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Joaquín Rábago

¡No, señor Borrell!

Josep Borrell en una comparecencia de este martes.

Sin duda Alexander Lukashenko es un dictador brutal, un violador impenitente de los derechos humanos que no duda en utilizar a migrantes de Oriente Medio en su particular guerra con la Unión Europea.

Sin duda también el hombre fuerte bielorruso no actuaría de manera tan salvaje sin la anuencia de su hermano mayor, el presidente ruso, Vladimir Putin, que parece no tener nada, al menos de momento, en contra de esos métodos.

Dicho todo esto, no podemos olvidar los antecedentes ni el contexto en que se inscribe lo que parece como una maquiavélica estrategia para demostrar la hipocresía de Occidente cuando habla de derechos humanos y sembrar de paso la cizaña en los países de la UE.

Porque si de algo no puede caber la menor duda es de, que la llegada indiscriminada a suelo europeo de migrantes, en buena parte por culpa de guerras ilegales promovidas por EEUU, equivale a llevar agua al molino de la extrema derecha populista del continente.

Basta con seguir los programas de la emisora rusa RT, dedicada a sacarle las vergüenzas a Occidente, para darse cuenta de la interesada atención que presta habitualmente a partidos como Alternativa para Alemania o el francés de Marine Le Pen.

Si Lukashenko intenta chantajear a la Unión Europea como respuesta a las sanciones económicas contra su Gobierno, al que Bruselas acusa de manipulación electoral y violaciones de los derechos humanos más elementales, Moscú busca más o menos lo mismo por el trato recibido de Occidente y que percibe como injusto.

El enojo de Putin, y yo diría que incluso su decisión de anexionarse ilegalmente Crimea, tiene sin duda mucho que ver con lo que aquél considera una ruptura del compromiso estadounidense de que, tras la reunificación alemana, la Alianza Atlántica no llevaría su radio de acción hasta las mismas fronteras rusas.

EEUU violó el compromiso verbal que hizo en ese sentido el secretario de Estado, James Baker, a su homólogo ruso, Eduard Shevardnadze, y desde entonces no ha cejado en su empeño de lograr que países que fueron satélites o incluso repúblicas integrantes de la URSS entren a formar parte del bloque occidental mediante su integración en la UE y en la OTAN.

No cabe minusvalorar la influencia directa de la diplomacia y los servicios secretos occidentales, sobre todo los norteamericanos, en los movimientos de protesta contra los autócratas locales que estallaron en países del espacio ex soviético: las llamadas “revoluciones de colores”, exitosas, algunas, y otras fracasadas, como la bielorrusa.

Con independencia de la antipatía que sintamos por un autócrata salido del KGB como es Putin, en un planeta que se enfrenta a un desafío clave para la supervivencia de la especie humana como es el cambio climático y que requiere el concurso de todos, no se entiende que EEUU y los aliados europeos no busquen la forma de disminuir las actuales tensiones internacionales.

No deberíamos olvidar que la Ostpolitik alemana (política de acercamiento a Moscú y a los países de la Europa del Este) contribuyó al resquebrajamiento del bloque oriental, la reunificación de Alemania, la disolución de la URSS y el final de una guerra fría que algunos se empeñan hoy en resucitar.

Está claro que de un personaje tan vil como Lukashenko no cabe esperar nada, pero ¿no valdría la pena buscar al menos terrenos de encuentro con su maquiavélico mentor, Putin, sin cuyo concurso aquél estaría mucho menos envalentonado, en lugar de seguir por una pendiente cada vez más peligrosa?

No parece convencer esto, sin embargo, al jefe de la diplomacia europea, el socialista Josep Borrell, según el cual, si bien a los europeos nos gusta el mundo de Kant, “tendremos que prepararnos para el de Hobbes”.

¿En lugar de aspirar a la “paz perpetua”, por la que abogaba el filósofo de Königsberg, prepararnos, pues, para “la guerra de todos contra todos” sobre la que teorizó el autor inglés del “Leviatán”?

¡No, señor Borrell! ¡Firmeza, sí, toda la que haga falta, pero sin declaraciones más propias de los halcones estadounidenses, que vivimos todos bajo la amenaza nuclear!

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