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Miguel Ángel Santos Guerra

La escuela engullida por el volcán

Imagen de la colada del volcán de La Palma.

Todo el mundo está pendiente de la tragedia que está viviendo la isla de la Palma en el archipiélago canario. (Un archipiélago es un conjunto de islas unidas por aquello que las separa, define con ingenio la revista cultural del mismo nombre). Desde el 19 de septiembre, de forma ininterrumpida, el volcán Cumbre Vieja está rugiendo y arrojando lava que se está llevando por delante casas, iglesias, centros de salud, escuelas, carreteras y cultivos. Más de sesenta días y sesenta noches de erupción volcánica incesante. ¿Cómo dormir? ¿Cómo vivir en ese infierno?

No hace falta esforzarse mucho para imaginar la angustia de familias enteras que lo están perdiendo todo: sus casas, sus bienes, sus plataneras… Tienen que partir de cero. Cuesta pensarlo. Se trata de una pesadilla de la que no se despierta nunca. La política y la sociedad entera tienen que estar ahí para ayudarles a salir adelante. Es un deber de lesa humanidad.

La desnaturalizada madre naturaleza nos está ofreciendo un espectáculo que, de no verlo, sería difícil imaginar. El poder destructor de la naturaleza está siendo terrorífico. Nosotros nos asomamos de vez en cuando a la televisión para ver imágenes asombrosas, muchas a vista de dron, pero los lugareños están allí noche y día, noche y día, noche y día, viendo amenazadas o destruidas sus propiedades e, incluso, sus vidas. El volcán se ha llevado la vida de una persona septuagenaria. Hasta el aire resulta a veces tan irrespirable que los alumnos y alumnas no pueden ir a la escuela.

Se están recogiendo pruebas de todo tipo que van a permitir a la ciencia estudiar y conocer la dinámica de las erupciones volcánicas. Los vulcanólogos están siguiendo al detalle, día y noche, lo que sucede en las entrañas de la tierra.

El pasado domingo, 7 de noviembre, la colada de lava del volcán arrasó el CEIP de Todoque, en Los Llanos de Aridane. Es impresionante el poder devastador que tiene un volcán. Asistimos impotentes y estremecidos a ese espectáculo dantesco. Nadie puede predecir cuántos días, semanas o meses va a seguir vomitando lava, contaminando el aire y sembrando el pánico entre los habitantes de la isla.

Recuerdo que cuando, hace años, visité La Palma por cuestiones de trabajo pensé en lo tremendo que era vivir recostado en la ladera de una montaña, coronada por un cráter amenazante. Eso mismo pensé en Puebla (México) al contemplar el imponente Popocatépell, en Pucón (Chile) ante la fumarola del volcán Villarrica y cerca de San José, delante del cráter del volcán Irazú de Costa Rica. Pensé en la capacidad acomodaticia del ser humano, capaz de vivir tranquilamente peligros de esta envergadura.

Es sobrecogedor convivir con el rugido del volcán y con la constante expulsión de lava, humo y cenizas. Y ver cómo la colada engulle todo lo que encuentra a su paso. Es inquietante padecer movimientos sísmicos de forma casi constante. La tierra tiembla sin avisos ni horarios.

Pero querría centrarme en la destrucción del colegio que contemplaron los alumnos, las familias y el profesorado. Todo el mundo fue testigo de la desaparición del Colegio, engullido por la fajana de lava. En general, las escuelas se albergan en construcciones frágiles, muy diferentes a los bancos o a los edificios de gobiernos, siempre más suntuosos y seguros.

Un niño, le preguntaba angustiado a la maestra, qué es lo que iba a pasar. Ya no tenían escuela.

Me emocionó la contestación de la maestra:

Si estamos juntos, ya hay escuela. Pronto tendremos un lugar donde poder aprender.

Cuánta razón tenía la maestra. La escuela no es tanto el edificio cuanto la congregación de todos los integrantes en torno a un proyecto. Es la comunidad de aprendizaje. Es la voluntad compartida de realizar un sueño. Es la red de los afectos y la fuerza del aprendizaje compartido.

La nueva colada entró de forma agresiva en el núcleo de Todoque el pasado domingo y derribó, entre otros inmuebles, la iglesia, la escuela, el consultorio médico y la asociación de vecinos. La irrupción llegó en el momento en el que algunos vecinos se encontraban recogiendo de sus viviendas algunos enseres por lo que tuvieron que salir con rapidez de la zona.

Desde que comenzó la erupción volcánica el domingo, 19 de septiembre, la lava ha destruido miles de hectáreas y de edificaciones, de acuerdo a los datos aportados por el satélite del programa Copérnicus de la Unión Europea.

El colegio de Todoque se encontraba en el mismo barrio del que recibe el nombre, en el municipio de Los Llanos de Aridane. Era una unitaria perteneciente al Colectivo de Escuelas Unitarias Valle de Aridane. Contaba con dos unidades: una de Infantil, donde se impartía el Segundo Ciclo de Educación Infantil y otra unidad de Educación Primaria que abarcaba el Primer y Segundo Ciclo, de primero a cuarto curso. Este año somos 27 alumnos, nuestras dos maestras y nuestros especialistas: de: inglés, educación física, música y religión.

Para esos 27 niños y niñas el colegio es como El Arca de Noé. Saldrán del diluvio de lava, saldrán de la ignorancia y de la insolidaridad a través de esta institución salvadora.

Si no estoy mal informado el CEIP de Todoque se construyó en 1964. Cumplió medio sigo en 2014. Después de 57 años fue destruido por la fajana de lava que arrasa todo lo que encuentra a su paso sin que la voluntad humana pueda evitarlo. Qué sensación de impotencia.

Algunos alumnos y alumnas del colegio han perdido también sus casas. Alicia Martín, directora y maestra del CEIP de Todoque dice que lo primero que hay que hacer es recuperar afectivamente a los niños y a las niñas. Han llevado objetos y materiales de la escuela engullida al nuevo lugar de trabajo, para que se sientan identificados con el nuevo espacio.

No es fácil meterse en la cabeza de estos chicos y de estas chicas y saber cómo ven el mundo que les rodea, cómo viven esa realidad amenazadora que les ha dejado sin casa y sin escuela.

En el desaparecido colegio de Todoque quiero rendir homenaje a todas las escuelas rurales, a todas las unitarias del país. Todas de carácter público, por cierto, porque hasta allí no lleva la enseñanza privada, En esos lugares no es rentable. Allí no hay negocio que merezca ninguna inversión.

Homenaje que se centra especialmente en los maestros y maestras, que viven inmersos en un contexto rural. El contacto con la naturaleza, la relación con las familias, la atención de la diversidad, la metodología acti, las aulas multigrado, el aprendizaje a partir de la experiencia… estimulan la creatividad y el compromiso. Yo fui un niño que dio sus primeros pasos en el aprendizaje en una escuela para niños de un pequeño pueblo de la provincia de León. Las niñas tenían otras escuelas. Tengo que confesar que esa es una experiencia que me gustaría haber vivido como profesional de la enseñanza: ser maestro en una escuela rural o, como prefieren decir otros; en una escuela ubicada en un entorno rural. Cuando era estudiante se pusieron de moda experiencias rurales innovadoras: “Fregenal de la Sierra, una experiencia de escuela en libertad” de Josefa Martín Luengo; “Escuela viva” y “Orellana, asamblea en la escuela”, de Francisco Fernández Cortés; “Carta a una maestra” y “Contraescuela. Por una escuela popular”, escritos por los alumnos de Barbiana… Yo soñaba con emprender alguna iniciativa de este tipo. Ya no será posible. Una espinita que siempre llevaré clavada.

En una escuela rural de Concepción de la Sierra, en la provincia de Misiones (Argentina), vi fijada en un armario medio desvencijado una carta que un niño había enviado a su maestra. Constaba de diez puntos. Me permito reproducir solamente el décimo.

Decía el niño a su maestra:

  • Ven a mi casa a visitarnos. Mi perro no te hará daño. Él sabe que me quieres.

Está tan seguro del amor de la maestra que hasta el perro olfateará desde lejos esa profunda y hermosa realidad. Y cierra su escrito con esta petición: Déjame silbar, cantar, reír y correr en la escuela. Me espera mucho trabajo.

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