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Antonio Ortuño

¿Fraude educativo?

Aula de Secundaria en uno de los institutos de la provincia. | HÉCTOR FUENTES

Nunca pudo imaginar Jan Koum, en 2009, cuando lanzó al mercado la aplicación de WhatsApp, que cinco años después Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, pondría encima de su mesa la indecente cantidad de 29000 millones de dólares, más de 25 mil millones de euros, para comprarle su servicio de mensajería. Al día siguiente de producirse la venta el ya supermillonario Koum declaró: “A partir de ahora, esto es lo que cambiará para nuestros usuarios de WhatsApp; nada” y añadió que desde ese momento se incorporaba a la estructura de Facebook cobrando un dólar, nada o casi nada.

Los usuarios de estas aplicaciones se las prometían muy felices. Poco o nada les importaba este tipo de transacciones y trapicheos multimillonarios entre ambas compañías. Usaban un servicio de mensajería, de carteo “gratuito” ahorrándose lo que antes pagaban de sus bolsillos por el uso de SMS. Este verano pasado un buen número de los usuarios de estas aplicaciones, que no clientes ya que son aplicaciones gratuitas, ponían de manifiesto su indignación al enterarse de que WhatsApp compartía información de sus “clientes” con su nuevo dueño; Facebook. Los que se indignan, o nos indignamos, con todo esto, deberíamos revisar nuestros niveles de ingenuidad que mucho me temo que los debemos de tener muy altos, más bien por las nubes. No podemos evitarlo, el resplandor de lo gratuito nos sigue cegando. Como ocurre con tantas y tantas cosas que antes eran de pago y ahora son gratuitas, el cambio puede estar saliendo muy caro y es que olvidamos, o no recordamos el abecé en marketing y publicidad, el mismo que siempre nos ocultan, el que señala: “Cuando un producto es gratis, el producto eres tú”.

Exceptuando el metro y veinte centímetros de separación, el uso de mascarillas y de gel, el actual curso académico, 2021/22, se inició con toda “normalidad”; al menos así nos lo han recalcado una y otra vez nuestros políticos responsables del área educativa. Lo que no han querido contarnos, porque no creo que se les olvide, es que delante del profesorado, sentados en pupitres escrupulosamente espaciados, se sientan adolescentes, alumnos que han experimentado las intentonas de dar normalidad a su enseñanza en un escenario tan anormal como es el de vivir en plena pandemia. Son los chicos y chicas del COVID. Son los adolescentes que hace un par de cursos, a mitad de este, tuvieron que abandonar los institutos, enclaustrarse en sus casas donde tuvieron que improvisar y chapucear con la enseñanza on-line. Muchos de los mismos son los que el curso pasado tuvieron clases semipresenciales recibiendo la mitad de las clases que les correspondían; es decir, la mitad de los contenidos establecidos para esos cursos. Lo que tampoco han contado nuestros responsables en educación, a escondidas de los padres, es la presión de forma casi “coaccionante” a la que sometieron a los equipos educativos para que no hubiese repetidores. Y es que, al menos en la Comunidad Valenciana, en ese afán de dar regularidad a lo que a todas luces era irregular, nos recordaban una y otra vez que la repetición de un alumno durante la pandemia debía de ser una medida extraordinariamente excepcional. Había que justificar y argumentar detalladamente por qué a un alumno se le hacía repetir; poco o nada importaba si no se habían alcanzado ni siquiera la mitad de los contenidos didácticos de ese curso, que los preparaba para enfrentarse al siguiente.

Y de aquellos polvos, estos lodos. Ahora nuestros alumnos, sobre todo los de cursos de fin de etapas, cuarto de ESO y segundo de bachillerato, se sorprenden de las notas tan bajas que están sacando. Se sorprenden de lo poco que entienden, de lo poco que saben y de cómo con lo fácil que fue aprobar el año pasado y el anterior, este año en palabras literales de muchos de ellos, no dejan de comentar: “es que no me entero de nada”.

Es lógico que muchos de nuestros adolescentes, de nuestros alumnos, estén desorientados, sorprendidos y agobiados. No son conscientes de que les ha salido “casi gratis” pasar de un curso a otro y a otro. No saben que llevan dos años sufriendo un engaño, un “fraude educativo” camuflado dentro de una tormenta sanitaria. Pero a los docentes, no debería extrañarnos lo más mínimo en las condiciones que han llegado nuestros alumnos a este curso. Y aunque la Conselleria de Educación cierre los ojos y nos pida ahora que arreglemos “esto” y como única solución que nos dan es que puedan titular con asignaturas suspensas, los profesores y profesoras no deberíamos permitir que nuestros estudiantes sean “productos de nada, ni de nadie”, como ya están siéndolo los que pueden pagarlo, de las academias donde ofrecen clases de apoyo y refuerzo.

Sé que no es fácil, pero ahora más que nunca los docentes no debemos bajar los brazos, ahora más que nunca nuestros pupilos nos necesitan. Entre una clase de invertebrados o de derivadas o de comentarios de textos, debemos de hacerles conscientes de que esta situación que ahora les desborda, sí es normal. Ellos están pagando, a toca teja y en tres plazos, en tres evaluaciones, los platos rotos de una mala gestión, “del timo educativo” que han sufrido durante dos años, cegados por la facilidad de superar dos cursos académicos sin apenas esfuerzo. Al menos deberíamos enseñarles y que entendieran, solo para que sus niveles de ingenuidad no se pongan por las nubes, lo que se solía decir antes de que apareciera el euro, a finales del siglo pasado, cuando nuestros adultos nos decían. “Chiquito, chiquita, nadie da duros a tres pesetas”.

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