, por cierto, no le sale nada bien: ni le dan Guinnes ni nada. Su programa oculto es lo que mejor sabe hacer: estar oculto detrás de sí mismo. Y que pase el tiempo. La oposición se lo perdona, pese a su apariencia epiléptica al exigir cotidianamente dimisiones y saltar como pulgas, de tema en tema, sin poner el huevo en nada que pueda interesar y activar a más de 50 personas para forjar alianzas con la sociedad dilatadas y creíbles. Pero Barcala no irá al tentadero de Castedo. Ni Mazón. Porque si fueran, la lógica exigiría que allí mismo se rindieran, se clavaran mutuamente estoques y anunciarán que la Inocencia en persona volvería a ser alcaldesa. Y Ortiz macero mayor del Reino. O picador. O cualquier cosa que se le pueda dibujar. Mientras Alperi surca el puerto en un catamarán con cañones.

¿Escena extraña a fuer de patética? Lo es. Pero es que exactamente eso es lo que Mazón reclama para València capital. Tras reivindicar la València de Rita, deduzco que lo que quiere decir es que, si Barberá estuviera aquí, no sería Catalá la candidata, sino Rita, por siempre Rita. Y su elenco de fastos impagables -a veces en sentido estricto-, de populismo marrullero desatado. Lo que no sé es porque Mazón mismo no renuncia y propone al bueno de Camps para ser investido como candidato -lo de investido no oculta broma alguna-. ¿O es que no fueron clamorosamente insuperables los tiempos de Camps, según su entrañable lógica de encontrar en el pasado la esencia misma del futuro? Esto si es memoria histórica y lo demás son tonterías, aunque vayan mal de refugios. Él era de Zaplana, pero, claro, el argumento no es muy decisivo en orden a afirmar convicciones éticas.

O sea, que Mazón, a poco que empieza a argumentar, apenas apagadas las mechas de la pirotecnia, se ha liado. Me parece que su sendero de gloria se le va a convertir en un calvario largo, muy largo. Y la clave vuelve a estar en la culpa y el perdón. Lo que la derecha es incapaz de gestionar, porque se sale siempre por los bordes de su esquema ideológico, porque sigue sin poseer una estructura de reflexión que le permita ubicar en el devenir histórico -de la gran historia o de la pequeña historia- su legado. Las épocas de Rita, Castedo y Camps fueron, a sus ojos, heroicas, porque el negocio creció y sus amigos y aliados se alzaron con ganancias económicas y simbólicas extraordinarias. Pero siguen sin entender que el precio pagado en capital social, autoestima, generación de fuentes de riqueza menos dependientes de la coyuntura, etc., sigue pesando en la sociedad valenciana. Y eso no se arregla ni con sentencias exculpatorias -a veces ceñidas por la amarga compensación de la prescripción-. Ya es otra cosa de lo que se habla. No sé si no quieren entenderlo o no pueden. Y no sé qué es peor.

Esta semana se ha conocido la implicación judicial de casi 50 cargos de la etapa popular en Valencia. ¡Aún! Lo mismo sus maldades ya han prescrito. Y, por supuesto, su presunción de inocencia es adorno en el que no hay que insistir, como en la palma en manos de los mártires. Pero, políticamente, es otro martirio. Y Mazón, gallito, como corresponde, tras haber superado esa fuente de mal fario en que concluyó la Convención del PP, dice que no, que ya está bien, que basta de pedir perdón. Yo le entiendo: en el manualillo de gestión política que usan los dirigentes de la derecha, dice que pedir perdón viene a ser reconocer culpa. Bueno. Lo malo para ellos es que para gran parte de la sociedad valenciana esa es la memoria principal que han dejado. Y cada vez que el recordatorio sale de las Salas de lo Penal, han de pararse a pensar.

Sin duda, como pago de mis muchos pecados, mis cuatro años de conseller fueron vividos parlamentariamente en un escaño bajo el de Isabel Bonig y su agrupación de hooligans, y no pude evitar escuchar muchas de sus conversaciones -cuando Bonig habla en voz baja lo hace más alto que un pregonero-. Algunas no las contaré por pudor. Pero sí puedo rememorar el veneno que lanzaba cada vez que hubo de subir a la tribuna a pedir perdón, o a recordar que ya había pedido perdón, o a anunciar que nunca más pediría perdón, o a proclamar que, aunque anunció que nunca más pediría perdón, ahora ratificaba que sería la última vez que pedía perdón. Etcétera.

Pues ahí tenemos a Mazón, bien emplazado. La renovación era esto. Y el nudo se aprieta una vez más: o centra su estrategia en anunciar el pasado, y entonces se topa con la ley, la ética y deberá pedir perdón; o se va hacia delante y nos explica hasta dónde quiere depender de Vox. No tiene otra.

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