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Tribuna

La Nit de l` Albà, inseparable de la festa

Nit de l’Albà, Fiesta de Interés Turístico Nacional Joan Castaño

La pasada semana era declarada nuestra Nit de l’Albà Fiesta de Interés Turístico Nacional, una noticia que nos llenó de satisfacción a todos los ilicitanos. Se reconocía su antigüedad, su originalidad y su arraigo en la ciudad, siendo uno de los actos más populares y entrañables de las fiestas de agosto, de la Festa d’Elx.

No en vano la Nit de l’Albà es el preámbulo de la Festa. Una Festa concebida como un auténtico ciclo asuncionista que se inicia con la citada Albà en la noche del 13 de agosto, víspera de la Dormición de María, continua con la Vespra del día 14, la Roà en la noche que va del 14 al 15, la procesión y la Festa con la coronación de la Patrona en el día de la Asunción, y concluye con la octava o Salves de la Mare de Déu del 16 al 22 de agosto. Así fue concebida la festividad y así se ha mantenido hasta nuestros días, con actos entrelazados e inseparables que dan auténtico sentido a la celebración y que nunca debemos ver como elementos independientes entre sí.

En la misma consueta de la Festa de 1625, la más antigua de las que conocemos, donde se recoge el guión del Misteri, también se describen actos unidos al mismo, como la procesión de la Virgen del día 15 de agosto o la propia Albà. Un acto que, heredero de las tradicionales «albaes» valencianas, señala la festividad desde su mismo amanecer:

«A l’alba de la vespra dichosa de Nostra Senyora de l’Assumpció es dispara l’artilleria per tres vegades cadascuna per son tems i per son orde, ajudant ab aquella totes les campanes de les esglésies ab los ministrils, sons de dolçaines i trompetes bastardes, i lo propi es fa a la nit següent ab més i major ventaja, puix de cinc o sis torres es disparen moltes grosses de coets i artillería de tal manera que la nit es torna dia per causa de haver tanta diversitat de fochs en les torres i muralles i llums en totes les esglésies i per les finestres i terrats de dita vila i ravals d’aquella».

En esta antigua descripción se observan varios elementos fundamentales que, más o menos modificados y adaptados a las circunstancias de cada época, se han mantenido a lo largo de los siglos. Vemos las luminarias y los estruendos de la artillería trasformados actualmente en cohetes y palmeras de fuegos artificiales. Las campanas de las iglesias se reducen al volteo general que ofrece la basílica de Santa María tras el lanzamiento de la impresionante «palmera de la Mare de Déu», que durante unos instantes hace realidad el documento del siglo XVII: «que la nit es torna dia». Los ministriles, dulzainas y trompetas desaparecieron, pero ahora podemos ver la presencia musical en el canto espontáneo que surge en todas las terrazas de la ciudad, tras la mencionada palmera final. Y, por último, algo que caracteriza a nuestra Albà, su concepción comunitaria. No se trata de un espectáculo pirotécnico al uso, no es un castillo de fuegos artificiales que contemplamos pasivamente, sino una acción conjunta de todos los ilicitanos que somos espectadores y protagonistas a un mismo tiempo. Ahí está la grandeza de la Nit de l’Albà, que, como la Coronación de la Virgen, no puede explicarse si no se vive, ya que son momentos en los que todos juntos nos sentimos miembros de un mismo pueblo, de una misma historia, de una misma forma de entender la vida.

Esta estrecha relación se pone de manifiesto al comprobar cómo eran los mismos Electos, elegidos por el Consell municipal cada 21 de junio, quienes, históricamente, preparaban la representación de la Festa y cuidaban de todos sus detalles vestidos de gala junto al cadafal, y eran también los encargados de preparar l’Albà. Recorrían las diferentes torres y lugares desde donde se lanzaban los cohetes y se disparaba la artillería y aportaban las gruesas de cohetes a cada lugar de lanzamiento, especialmente a la torre del Consell, por ser donde «més deu lloir».

A mediados del siglo XIX, gracias a la intervención de los pirotécnicos ilicitanos de la familia Albarranch, se comenzó a lanzar la palmera final de l’Albà al prender unidos cerca de doscientos cohetes, con gran agrado del pueblo. También en esta época se hacían subir globos aerostáticos de papel que producían vistosas figuras. En la época de la II República se ideó el llamado «cohete ofrenda» con el lanzamiento de cohetes en memoria de familiares fallecidos. Y los comercios, empresas y particulares comenzaron también a «botar» palmeras más pequeñas con lo cual l’Albà adquirió el formato que hoy conocemos.

La firme unión entre Albà y Festa la vemos, precisamente, en aquellas ocasiones del ochocientos en que, por causa de epidemias de cólera morbo, hubo necesidad de posponer las celebraciones hasta haber superado los contagios estivales. Era en el mes de octubre o de noviembre cuando se podía festejar a la Patrona. Normalmente, se escogía un sábado y domingo para representar las dos partes del Misteri. Y el viernes anterior también tenía lugar l’Albà con un evidente contraste entre las temperaturas otoñales y las tradicionales de agosto, como recogen las crónicas de la época. Así, por ejemplo, en 1855 se trasladó la Festa a noviembre y «la noche del 9 se verificó la alborada, como de costumbre, y en las azoteas se dejaba sentir el frío, sin poder disfrutar de la tierna sandía como en agosto, en que se recibe el apacible viento».

Es por ello que, tras la supresión de la Festa de 2020 por causa del covid-19 y el traslado de la del presente año al día 1 de noviembre, hubiera sido de desear, con el fin de completar el ciclo festivo, haber disfrutado de una Albà en la noche del 31 de octubre, cosa que, desgraciadamente, no fue posible. Tendremos que esperar al próximo año para, si las circunstancias sanitarias lo permiten, celebrar una espléndida Albà, la primera tras su declaración como Fiesta de Interés Turístico Nacional. Una Albà que hemos de mantener y legar a generaciones futuras llena de significado y muy viva y, por tanto, siempre íntimamente unida a la Festa de la Maredéu d’Elx.

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