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Calendura y Calendureta siguen dando la horas en Elche y pueden verse perfectamente en su campanario.

Hoy me desperté con el sonido de las campanas de mi pueblo. Las primeras, las del reloj del ayuntamiento para después escuchar las de la iglesia.

Ya abriendo los ojos, me puse a pergeñar un artículo de queja, sobre la base de cómo puede ser posible que en la época de los móviles y de los relojes digitales con alarmas, sigan funcionando cosas tan molestas.

Finalmente, he mirado el reloj y resulta que me había dormido siendo las campanas las que me han salvado del desastre de no conectarme a tiempo para una reunión que tenía programada.

Dejando aparte esta coincidencia, sí es cierto que no me ha gustado nada el hecho de sorprenderme sintiendo un rechazo tan fuerte y espontáneo por algo considerado “antiguo”. En los tiempos en los que el ser humano estaba conectado a la naturaleza, no sobraba nada ni nadie. Hasta la basura se podía convertir en abono, pero sucede que, en este mundo de hoy en día, sólo eres de utilidad si encajas en una funcionalidad temporal y concreta y sólo te permitirán estar en el sistema si lo que eres, haces o produces sirve para la subsistencia o crecimiento del propio sistema.

Vivimos en una modernización compulsiva y disparatada, por más que “lo mediático” nos la presente como muy razonable e inevitable cuando nos la vende o nos la impone. El “poder” siempre está creando un nuevo orden “moderno” que sustituirá al anterior siempre “anticuado”. Un proceso de creación de “excedentes” eterno e inútil que solo sirve para satisfacer la codicia de dinero, de poder e incluso, de prestigio de los que lo controlan. 

Visto lo visto, la cultura de hoy ya no consiste en la capacidad de aprender y conservar lo aprendido, sino precisamente en olvidar. Olvidar y desechar, conocimientos y personas. ¿Cómo podemos contribuir a no hacer más grande esta máquina de moler en la que vivimos? Debe ser porque ya formo parte de ese mundo antiguo que cada vez recuerdo más y con nostalgia. Dicen que es la señal de que te has hecho mayor. Debe ser eso y que siempre me encantó oír las campanas, en ocasiones, solo a las 12 de medio día. Y para las fiestas, aunque haya gente que le parezca algo desagradable. Y oír todavía al afilador, pero esta vez va en coche y lo lleva grabado.

Probablemente, parezca raro, pero donde vivo (muy cerca de la gran ciudad) todavía podemos saborear momentos de tranquilidad y a las personas mayores les suben la botella del gas a casa, cuando va avisando que esta por allí y se cruza con los de Amazon. Y ojito con la que nos viene, porque hemos "disfrutado" en estos últimos 15 años aproximadamente de una bajada de precios en todo, desde electrodomésticos, textil.... que resultaba más tirar y comprar de nuevo, que reparar. Ahora ya no será por conciencia de cada uno sino de obligación el ir pensando en reciclar, reparar y que las cosas duren más, tanto por escasez como por aumento disparado de los precios.

Pero volviendo y rebelándonos a la esclavitud inconsciente colectiva que en mayor o menor medida todos contribuimos a mantener, podemos para empezar, dar ejemplo y no necesitar ni exaltar inteligencia, ni saber. Contribuir a nuestra felicidad bien entendida para contagiar al pequeño círculo de influencia de cada uno. Se me ocurre, "dar la campanada" inicial para despertar la conciencia.

La que todos tenemos, nuestra propia campanilla de conciencia y para dar pequeños pasos, sean los que sean, dentro de nuestras posibilidades. Intentar vivir un poquito como creamos que debemos vivir no como nos lo imponen. Intentar vivir con un cierto espíritu crítico, ya es una manera de recuperar la dignidad.

El repicar de las campanas y el marcaje de las horas nos debe recordar lo efímero de nuestra existencia y la grandeza de lo pasado. Tener consciencia de la grandeza del pasado que es la base sobre la que hemos podido construir el presente. Espero que a pesar de esta reflexión, ¡no nos quiten las campanas!

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