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Antonio Balibrea

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Vuelven los golpistas

Golpe de estado militar en Sudán

Golpe de estado militar en Sudán Agencia ATLAS | Foto: EFE

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Golpe de estado militar en Sudán Antonio Balibrea

Es como si hubieran abierto la veda. El desbarajuste económico surgido con la pandemia, y sus secuelas está animando a las potencias regionales a resituarse y tomar posiciones por lo que pueda venir. Los golpes de estado están de buen año, y los golpistas de vuelta. Ha habido más derrocamientos en África este año que en los cincos anteriores. Podíamos culpar a la pandemia, porque seguramente forma parte de sus secuelas. En África Occidental, los militares de Mali, Guinea y Chad derrocaron a los gobiernos en ejercicio. Siguió Túnez, y en esta semana Sudán. Más la situación en Libia

En el caso de Sudán, en octubre de 2020 se firmó, con el aval de la ONU, la paz de Yuba. El país ha enfrentado primero la crisis de Darfur, la región limítrofe con Chad en la zona oriental; la escisión de Sudán del Sur que dividió por mitades la región petrolífera meridional. El conflicto y la pobreza son las principales causas de inseguridad alimentaria en Sudán. Quienes residen en las áreas afectadas por la guerra, Darfur y Sudán del Sur, todavía siguen dependiendo de ayuda humanitaria. Mucho más que en los estados norteños, musulmanes en su mayoría, que tienden a ser más ricos, y menos dependientes de la agricultura. Sudán exporta petróleo por miles de millones de dólares al año. Las ganancias se dividían igualmente entre el norte y el sur. Sin embargo, más del 80% de la producción proviene del sur. Pero la mayoría de las tuberías y los puertos de embarque están en el norte. Yuba es un acuerdo para la transición democrática en ese extenso país. El Consejo de Seguridad prolongó la “Misión Integrada de Asistencia de las Naciones Unidas para la Transición en el Sudán (UNITAMS) hasta junio de 2022 y solicitó al Secretario General que le informase cada 90 días sobre la ejecución del mandato de la Misión y sobre los progresos realizados” (S/2021/766). Antonio Guterres en su último informe de septiembre describe las variaciones en materia política, de seguridad, y socioeconómica, en la protección de los civiles, de los derechos humanos y estado del derecho, y la situación humanitaria. El papel de la ONU con la UNITAMS se centra en la asistencia para la transición política, apoyo a los acuerdos de Yuba y la asistencia en Darfur, y apoyar el conocido como “fondo de paz del Sudán”. Alemania, Gran Bretaña, y Suiza aportaron recursos para los trabajos de la ONU, EE.UU. ha paralizado los cientos de millones de dólares tras la visita del enviado especial de Biden, en vísperas del golpe de estado.

Más de dos años después de la revolución de 2019, que acabó con la dictadura de al-Bashir, “la transición democrática en el Sudán sigue enfrentándose a importantes retos”, concluye el informe. El acuerdo estableció una bicefalia: por un lado, el destituido primer ministro, Abdalla Hamdok que debía dar los pasos para desmantelar los restos del antiguo régimen, luchar contra la corrupción, reformar el sector militar y de seguridad, fortalecer la soberanía nacional formar el Consejo Legislativo de Transición, además de pedir cuentas por décadas de atrocidades cometidas bajo Bashir; y por otro, el presidente del Consejo Soberano, teniente general Abdel Fattah al-Burhan, que ha dado el golpe de Estado.

Igual que todo el Sahel es la región más pobre e inestable de África. Sudán tiene una importante producción de petróleo; es ribereño del Mar Rojo por dónde pasan camino de Suez las mayores exportaciones de crudo, ruta estratégica que comparte con Somalia y Yemen, también en guerra. Está atravesado de norte a sur por el Nilo y la regulación de sus aguas, como ha pretendido Etiopía con la “Gran Presa del Renacimiento Etíope”, afecta directamente a Egipto y Sudán. Mientras en el Sahel Occidental franceses, norteamericanos y europeos, incluida España, han potenciado el crecimiento económico y el mercado común de África Occidental (CEDEAO) con el apoyo de la Unión Africana. Su importante presencia militar – más de 15.000 efectivos- se justifica por su luchar contra el Frente Islámico del Sahel y, probablemente Francia en particular, no es ajena a los golpes de estado en Mali, o Guinea.

En la pugna regional, Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos apoyan a los golpistas en Sudán frente a sus adversarios geopolíticos -Qatar y Turquía-. Este enfrentamiento está más claro en Libia y Túnez y en el conflicto palestino-israelí. Los bruscos cambios en la política exterior USA desorientan y descolocan a los apoderados regionales. 

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