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Miguel Ángel Goberna

¿Es Singapur un país para niños?

Imagen de Singapur

Cada vez que paso por esta ciudad-estado de 5.7 millones de habitantes (un 75% de ascendencia china y un 13% malaya) me asombro de la locuacidad de sus taxistas, que acostumbran preguntar al viajero qué le llevó hasta allí y qué le parece su país; a continuación hacen un elogio de su proverbial seguridad ciudadana, de su limpieza, de su opulencia (es el 3º del mundo en renta per cápita) y de su sistema educativo (siempre entre los cuatro mejores en las pruebas PISA, concretamente el 2º en 2018 y 2020 tras la ciudad de Shangai), y exhiben los logros académicos, profesionales e incluso matrimoniales de sus hijos; finalmente, interrogan al viajero sobre sus retoños, reprendiéndole amablemente si no se ajustan a su canon, al que me voy a referir más abajo.

Para los singapurenses, la educación es una prioridad a la que consagran tiempo y dinero, afirmación que ilustraré con un par de ejemplos. Mi hija, profesora en una escuela internacional de Singapur desde hace casi una década, se sorprendió cuando, al poco de llegar, varias madres -inspiradas, según supo luego, en el culto al esfuerzo de Confucio- le pidieron que exigiera más a sus hijos, no que les subiera las notas (que es lo que suelen pedir las madres españolas cuando se citan con los profesores). Como el objetivo –no siempre alcanzable- de los padres singapurenses es que sus hijos cursen estudios universitarios en la Universidad Nacional de Singapur (UNS) o en una buena universidad extranjera, presionan a sus hijos desde su tierna infancia para que se esfuercen al máximo. Una de las universidades extranjeras de referencia para los singapurenses es la de Nueva Gales del Sur (UNSW de sus siglas en inglés), con sede en Sydney. Me contaron mis colaboradores de la UNSW que muchas familias singapurenses compraban casas cercanas al campus, para que se alojaran allí sus hijos admitidos por la UNSW, lo que suponía una inversión cercana al millón de euros. En cierto momento, la dirección de la UNSW pensó que podría hacer su agosto creando una sede en Singapur. Carso error: la sucursal de la UNSW en Singapur fracasó porque enviar sus hijos al extranjero -a cualquier precio- formaba parte del plan de muchas familias. La UNSW cerró aquella sede y aún está por ver -a causa de la covid- si se recupera la antigua matriculación de alumnos singapurenses.

No se entiende el presente si se desconoce el pasado. El poder político en Singapur lo ejerce desde que se declaró independiente de Malasia hace 56 años -personalmente o mediante testaferros- la familia Lee, cuyo patriarca y padre fundador del país, Lee Kuan Yew, creía en la eugenesia y, en particular, en el carácter hereditario e inmutable de la inteligencia, por lo que le parecía deseable esterilizar a las mujeres de escasa cualificación académica y fomentar la endogamia de los más inteligentes. De ahí que creara, en 1984, una Unidad de Desarrollo Social, encargada de emparejar a los jóvenes singapurenses presuntamente más inteligentes organizando, v.gr., cruceros gratuitos a las islas Maldivas para los egresados de la UNS.

La primera selección de los niños en este paraíso de los docentes (por retribuciones, reconocimiento social y formación permanente) se produce al ingresar en primaria, a los 7 años, en dura pugna por hacerlo en los colegios públicos de mayor calidad. El 1º criterio de admisión es el arraigo en el centro (existencia de hermanos y/o padres alumnos o exalumnos) y el 2º que los padres hayan prestado servicios gratuitos al centro, con al menos un año de antelación a la inscripción, como ayudantes de jardinería, de comedor o de biblioteca. El proceso de separación de los alumnos “listos” (con futuro académico) de los “torpes” (llamados vocacionales) empezaba a los 9 años hasta la controversia causada por la comedia satírica I am not stupid, film escrito y dirigido por el singapurense Jack Neo en 2002. Ahora los estudiantes realizan a los 9 años pruebas que determinan el nivel (alto, estándar o básico) al que tomarán las asignaturas hasta los 12 años, que es cuando realizan el temido examen final de Primaria (PSLE por sus siglas en inglés), que nosotros llamaríamos “examen de selectividad para el ingreso en institutos de secundaria”. Según Lucy Creham (Cleverlands, Unbound, 2016), principal fuente de información de este artículo, los examinandos quedan clasificados en una de las siguientes líneas educativas:

1. Programa integrado (8%), para los predestinados a cursar estudios superiores en la UNS o en universidades extranjeras de prestigio.

2. Línea exprés (60%). Al 20% mejor de ellos se les permite la incorporación al programa integrado en el curso preparatorio para la universidad (a los 17 años).

3. Línea académica normal (20%), que conduce a un centro politécnico (término que tiene connotación negativa en los países anglosajones) o al Institute of Technical Education (ITE, siglas reinterpretadas burlonamente como It’s The End).

4. Línea técnica normal (11%), que conduce directamente al ITE.

5. Suspendidos (1%), que pueden repetir cursos o conformarse con estudios vocacionales (sin pasar exámenes serios) en una escuela técnica.

Conviene observar que, de acuerdo a los sucesivos informes PISA, aunque el sistema educativo singapurense no produce resultados igualitarios, sí consigue alcanzar una tasa alta de jóvenes que superan niveles básicos en lectura, matemáticas y ciencias, lo que les permite una buena inserción laboral.

El blog de una sicóloga de empresa singapurense, Petunia Lee (M), reprodujo el siguiente diálogo acerca del PSLE entre ella y su hijo de 12 años (H):

H. Mami, esto pasa [la gran dificultad de los exámenes] porque, a medida que diferentes grupos de estudiantes pasan por el sistema educativo, los niños se vuelven cada vez mejores. Esto obliga al gobierno a elevar el nivel del PSLE.

M. Sí, pero, ¿dónde acabaremos? Dentro de 10 años los estudiantes de PSLE tendrán que investigar para poder ingresar en una escuela secundaria.

H. Eso no ocurrirá, mami. Es como una burbuja, ¿sabes? Acabará por estallar.

M. ¿Cómo? ¿Qué tiene que ver eso con tu PSLE?

H. Verás. Conforme el gobierno aumenta el nivel de exigencia del PSLE, la burbuja de habilidades y conocimiento crece y crece. Y, cuando los estudiantes ya no puedan más, se suicidarán en masa. Entonces la burbuja se deshinchará al verse obligado el gobierno a bajar el nivel de exigencia para que no desaparezcan los niños (…). Y no te preocupes por tu nieto porque pienso que, para entonces, la burbuja ya habrá reventado.

Añadió M, como colofón al diálogo: “Para triunfar en los exámenes, los niños deben leer materiales concebidos para niños 4 o 5 años mayores que ellos (…). Los padres con ingresos bajos carecen de las habilidades necesarias para ayudar a que sus hijos llenen ese hueco entre sus libros de texto [lo que les enseñan] y los exámenes [lo que les exigen]”. A falta de datos oficiales, les tranquilizará saber que -según mi informadora sobre el terreno- los suicidios son muy infrecuentes, pero no las autolesiones.

Terminaré con una cita a Lucy Creham que contiene una interpelación a los lectores y una advertencia: “Cuando una pasa cierto tiempo en este sistema, también ve su lado menos brillante. El futuro de los niños se decide a una edad temprana en función de resultados que están fuertemente influidos por las tutorías privadas y por una estructura intensamente competitiva que ejerce presión sobre los estudiantes en todos los niveles. ¿Quieren esto en su país? (…). Este sistema no funcionaría en países occidentales en los que se atribuye el fracaso escolar a un déficit de inteligencia (que se cree inmutable) y no a la falta de esfuerzo”.

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