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José María

Un hombre de suerte

Mi abuelo fue un hombre de suerte porque, a pesar de haber luchado en la batalla del Ebro, sobrevivió y pude conocerle

Portada del libro 35 batallas que cambiaron la historia. En la imagen del interior del libro, ilustración y texto de la batalla del Ebro.

El primer cuarto del siglo XXI está llegando a su fin y la mayoría de nosotros, afortunados, no tenemos ni idea de lo que es una guerra. En la televisión hemos visto alguna, es cierto. Pero al terminar el telediario y comenzar el siguiente programa, todo cuanto nos rodea vuelve a ser tranquilo y apacible. Dormimos plácidamente todas las noches. Y nos despertamos por las mañanas sabiendo que, en la cocina, en uno u otro armario encontraremos algo que llevarnos a la boca.

La mayoría de nosotros, habitantes de la vieja Europa, no hemos conocido el hambre, la miseria ni el exilio. Palabras todas que incluso su mera pronunciación provoca desasosiego.

Aunque no siempre ha sido así. Nuestros padres y abuelos, muchos de ellos ya desaparecidos por el implacable paso del tiempo, sufrieron las consecuencias de una incivil guerra que asoló los campos y las ciudades de España. Todos ellos, sin importar su bando o su no adscripción a ninguno de ellos, pasaron hambre y frío. Y luego, otros tantos, el exilio.

En nuestras familias ha quedado su historia, la de los que ya no están. Una historia silenciosa porque el verbo aviva el recuerdo. Y nadie desea revivir el horror. Me acuerdo de mi abuelo, sentado en su sillón, respondiendo a mis curiosas preguntas tan sólo con la mirada, con un gesto y, a veces, con una simple palabra: no. Dos letras que, unidas a un suspiro, significaban más que todas las revelaciones imaginables.

Mi abuelo fue un hombre de suerte porque, a pesar de haber luchado en la batalla del Ebro, sobrevivió y pude conocerle. Un hombre de suerte como el alicantino Rafael García Bañuls, padre de mi buen amigo Rafael García Meseguer, educador social y escritor, a quien quiero dedicar este artículo. Y quiero hacerlo porque la historia que narra en su recién publicada novela Un hombre de suerte es la historia de nuestro país, no estudiada ni analizada desde una perspectiva historiográfica, sino narrada a través de los ojos de un ser humano, de un hombre de nobles ideales que, sin estar obligado a ello, abandonó todo para defenderlos.

En estos tiempos oscuros en los que la palabra dada ha perdido su valor, cuando son pocos los que alzan la voz en una sonora negación en pos de la dignidad, recordar a nuestros padres y abuelos que sí lo hicieron es urgente y necesario.

Un hombre de suerte es una novela surgida no sólo de la imaginación, sino de la vivencia, del sufrimiento y de la pasión. Las historias contenidas en ella son el producto de las anotaciones que Rafael descubrió escudriñando los papeles de su padre. Relatos de sus años de juventud, una juventud marcada por los terribles acontecimientos que asolaron la Europa de la primera mitad del siglo XX.

Rafael García Bañuls, a pesar de no militar en ningún partido político, era una persona de fuertes convicciones progresistas. Y por eso se alistó voluntariamente en el Ejército Popular de la República. Formó parte de la resistencia en el Puente de los Franceses, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en la batalla del Ebro y en la caída de Cataluña. Y posteriormente sufrió el exilio en los campos de internamiento del sur de Francia. Durante los años de la ocupación nazi y del Estado títere de la Francia de Vichy, Rafael colaboró con los maquis, con la resistencia, y asaltó junto a sus compañeros de armas a las tropas de las SS que marchaban en dirección a la costa para impedir el desembarco aliado. Además, ejerció de leñador, de minero, de campesino y de estibador en el puerto de Marsella, como aquellos personajes de los que hablaba Henri Charrière en Papillon.

La Guerra Civil fue una guerra incivil, como lo son todas las guerras. Y el odio y la radicalidad, enfermedades del alma, son los causantes de ellas. Lo decía Rafael:

“Éramos radicales en ambos bandos y habíamos perdido la confianza en la democracia”.

La Guerra Civil fue una guerra absurda, como lo son todas las guerras, pues el horror vivido provoca que tanto vencedores como vencidos pierdan para siempre un pedazo de su humanidad. Lo contaba Rafael que, en la batalla del Ebro, oyó cómo un francotirador le gritaba:

“¡Rojos, unos por creer en Dios y otros por no creer, vaya follón hemos montado!”

Para construir el futuro es necesario conocer el pasado y recordarlo. Rendir homenaje a nuestros padres y abuelos, de uno y otro bando, como también a los que perecieron sin pertenecer a ninguno de ellos. El futuro exige memoria. No olvidarles nunca. Pero también es obligado enterrar el rencor y sellar por fin la paz entre aquellos que un día fueron hermanos y que hoy, la tierra, neutral siempre ante quienes acoge en su seno, ha vuelto a juntar.

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