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Mercè Marrero.

Hablar sobre salud mental

La pandemia triplica la incidencia de la depresión en las consultas.

El actor Tristán Ulloa admite que se metió en los oficios actorales por terapia. Leo esas declaraciones y, horas más tarde, cae en mis manos un suplemento dominical en el que la autora de novelas gráficas Alison Bechdel comenta que sale a correr para combatir la depresión y la ansiedad. De hecho, la escritora recomienda esa actividad física por encima de las pastillas. El mismo día conozco que la gimnasta y cinco veces mundialista Natalia García ha decidido dejar el oficio para dedicarse a otros proyectos y confiesa haber estado medicada durante meses, sufriendo ataques de ansiedad y taquicardias. Lo mismo que la cantante Angy, que habla de su depresión sin ningún tipo de tapujo. Como debe ser. Todas estas lecturas en un día. Algo se mueve en el ámbito de la salud mental. La gente habla de ello. Y es que hay algo liberador y socialmente avanzado en poder compartirlo sin tapujos y con la misma naturalidad con la que decimos que tenemos un catarro o una gastroenteritis.  

Muchos hemos crecido en un ambiente perfeccionista, sometidos a esa cultura del esfuerzo que creemos que dignifica nuestra existencia e impregnados de una moral judeocristiana que durante años nos ha inculcado lo que está bien y lo que está mal. No es fácil estar a la altura si se parte de esas premisas. Estoy rodeada de personas, la mayoría mujeres, que asumen múltiples responsabilidades y que tienen una actividad física y mental difícil de soportar. Trabajan jornadas maratonianas con el mismo savoir faire y dedicación con la que controlan la logística familiar, los estudios y bienestar de sus hijos y el cuidado y protección de sus mayores. Cada día es agotador. 

Conozco a personas que, a pesar de poder seguir con su ocupación, han sido expulsados de un sistema que prima la juventud, la productividad y la eficiencia. Rondan los cincuenta y han pasado toda su vida en empresas que hoy están en declive o que están siendo abducidas por la tecnología. No es fácil convivir con esa incertidumbre, cuando se tiene media vida por delante. Basta abrir bien los ojos para ver a quienes están y se sienten solos. Mayores con pocos vínculos sociales, que no quieren ir a una residencia, pero que no saben cómo se las arreglarán en sus casas. Que necesitan que alguien cuide de ellos, pero no saben a qué puerta tocar. 

Hablo con jóvenes, y no tan jóvenes, sobrepasados por las expectativas de quienes les rodean. Adolescentes que tienen que prepararse para ser abogados, tenderos, médicos, panaderos o mecánicos porque es lo que desean sus padres, que son abogados, tenderos, médicos, panaderos o mecánicos. Sufren tanta presión a su alrededor que son incapaces de encontrar su propio espacio y, así, van tirando. Año tras año. Lo mismo que van tirando las muchísimas personas que en algún ámbito de su vida desearían coger el toro por los cuernos, pero no saben cómo. 

Frustración, miedo, expectativas incumplidas, estrés o soledad. Todos tenemos algo de esto. Así que, ¿para qué esconderlo, si airearlo nos hace sentir mejor y ayuda a normalizar la situación? Hay que hablar sobre salud mental, tomársela en serio e invertir en recursos. Yo también salgo a hacer deporte para combatir la ansiedad. Cada día y el máximo de horas posible. Es lo que hay.  

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