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Rafael Simón Gil

En busca de la jarra de cerveza perdida

El problema radica en saber si esas aparentes verdades inmutables descritas como patrimonio material e inmaterial de la humanidad de la izquierda se corresponden con las realidades que hemos vivido y seguimos viviendo el resto de la humanidad material

El truco infalible para dejar tus plantas relucientes con cerveza

Sentado y contrito en el “corner” del Little Duke de Gadea mientras mi amigo Gustavo se afana por encontrar la jarra de cerveza perdida en la que desde hace años trasiego al final de la mañana la compañía de una bier para interiorizar mi mismidad (como dicen los filósofos cursis, incluidos Heidegger y Sartre), no cabe ninguna duda de que parte de la sociedad española ha interiorizado su mismidad colectiva canonizando que el bien común, la solidaridad, la igualdad, la ética, la educación, la salud, los derechos humanos, la comida, la cultura, la honradez, la decencia público-privada, la ejemplaridad moral, el decoro estético, el respeto por el medio ambiente y la verdad, son patrimonio exclusivo e intocable de la izquierda y la extrema izquierda. Es más, si tuviéramos que acudir a un supermercado para comprar esos productos los encontraríamos siempre situados en los estantes de la izquierda.

Se trata de una tautología imbatible porque así lo ha querido la derecha liberal (también la europea, aunque más la española) y así lo han venido proclamando secularmente los potentes foros mediáticos que acompañan a dichas verdades inmutables y sus dueños. Es tan obvio como ir a un recital de discursos de Fidel Castro amenizado por los coros y danzas nicaragüenses de Daniel Ortega y pretender no encontrarte con la plana mayor de Unidas Podemos, Alberto Garzón promocionando su libro de recetas, Ada Colau y su modelo de la Barcelona vaciada, Yolanda Díaz recién “estetizada” por su asesora de imagen, los líderes sindicales (con su foulard identitario) de unos sindicatos que subsisten solo de las subvenciones públicas y no de las cuotas de sus afiliados, o con los sempiternos “abajofirmantes” que siempre rematan esos manidos textos de protesta contra los abusos de las democracias occidentales.

El problema radica en saber si esas aparentes verdades inmutables descritas como patrimonio material e inmaterial de la humanidad de la izquierda se corresponden con las realidades que hemos vivido y seguimos viviendo el resto de la humanidad material. Porque, hablando de libertad y democracia, si la dictadura comunista cubana reprime sin contemplaciones a su pueblo o coarta sin el más mínimo escrúpulo la libertad de prensa deteniendo a periodistas, no verán a esos “abajofirmantes” suscribir una sola línea de protesta, ni verán tampoco a los antes citados y citadas presentarse frente la embajada de Cuba pidiendo libertad. En el caso del grotesco dictador comunista Daniel Ortega, instalado en el delirio criminal en su finca de Nicaragua con gravísimas violaciones de los derechos humanos como puede constatar cualquier persona de bien, incluida Human Rights Watch o Amnistía Internacional, tampoco verán a ninguna de las “abajofirmantes”, ni a Unidas Podemos, ni a los partidos comunistas, ni a la gauche divine, ni a los sindicatos subvencionados emitir una nota de enérgica protesta contra esa deleznable dictadura. De las hambrunas provocadas por el comunismo soviético, chino o de Corea del Norte, con decenas de millones de muertos, prefiero que hable el hambre.

Pero si ahora queremos guiñarle el ojo (en el sentido oftálmico) a Greta Thunberg sobre el medio ambiente, el cambio climático, el respeto por la naturaleza y demás acuciantes cuestiones de nuestra apurada agenda 20/30/50, no verán entonar un ápice de mea culpa a las dictaduras comunistas y sus acólitos del siglo XXI. Empero, si la memoria es flaca, la hemeroteca engorda con las páginas llenas del mayor desastre medioambiental que ha conocido la humanidad, el Mar de Aral, en plena Unión Soviética, una zona donde antes había un verdadero mar y que ahora soporta, además de uno de los índices de cáncer más altos del mundo, la mayor desertización del planeta merced a las políticas de ideología comunista que implementaron las autoridades soviéticas. Silencio. O el desastre de Chernóbil, hasta la fecha, el más grave y dañino que hayamos conocido. Silencio. O el caso de China, el país que más contamina y sigue contaminando la Tierra sin que los “gretathumberg y los abajofirmantes” hayan tenido la valentía y honestidad de manifestarse en Pekín. ¿Por qué? Porque China es una dictadura comunista y no les dejaría hacerlo; porque China es uno de los nuestros; porque China es el enemigo de los yankis y las marchitas democracias burguesas (donde por cierto viven todos los “gretathumberg y los abajofirmantes”, que es donde les gusta vivir porque allí sí hay libertad).

Y si hablamos del respeto a los jueces y tribunales de países democráticos -especialmente España-, a su independencia, a su libertad, resulta que mientras la justicia venezolana, cubana, nicaragüense, china o rusa es justicia de verdad, democrática, del pueblo, la nuestra no; solo complace a los poderosos, no es independiente y está al servicio de las estructuras que oprimen al pueblo. Véase, por todas, las lindezas que con impune desvergüenza lanza el portavoz de extrema izquierda Echenique, líder parlamentario de la ultraizquierdista Unidas Podemos, contra la Justicia española, tanto contra el Tribunal Supremo en el caso de Alberto Rodríguez o tras la confirmación de la Audiencia Provincial de Madrid de la sentencia que le condenó, junto a su compañero de extrema izquierda Juan del Olmo, a pagar 80.000 euros por acusar de violador a un joven asesinado. Que la extrema izquierda no quiera a nuestros jueces y tribunales cuando no les dan la razón (de ahí los indultos) o investigan algunas de sus irregulares actividades, no es novedad; lo peligroso es constatar cómo van minando sistemáticamente la Justicia española con la pretensión última de deslegitimizarla para que desaparezca, para que pierda su independencia. Solo cabe la justicia del pueblo, y el pueblo son ellos. Los que ellos y ellas no saben es que Gustavo acaba de encontrar la jarra de cerveza perdida (las magdalenas no), lo cual dota a este artículo no solo de su ontológica mismidad, sino de la épica que le faltaba por la nostálgica soledad de lo irreparable. A más ver. 

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