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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

La silueta encendida

Una imagen del volcán de La Palma.

Nunca creí en el infierno y mira que no pocos predicadores de la época se empeñaban en ponernos los pelos de punta. Sin saber exactamente aún qué pensaba alrededor de la existencia de Dios, me costaba lo mío admitir que quien ideó que pudiera brotar un parque con las hechuras del que íbamos cogidos de la mano de los padres a echarle de comer a los patos mientras se nos filtraba hasta más allá de los pulmones el olor a azahar recién florecido fuera el mismo que había puesto en marcha una extensión descomunal para el castigo eterno. No sé, resultaba muy retorcido.

  Y aunque conforme queda atrás la infancia y vas dándote cuenta de que el abismo nos lo procuramos entre nosotros es difícil despegarse de aquella imagen con la que se nos circuncidó a base de homilía y fuego, que sin embargo es lo más parecido a lo que hoy tenemos ahí delante con ríos de lava que dan al océano sepultando todo lo que encuentran a su paso. Son muy pocos los que se sienten capaces de prepararse para afrontar el momento final, pero para lo que nadie lo está es para el entierro de todo lo que has ido construyendo y tener que permanecer impasible delante con las manos en los bolsillos. Más diabólico parece complicado.

  Se me ha colado esto en un resquicio del cerebro ahora que nos esforzamos por dejar la habitación de los nietos niquelada a pocos días de que hagan su entrada inaugural desde el extranjero con apenas tres meses en este mundo, por acondicionar la estancia con fotos de la madre de los gemelos rodeada de los peluches que les aguardan sobre el edredón para darles la bienvenida, por poner remedio a los cierres para que no pueda colarse ni una brizna de tiempo pelín desapacible. Qué más les dará los ventanales a quienes, atiborrados de sacudidas en la isla de las pesadillas, ven cómo el horno se mantiene encendido sin saber en qué hora se detendrá, las lluvias forman un «mar de vapor» sobre el volcán, el paisaje se transfigura y las sobremesas compartidas en casa han quedado hechas cenizas. ¡Qué vida esta!    

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