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Carlos Gómez Gil

Rehenes de la crispación en Alicante

Barcala, durante un pleno reciente

Durante mucho tiempo, una y otra vez como un martillo pilón, Luis Barcala mientras lideraba la oposición criticaba con dureza las energías perdidas por las continuas polémicas y enfrentamientos entre los componentes del gobierno municipal del tripartito de izquierdas. Y razón no le faltaba, porque a estas alturas y con la perspectiva que da el tiempo, pocos dudan del daño que estas disputas causaron y la desazón que provocaron en la ciudadanía. Hasta el punto de que Barcala llegó a comprometerse, tras su investidura como alcalde en la que contó con la colaboración de la tránsfuga de Podemos, Nerea Belmonte, a “eliminar todo tipo de bronca, enfrentamiento o disputa, escuchando y facilitando el diálogo”, como recogió este diario en la entrevista realizada tras su toma de posesión. Pura palabrería.

En este punto de su mandato se puede afirmar que Barcala ha eliminado las disputas públicas internas entre los partidos que gobiernan el Ayuntamiento (PP y Ciudadanos, con el velado apoyo de Vox en lo sustantivo), para sustituirlas por las broncas externas sistemáticas y continuadas contra la Generalitat y el Gobierno central.

Efectivamente, si por algo se caracteriza ahora el Ayuntamiento de Alicante y su alcalde es por el tono bronco y desafiante de sus declaraciones públicas, manteniendo una actitud de permanente enfrentamiento, siempre con reproches agrios y acusaciones desmedidas, con peticiones de dimisión para responsables de instituciones y organismos de la Generalitat valenciana y del Gobierno central, incluyendo el propio presidente de la Generalitat, Ximo Puig, así como el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Sin dejar títere con cabeza, el alcalde, Luis Barcala, ha hecho de sus continuas descalificaciones una seña de identidad, cambiando las polémicas internas de la época del tripartito por trifulcas externas contra todo aquel que no sea del Partido Popular, sin respetar con frecuencia el necesario respeto institucional o anteponer el interés para la ciudad y sus vecinos.

Y en esta especie de campo de batalla en que ha convertido Barcala el Ayuntamiento de la ciudad que gobierna, cuenta con un equipo muy desigual. Por un lado, algunos concejales que tratan de llevar adelante su gestión sin muchos sobresaltos, sin insultos ni provocaciones, algo que a estas alturas es muy de agradecer. En este grupo se pueden mencionar a Adrián Santos Pérez, de Ciudadanos o José Ramón González y Manuel Villar, del PP. Qué ambientazo habrá generado este gobierno municipal para que muchos agradezcamos simplemente que no se insulte habitualmente, que no se falte a la verdad como norma y que no se nos trate de engañar como estrategia. Pero luego tiene a otros compañeros de viaje que, o bien se ponen de perfil y se evaporan ante muchas de sus responsabilidades, con la vicealcaldesa Mª Carmen Sánchez a la cabeza, o bien actúan como auténticos “hooligans”, haciendo de su actuación pública una continua provocación. Antonio Manresa, de Ciudadanos, y Julia Llopis, del PP, lideraran este grupo de aguerridos ediles que han convertido su mandato en una batalla ideológica y de supervivencia desplegada contra buena parte de los destinatarios de sus competencias municipales, sin ahorrar descalificaciones y continuas salidas de tono.

Y en esta lucha por la crispación y el enfrentamiento promovida por el gobierno municipal de Alicante, todo vale: devolver ayudas sociales para las personas más vulnerables, retrasar la gestión de expedientes tan necesarios como la Renta Valenciana de Inclusión o la Dependencia, dejar de tramitar proyectos para mejorar colegios públicos o construir otros nuevos, anunciar la renuncia a subvenciones para promover actividades extraescolares para los menores con escasos recursos o paralizar la gestión del Teatro Principal, llevando más de dos años sin nombrar a su nuevo director, sin dejar de lanzar acusaciones y descalificaciones contra uno de los socios de la entidad, la Generalitat Valenciana, que precisamente entró en el accionariado para ayudar al Ayuntamiento a solucionar sus problemas económicos.

Lejos de trabajar para tejer alianzas, generar sinergias e impulsar una ciudad paralizada, mejorando con ello la vida de los alicantinos, como haría cualquier regidor que amara su ciudad, se antepone la gresca, la bronca y la provocación permanente. Alicante y sus vecinos nos hemos convertido en rehenes de la política de crispación y enfrentamiento liderada por el alcalde, Luis Barcala, a costa de dejar escapar proyectos e inversiones cuando tanto se necesitan en esta etapa de reconstrucción.

Pero claro, tantas energías dedicadas a tantas batallas abiertas impiden que nuestro Ayuntamiento se dedique a lo fundamental, mientras la ciudad rebosa abandono por sus cuatro costados. Cerca de dos años con el ascensor del Castillo de Santa Bárbara cerrado, sin abrirlo durante estos meses de llegada de turistas y de recuperación de la ciudad. Nuestro monumento más emblemático con su ascensor fuera de uso y sus accesos cerrados, sin que ningún concejal se responsabilice de tanta desidia.

Se cuenta que Marco Aurelio, apodado “el sabio”, uno de los cinco buenos emperadores de Roma, cuando paseaba por la ciudad llevaba por detrás a una persona para que cuando arreciaran las aclamaciones y vítores se le acercara y le repitiera: “Recuerda, solo eres un hombre”, recordándole así sus limitaciones. ¿No hay nadie en los alrededores del equipo de gobierno municipal y la Alcaldía que, en lugar de jalear y aclamar esta política disparatada de enfrentamientos, explique que esta estrategia es contraproducente para la ciudad y dañina para los alicantinos? Que miren hacia Málaga y su alcalde, también del PP, con una ciudad referente del Mediterráneo y un alcalde que es ejemplo de buen hacer y saber estar, siempre respetuoso.

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