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Jorge Fauró

ARENAS MOVEDIZAS

Jorge Fauró

El odio

Imagen de archivo de un hospital

Hay una parte de la sociedad que vive sin causa aparente anclada en la aversión y el rencor y una parte de la clase política que, lejos de evitarlo, lo jalea y promueve

De entre todos los titulares relativos al lamentable fallecimiento de la autora de Las edades de Lulú, uno de los más certeros lo hallé en varios diarios de este grupo editorial: «Media España llora a Almudena Grandes». Pueden imaginarse la otra media. El gran público, llamémoslo así, ese que se manifiesta ante las cámaras, en la intimidad de sus hogares y círculos de amigos o difunde opiniones en redes sociales, recibió la noticia a caballo entre la consternación y el respeto -una amplia mayoría-, la indiferencia y el ataque visceral, del que me ahorro los ejemplos.

No es fácil acostumbrarme a las reacciones de odio cuando ni siquiera ha transcurrido tiempo suficiente para dejar enfriar el cadáver. Una parte de la sociedad chapotea sobre ese fango con la misma naturalidad con la que usted o yo salimos a dar un paseo o visionamos una serie. El odio en el sentido shakesperiano, ese que las masas profesan sin mayor fundamento en la misma medida que los demás amamos sin saber por qué; el odio entendido como lo expresó Daudet, que lo atribuía a la cólera de los débiles.

La cuestión es que no solo los débiles poseen la exclusividad de tal sentimiento. Durante mucho tiempo odiamos a los terroristas de ETA como odiamos a los de las bombas en los trenes de Atocha, casi en idéntica proporción en la que ellos nos odiaban a nosotros, aunque nuestro odio era un odio no premeditado y nacido de la rabia (mataban a gente de bien que en nada se entrometía en su causa).

Acabamos aburridos de tanto odiar, de modo que dejamos de hacerlo pese a las innumerables tentaciones en las que a menudo tratan de entramparnos algunos líderes de opinión. Hay personajes públicos que aparentan vivir del odio como hay conocidos (en nuestros trabajos, en nuestras familias) que no existen sin el conflicto, que es la marca blanca del primero.

Lo que queda de aquella herencia que dejó el terrorismo etarra, presos en buena parte pero también representantes políticos que simpatizaron antaño con la lucha armada, acaba de oficializar que ya no habrá más recibimientos festivos a los excarcelados de la banda. Por más que llegue tarde, no solo es una buena noticia para las víctimas, a las que se causaba un dolor inmenso cada vez que se celebraba un ongi etorri, sino que contribuye de forma notable a normalizar una sociedad que ha vivido demasiados años asfixiada y enfrentada con sus vecinos de escalera. Y, sin embargo, y a pesar de que así lo han recibido quienes sufrieron en sus carnes la violencia etarra, una parte de la ciudadanía, jaleada por cargos públicos, mantiene y expande un argumentario belicista que lejos de apaciguar la tensión vierte queroseno en la hoguera. El odio ideológico.

Por pequeña que sea, hay una parte de la sociedad (generalmente ubicada en los extremos) que hace del odio su bandera. Hay tantos individuos que aborrecen a Amancio Ortega como aversión sienten hacia Almudena Grandes después de muerta. Sin fundamento, sin motivo aparente, porque sí. Algunos partidos han encontrado peces en esos caladeros, a uno y otro lado, en la extrema derecha y en la extrema izquierda, que lejos de apaciguar, jalean; que en lugar de callarse la opinión -que a veces conviene hacerlo-, la expanden y la mantienen para su galería con modos y maneras burdos y arrogantes. Nada más anunciarse que Marta Ortega se convertirá en la nueva presidenta de Inditex ya tenía odiadores, como los tiene Pablo Iglesias o los colecciona Abascal.

La pandemia es mundial. En Francia acaba de anunciarse el concurso electoral de un tertuliano de ultraderecha que deja a Marine Le Pen convertida en una liberal con aires casi centristas. Eric Zémmour, un odiador de manual, ha sido condenado por incitación a la discriminación racial y juzgado por llamar ‘ladrones’, ‘asesinos’ y ‘violadores’ a inmigrantes menores no acompañados. Sin embargo, las encuestas han llegado a situarle muy cerca de Macron. El vídeo de presentación de Zémmour incluye la Francia ‘en llamas’ que, dice, salvará del incendio, pero también reivindica a notables de la cultura francesa, como Jean Paul Belmondo. Ya es mucho más de lo que un sector de nuestra clase política ha dicho aquí de Almudena.

@jorgefauro

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