Fue en el estante de una biblioteca donde encontré el primer poemario de Cristina Peri Rossi. No había leído su poesía aún, me dije. Sin pensarlo y con algo de prisa, ejecuté el préstamo y volví camino Alicante con el libro palpitando en la mochila. Ya en una clase de poesía escrita por mujeres (con la suerte de que nos enseñara la catedrática Carmen Alemany), habíamos analizado un relato suyo; un cuento que ahora recuerdo tanto cuando leo a las geniales María Fernanda Ampuero o Mónica Ojeda. Precisamente por la crudeza, por el poder de sus palabras y lo duro que se hace tantas veces mirar a la verdad a los ojos.

Los descubrimientos significativos ocurren, no se hacen. De algún modo nacen como las pequeñas casualidades que te llevan a trenzar lazos infinitos con personas que quién sabe si se hubieran cruzado en tu camino. Entonces aquel día llegué a casa y leí la voz de una mujer que dolía porque atravesaba por donde escribía. Así han descubierto muchas personas que conozco a esta autora, de oídas, de casualidad, sin toparse con ella en portadas sobre los grandes imprescindibles.

Peri Rossi llena los silencios con palabras y hasta cada huequito en sus versos tiene un significado (porque los silencios pesan más que la palabra dicha). Exilio y amor (nunca desamor, es su gran virtud congelar ese afecto hasta la despedida) y narraciones en novelas y relatos crudísimas. Teniendo en cuenta su calidad, la extensión y versatilidad de su obra (cuento, novela, poemarios...) ha recibido más bien poco. Más bien poco como tantas, pues sólo cinco mujeres antes que ella se han hecho con el Cervantes: Ida Vitale, 2018; María Zambrano, 1988; Ana María Matute, 2010; Dulce María Loynaz, 1992 y Elena Poniatowska en 2013. ¿Dónde están las demás?

Es ella, han sido muchas, y los reconocimientos para algunas llegarán tarde o no llegarán. Afortunadamente no ha sido el caso de Peri Rossi, que ya afirmaba hace cuatro años que merecía un Premio Cervantes. Y no debería sorprendernos que ella misma lo recordara con tanta seguridad... porque en su camino por el exilio y la claridad en torno a la sexualidad y los afectos, callarse habría sido lo fácil (sobre todo en tiempos donde declarar públicamente la diversidad significaba la condena social). También porque la poesía, cuando es tan buena, es como esas esculturas de mármol en las que parece que la piedra es carne: en ese espacio de sinestesia Cristina Peri Rossi es el pellizco en la herida.

No quisiera que lloviera

te lo juro

que lloviera en esta ciudad

sin ti

y escuchar los ruidos del agua

al bajar

y pensar que allí donde estás viviendo

sin mí

llueve sobre la misma ciudad

Quizá tengas el cabello mojado

el teléfono a mano

que no usas

para llamarme

para decirme

esta noche te amo

me inundan los recuerdos de ti

discúlpame,

la literatura me mató

pero te le parecías tanto.

"Diáspora" 1976