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Joaquín Rábago

En la plutocracia estadounidense, la izquierda demócrata lo tiene difícil

Joe Biden.

En esa plutocracia que son los Estados Unidos desde su misma fundación, la izquierda del Partido Demócrata, la de Bernie Sanders y Alexandra Ocasio-Cortez, lo tiene difícil, por no decir imposible.

Lo hemos visto en las recientes elecciones a gobernador del Estado de Virginia, cuyo resultado muchos interpretan como una advertencia al partido de Joe Biden para que se aleje de la agenda que marca el sector progresista.

¡Como si el triunfo en ese Estado del candidato republicano tuviera algo que ver con la supuesta deriva izquierdista del Partido Demócrata o del propio presidente Joe Biden!

Los llamados medios de referencia de aquel país culpan al ala progresista de insistir en reformas económicas que, según ellos, no quiere la gente.

Pero ¿es realmente lo que no quieren los ciudadanos o lo que repugna por el contrario a los poderosos donantes del partido, de los que dependen para su elección o reelección sus dirigentes?

La cuestión es a quién sirve en el fondo el Partido Demócrata: a la gente trabajadora que paga sus impuestos o a Wall Street y las grandes corporaciones, que no sólo influyen en la legislación sino que además eluden todo lo que pueden sus obligaciones con Hacienda.

Los demócratas que la prensa llama “moderados” critican que el sector más a la izquierda del partido insista en el cumplimiento cabal del programa que prometió Biden en la carrera a la Casa Blanca: el bautizado en inglés como “Build back better plan” (“Reconstruir Mejor”).

Plan destinado, entre otras cosas, a cubrir las carencias de años de abandono de las infraestructuras, a invertir en educación y empleos de alta calidad mediante la formación adecuada de los trabajadores, a aumentar la eficacia energética de los edificios y alcanzar la neutralidad de emisiones de CO2 para el año 2035.

El senador Sanders, la representante Ocasio-Cortez y el resto de la izquierda del partido acusan a Biden de sumisión a dos de esos “moderados” – los senadores demócratas Joe Manchin y Kyrsten Sinema-, que podrían estar perfectamente en el Partido Republicano.

Manchin, senador por Virginia occidental y anteriormente gobernador de ese mismo Estado, a quien apoya la industria petrolera y del carbón, está encargado nada menos que de la legislación medioambiental.

Y tanto él como Sinema, senadora por Arizona, pueden con sus votos hacer que los demócratas pierdan una votación en esa cámara: están igualados a 50 escaños con los republicanos, y sólo la vicepresidenta, Kamala Harris, podría deshacer el empate.

Eso les da un enorme poder de chantaje a la hora de exigir a su partido que rebaje la ambición de muchas de las propuestas progresistas incluidas en el plan inicial de Biden.

Así, por ejemplo, ese plan preveía inicialmente inversiones de 3.500 millones de millones en diez años, cantidad que mientras tanto ha quedado reducido a la mitad para intentar contentar a los dos senadores rebeldes.

Resulta significativo de la forma de pensar de un supuesto demócrata como Manchin el que haya calificado el plan de Biden de maniobra “anticorporativa” para “subsidiar a la gente que no trabaja”.

Por presión del ala más conservadora del partido, los demócratas se han olvidado de otras muchas de sus promesas electorales, entre ellas la gratuidad durante dos años de los llamados “community colleges” (universidades secundarias) o la de cancelar la multimillonaria deuda de los estudiantes de grado superior.

También han añadido al plan inicial una rebaja del impuesto de propiedad por un total de 450.000 millones de dólares que beneficiará como siempre a los más ricos y han renunciado a exigir al sector farmacéutico que rebaje los precios de muchos medicamentos como se había prometido.

La dirección demócrata, que hizo todo lo posible en dos ocasiones por apartar a Bernie Sanders de la carrera presidencial, parece haber llegado a la conclusión de que si se trata mal a los donantes con medidas fiscales que no les favorecen, se ponen en peligro las propias posibilidades electorales del partido. Eso tiene sólo un nombre: plutocracia.

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