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Joaquín Santo Matas

Ni fuimos ni somos catalanes

Independentistas portan esteladas en un mitin en Perpiñán.

Los grandes nacionalismos, en sus diferentes vertientes y tiempos, siempre han ido acompañados de anhelos expansionistas, desde Alejandro Magno y Julio César hasta Hitler y Stalin pasando por Napoleón, con los modestos ejemplos locales contemporáneos del País Vasco y Cataluña. El primero nunca constituyó un estado propio y anhela integrar en su ansiada Euskal Herria a Iparralde, el País Vasco francés, oficialmente región de Nueva Aquitania, departamento de Pirineos Atlánticos y cuya capital es Pau, antigua sede del Parlamento de Navarra, comunidad autónoma también reivindicada que sí fue reino y tendría una justificación histórica de querer anexionar los territorios vascos y no a la inversa.

Respecto a Cataluña igualmente hay que hablar de esas desmedidas ansias de formar la ‘Catalunya Gran’ de Prat de la Riba, o la ‘Nació Catalana’ de Rovira Virgili, hoy en día reconvertidas en ‘Països Catalans’ cuyo mapa tradicional, fundamentado solo en una supuesta unidad lingüística, abarca desde Salses, al norte de Perpiñán, hasta Guardamar, obviando al resto de la Vega Baja del Segura por castellanoparlante, cuando esta comarca pertenece al antiguo reino de Valencia nada menos que desde 1304, con la Sentencia Arbitral de Torrellas.

Dentro de la corona de Aragón, que los catalanistas, para darse protagonismo, llaman falazmente Confederación Catalanoaragonesa, existían tres reinos, el propio de Aragón, el de Mallorca y el de Valencia, a los que añadir el grupo de condados catalanes bajo el rango de principado aunque nunca hubo, como tal, ningún nombrado príncipe de Cataluña.

Miguel de Cervantes fue catalán oriundo de Jijona, se llamaba en realidad Miquel Servent, escribió en origen el ‘Quixot’ y fue obligado a traducirlo al castellano. Eso lo dice y divulga el escritor y filólogo Jordi Bilbeny, ese que también se reafirma en la catalanidad de Cristóbal Colón que partió rumbo a las Indias, no del puerto de Palos, sino de Pals, en Gerona.

Precisamente habría que recordar a todos estos falaces lo que Cervantes dice en boca de don Quijote: “La historia es como cosa sagrada porque ha de ser verdadera”.

Son muchos más los casos delirantes que el nacionalismo expansionista catalán va difundiendo por las redes sociales y medios adictos, incluida nuestra Comunidad donde, por poner solo un ejemplo reciente que nos afecta, hace tres meses la revista ‘El Temps’, patrocinada por la Generalitat Valenciana, publicó un artículo titulado “Una isla catalana: Nova Tabarca”.

Lo de los Países Catalanes es una entelequia, jamás han existido más que en la imaginación de los anexionistas del norte, con una temprana complacencia del socialismo donde Narcís Serra, al acceder a la alcaldía de Barcelona, aprobó rotular con ese nombre la gran plaza que hay frente a la estación ferroviaria de Sants.

Y el entreguismo de este gobierno del Estado al separatismo catalán, tiene la más repudiable versión en el acuerdo de la Mesa del Senado, con mayoría socialista y respaldo del PNV, de validar el término Países Catalanes cuando presenten iniciativas los soberanistas. Y de paso, obligan al PP a no utilizar por escrito el término Valencia, sino el oficial de València, con la tilde. Al respecto, por qué al hablar en castellano tenemos que decir Girona o Lleida cuando los catalanes en su lengua escriben y rotulan en las carreteras Saragossa y Terol, siendo sus denominaciones oficiales Zaragoza y Teruel.

Al margen del artículo 145.1 de la Constitución, que no admite la federación de comunidades autónomas, resulta curioso que los pancatalanistas, no aludan al derecho de autodeterminación, en este caso del pueblo valenciano, a la hora de reivindicar la anexión de nuestra Comunidad cuyos ciudadanos están, por abrumadora mayoría, en contra de integrarse en Cataluña, donde serían fagocitados, perdiendo definitivamente un pasado glorioso, con logros como ser pioneros en instituciones como el Tribunal de las Aguas y el Consolat del Mar, en la fabricación de papel, la imprenta y la letra de cambio, con un siglo de oro literario de escritores en lengua valenciana como Joanot Martorell, Ausias March, Roís de Corella, Isabel de Villena y tantos otros.

Puestos a paradojas, hasta las famosas torres humanas llamadas ‘castellers’ tienen su origen en la ‘Muixeranga’ de Algemesí, el conocido por ‘Ball de valencians’, hacia 1247.

Quien calla otorga porque el silencio es cómplice y en casos como los de tildar de catalán lo que forma parte incuestionable del pasado y el presente castellonense, valenciano y alicantino, hay que denunciar y replicar desde el ámbito político, sin ambages ni medias tintas, como por fortuna se está haciendo ya en esta tierra.

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