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Matías Vallés

Franco es el Trump español

Una imagen de Francisco Franco.

Excitar un viaje masivo al pasado es sencillo, porque la tentación reaccionaria está anclada en cerebros humanos que almacenan más historia que futuro. El problema consiste en acertar con el momento previsto para el aterrizaje. Así lo recuerdan decenas de relatos disparatados de ciencia-ficción, donde el héroe desembarca de su nave del tiempo en la edad equivocada.

Es posible que la izquierda siempre bienintencionada aspirara a resucitar la república a fuerza de invocarla. Sin embargo, se equivocó de década y ha resucitado al dictador. Ayer mismo, un iracundo Odón Elorza gritaba en el Congreso que ETA ya no existe, y cuesta encontrar un testimonio más solvente de la extinción. A continuación, se sentía obligado a reprochar a la parte opuesta de la cámara que el franquismo seguía presente en la sala, y con una salud envidiable si se consideran los 130 años de su fundador. ETA ha muerto, Franco vive.

La mitad de los diputados españoles no habían nacido cuando murió Franco. Sin embargo, Elorza no confrontó a la derecha con Bárcenas o Rodrigo Rato, tan vigentes. El referente vuelve a ser el Generalitísimo. Por desgracia para sus reivindicadores en aumento, ya no marca el paso de los déspotas mundiales como en la segunda mitad del siglo pasado. El santo patrón de los tiranos de porte irrisorio es hoy Donald Trump.

Bolsonaro es el Trump brasileño, Duterte es el Trump filipino, amenaza por ahí un Trump chileno. En buena lógica latinizadora, Franco es el Trump español, en presente y muy indicativo. Esta equiparación aclarará la dimensión histórica del personaje al mayoritario contingente de políticos españoles que se libraron de la dictadura. La actualización es importante, porque el poder de fascinación del franquismo es nulo según se comprueba examinando un metro de No-Do. La dictadura nunca se metió en política ni cumplió con una sola de las reglas del espectáculo norteamericano, tal vez el fulgor que ha recuperado con su ubicuidad refleje la grisura conterporánea. 

También aquí cultiva Pablo Casado su propensión al exceso. Al colocarse bajo la advocación religiosa del antepenúltimo Jefe de Estado, no ha quedado claro si el presidente del PP es un oportunista que no distingue entre un frac y un Franco de alquiler, o si solo cree en el franquismo por cortesía. La complicada disputa de la herencia del déspota deslustrado se debe al ridículo del teórico legatario Santiago Abascal en la moción de censura, donde demostró que no sirve ni como imitador del antepenúltimo Jefe de Estado. Sin embargo, ahora que ABBA y Facebook funcionarán mediante hologramas, se facilitará la exhumación. Franco ha estrenado el metaverso de Zuckerberg, los adelantos tecnológicos son el medio más seguro para viajar al pasado.

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