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Jornada de lectura para niños en Alicante. | INFORMACIÓN

Últimamente estoy envuelta en algunos aconteceres poéticos que me están ocupando el tiempo y el pensamiento. He impartido dos conferencias sobre la riqueza de acercar el lenguaje poético a las niñas y los niños, y sobre las posibles maneras de introducir la poesía en la Escuela Infantil. He recibido varios videos de hijos o nietos de amigos diciendo o escuchando poemas. He publicado un libro de poesías: ABUS, sobre la relación entre abuelos y nietos. Y hasta me he puesto a releer a mis poetas favoritos.

Así que he pensado que podría dedicar esta tribuna a la poesía, ahora que se acerca temporada de regalar, porque, a no ser que los poemas vengan aderezados con llamativas ilustraciones, generalmente se piensa poco en regalar poesía, y aún menos a los niños pequeños. Como si ellos estuvieran ajenos al lenguaje de la imaginación, los juegos de palabras y las metáforas. Como si no hubieran estado familiarizados con los poemas desde la misma cuna.

Pensemos que durante el primer año el aire poético está lleno de juego, de afecto, de cotidianidad. La voz, revestida de palabras, de ritmos y de modulaciones servirá de acompañamiento a las actividades diarias de la vida del niño. La madre, el padre, o las personas que lo cuidan irán diciéndole y contándole palabritas rimadas, juegos de falda, nanas para dormir, bromas a la hora de bañarlo, y así a los niños se les acostumbrará el oído poquito a poco a la belleza, y podrán pasar sin miedo del ser acunados y celebrados con la voz y con los brazos, al ser zarandeados con el «aserrín aserrán» en las piernas de su papá.

Las palabras serán símbolo del cariño, del alimento, del placer, de la exploración curiosa sobre la realidad y de la relación con las demás personas, tanto en la casa familiar, como en la escuela infantil, que ha de ser para el niño un lugar de confianza, tranquilidad, aprendizaje y contacto con los demás. Y es que la poesía, juego musical y consolador donde los haya, debe acompañar siempre el crecimiento del niño para llevarlo de puntillas, y casi sin darse cuenta, desde la cuna, hasta la comba. Decirle a un niño un poema es como hacerle un regalo, y a la vez invitarlo a participar en el festín de, algún día, disfrutar de decirlo él solito, cuando pueda hablar, cuando pueda memorizarlo, cuando pueda participar de la herencia cultural de las palabras y de la belleza.

Buscar el momento, revestirlo de expectativa y alegría, y pronunciar el poema despacito, con el ritmo que cada cual tenga a bien imprimirle, con las miradas prendidas, con las manos jugueteando sobre las manos, pies, o cabezas de los niños, podría ser una buena manera de empezar. Luego está el repetirlo mirando a cada niño, haciéndole volar, subir y bajar sentado en las rodillas, o caminándole el brazo con los dedos. Siempre con entusiasmo, siempre jugando, siempre buscando conectar afectivamente con los niños.

Cuando los niños oyen el poema por primera vez, se suelen quedar asombrados, absortos. Notan algo diferente en las palabras y también en la actitud del que lo dice. Si saben hablar piden: «Otra vez», o «más». Si no, se acercan a tocarte la boca, y te hacen saber que quieren que se lo repitas... interminablemente. Cuando hay una ilustración que acompaña el texto, acuden a ella pidiendo volverlo a escuchar. Y la poesía entra a formar parte del ambiente, de las cosas en común, del acercamiento a lo bello.

Plantearnos como maestros la poesía no ha de ser una tarea «obligatoria», algo que responda a una moda pedagógica, ni que se haga para cubrir «objetivos de lenguaje». Porque la poesía supone una germinación de las palabras y del sentido más profundo de la lengua que nos reúne como grupo humano, supone expresión de uno mismo, cobijo afectivo, vivencia social, entrada en la cultura, arte, belleza, juego... Y los niños saben de esto, del placer de la repetición, de las cadencias compartidas, de la musicalidad y de las bromas con que se acompaña y se alimenta su crianza, su cotidianidad. Y de la misma manera que hace con tantas otras cosas importantes, el niño vuelve menuda la poesía y se la va apropiando, a base de manosearla, de mecerla, de repetirla, de jugarla.

Una suerte compartida y al alcance de nuestra mano, porque decir y oír poesía con los niños viene a ser como estrenar sentimientos, que rompen de dentro a afuera como si fueran olas, que se cuelan como la lluvia de fuera a adentro, pero dejando un poso siempre de esas ganas de «más» que dicen los niños. Ayudarlos a ellos a entrar al universo de las palabras es una invitación, un comienzo, una puerta abierta por la que se accede libremente y por la que se entra a un lugar donde estar consigo mismo y con los demás, a través de un acuerdo a lo grande, que es la cultura.

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