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Miguel Ángel Santos Guerra

Felicidades y felicidad-des

Imagen de archivo de graduación | INFORMACIÓN

El pasado día 25 de noviembre, en Vitoria-Gasteiz, tuve el honor de dirigir unas palabras a los graduados y graduadas de la séptima y octava promoción de los Grados de Infantil y Primaria de la Facultad de Educción y Deporte de la Universidad del País Vasco. El señor Decano, Igor Camino Ortiz de Barrón, me había invitado hace ya varios años a participar en este acto solemne. Primero la complejidad de casar las agendas y después la indeseable pandemia, habían retrasado este sueño. Pero, ¡lo que es la vida! Después de ese largo tiempo que mezclaba la ilusión con la espera, una inoportuna neumonía impidió al decano estar presente en el acto y le obligó a seguir la ceremonia desde la habitación de un Hospital. Gajes del oficio de ser humanos.

Fue emocionante estar allí con los ciento cincuenta jóvenes, más chicas que chicos, como es habitual (y nada casual) en este tipo de carreras. Para pensar. Un veterano catedrático como yo, jubilado hace años, les hablaba a los jóvenes maestros y maestras, que derrochaban ilusión y entusiasmo ante la perspectiva del comienzo de su vida laboral. Pensé en ese momento: ojalá que empecéis a realizar esta maravillosa y decisiva tarea con la mitad de la ilusión con la que yo me despedí de ella.

Comencé mi intervención expresando dos sentimientos. El primero se centró en la palabra felicidades. Era un momento de alegría por haber llegado hasta el final de un camino emprendido hace cuatro años. Felicité a los profesores y profesoras que les habían guiado y ayudado. Y también a sus padres y madres (lamentablemente ausentes por la pandemia) que, con toda seguridad, han sido su principal soporte emocional y económico. El segundo sentimiento se centraba en la expresión felicidad-des. Porque quería desearles que la tarea educativa que iban a realizar en su vida tuviera como objetivo prioritario llevar la felicidad a la vida de sus futuros alumnos y alumnas.

Les dije a continuación que me gustaría poder felicitar a sus futuros alumnos y alumnas. Si os vieran por un agujero del tiempo, ¿qué pensarían de esta ceremonia de graduación? Ojalá pudieran decir: “dichosa la tarde del 25 de noviembre de 2021 en la que se celebró la graduación que te convirtió en mi maestra o en mi maestro. Qué suerte la mía”.

Les hice entrega, a continuación, de un ramillete simbólico de cinco rosas, cuatro cortadas en jardines ajenos y la quinta en mi propio jardín. Ramo de rosas que era una felicitación por lo que habían conseguido y el deseo de un futuro profesional progresivamente feliz.

Corté la primera rosa en el libro de Parker J. Palmer titulado “El coraje de enseñar”. Dice el autor: “Maestros y aprendices son compañeros en una danza humana, y una de las grandes recompensas de la enseñanza es la oportunidad diaria que nos concede de volver a la sala de danza. Es la danza de la espiral generacional, en la que los mayores empoderan a los jóvenes con su experiencia y estos a aquellos con su vida nueva tejiendo una y otra vez el tejido de la comunidad humana a medida que se van pasando páginas de la historia”.

Encontré la segunda rosa en el libro “Mal de escuela”, de Daniel Pennac. Dice el profesor y novelista francés: “A mí me salvaron la vida tres profesores que tenían una característica común: nunca soltaban a su presa!”.

Conseguí la tercera rosa en el hermoso libro de Ken Bain “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”: Dice el autor sobre estos excepcionales docentes: “Cuando uno de estos profesores inicia una experiencia de aprendizaje es como si un amigo invitase a sus amigos a cenar y no como si un alguacil sentase en un banquillo a un acusado”.

Corté la cuarta en el libro de Rubem Alves “La alegría de enseñar”. El fallecido autor brasileño dice: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna manera seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra.... Por eso el profesor nunca muerte”.

En mi propio jardín encontré la quinta rosa, Concretamente en mi libro “Un ramo de flores para los docentes del mundo”: Digo en la introducción: “Si la tarea educativa es la más difícil, la más arriesgada y la más importante que se le ha encomendado al ser humano en la historia (trabajar con el mente y el corazón de los niños y de los jóvenes) deberían dedicarse a ella las personas más valiosas del país”.

Titulé la conferencia “Ingenieros/as del alma”. No puedo, como es fácil suponer, resumir lo que dije en los cuarenta y cinco minutos que se me habían concedido.

Expliqué el contenido del título, dije que la ingeniería es el arte y la ciencia de tomar decisiones, partiendo de datos incompletos e inexactos, a la hora de buscar de entre las posibles soluciones de un problema, aquella que es la más adecuada. El ingeniero en su profesión acostumbra a tomar decisiones y realizar compromisos, siempre con el objetivo de encontrar soluciones y resolver problemas de forma racional y ética. Es la justa réplica a las exigencias de la tarea educativa. Partiendo de datos incompletos, inconexos y frecuentemente inexactos el educador ofrece orientaciones para el aprendizaje de las ideas, el desarrollo emocional y las actuaciones morales.

Enuncié algunos mitos y errores sobre la ingeniería del alma, analicé las perspectivas desde las que se puede comprender y sentir esa profesión, hablé también de las fases que habían recorrido y de las que les quedaban por recorrer. Desde los motivos que les llevaron a elegir la carrera a la formación inicial y la selección. Recabé en ese momento el cambio del estado de opinión que sostiene que el que no vale para otra cosa vale para ser un maestro o una maestra. Les espera ahora el desarrollo profesional y, después de muchos años de ejercicio, llegarán (ojalá) a la jubilación. Ojalá lo hagan lamentando que se haya agotado esa fuente de felicidad de la que habrán bebido durante toda una vida,

Hablé de diferentes tipos de motivos. Unos ricos, otros pobres, otros espurios y algunos enajenantes. En efecto, es posible que algunos de los presentes haya hecho la carrera sin saber por qué, por obligación o por puras circunstancias del azar. Les conté la historia de la botadura de un barco. La banda municipal toca, las autoridades presiden mientras se estrella una botella de champán sobre el casco. Un niño que corre entre la gente, tropieza y case al agua. La profundidad es enorme y la dificultad extrema. Nadie se decide a saltar al agua. De pronto, una hombre vestido se arroja al agua. El silencio es sepulcral. Con esfuerzo sobrehumano va empujando al niño hasta sacarlo. La multitud estalla en gritos aclamando al salvador, al héroe que arriesgó la vida para rescatar al niño… Mientras tanto, el hombre se dirige en voz baja a la persona que tiene al lado y le dice:

- Me gustaría saber quién ha sido el desgraciado que me ha empujado y me ha tirado al agua.

Les dije a los asistentes que si alguien estaba allí porque le había obligado el azar o la vida, ya que estaba, por Dios, que salvase a los niños.

Hablé de otras cosas: de las competencias profesionales necesarias para realizar con éxito su tarea de ingenieros/as del alma, radicadas en el saber, en el saber hacer, en el saber sentir y en el saber ser. Hablé de la necesidad de tener en cuenta el contexto en que van a trabajar porque sin entender el contexto no se puede entender el texto. Tendrán que ser profesionales contrahegemónicos en la cultura neoliberal. Les advertí de que era más fácil dejarse llevar por la corriente que navegar en contra, y les recordé que solo a los peces muertos les arrastra la corriente.

Me tuve que apresurar para terminar a tiempo. Sobrevolé algunas ideas sobre las estrategias de mejora incesante. Y llamé la atención sobre algunos peligros que se podrían encontrar en las instituciones en las que trabajen y algunas trampas que podrían crecer en su propio corazón.

Después se entregaron los Diplomas y se hicieron las fotos de rigor. Entre aplausos constantes se entregaron distinciones y regalos en un clima rebosante de alegría.

Habló también un alumno que, con acierto agradeció a los buenos profesores la formación brindada y a los malos el haberles enseñado lo que no deberían hacer. Autoridades de la institución cerraron el acto con palabras certeras y emotivas. Mientras cantábamos el “Gaudeamus igitur”, pensaba en ese magnífico grupo de jóvenes que van a dedicar su vida a la educación. Me hubiera gustado decirle a cada uno que enseñar no es solo una forma de ganarse la vida, que es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros.

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