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Jorge Dezcallar

TRIBUNA

Jorge Dezcallar

Nuestra complicada relación con Rusia

Lo peor es que los europeos no estamos de acuerdo entre nosotros, con los países del sur más proclives a la cooperación con Moscú mientras que los del norte prefieren una actitud más dura

Nuestra complicada relación con Rusia

Estos días se ha vuelto a calentar nuestra relación con Rusia como consecuencia del obsceno envío de emigrantes desde Bielorrusia hacia Polonia, Letonia y Lituania, y por las amenazantes maniobras militares que Moscú está haciendo junto a las fronteras de Ucrania. Su actitud ambigua en estos asuntos no es precisamente amistosa. Cuando Biden se encontró con Putin en Ginebra en junio pasado se presentó con el respaldo de los líderes europeos y dijo que su objetivo era dotar de «estabilidad y predictibilidad» a la relación porque -y esto no lo dijo- lo que de verdad le preocupa es China y no quiere echar a Moscú en brazos de Beijing. Nosotros, tampoco.

Pero ese respaldo europeo, que es real, también puede ser engañoso porque los EE UU y la UE no vemos a Rusia exactamente igual. Lo que para los americanos es un problema de estrategia global con una «potencia regional» (Obama dixit), para los europeos es un problema de vecindad con una potencia nuclear que tiene un ejército formidable en nuestras fronteras, un asiento permanente con derecho de veto en el Consejo de Seguridad y que además nos suministra el 40% del gas que consumimos en un momento invernal de escasez y de altos precios de la electricidad. Nuestra aproximación hacia Rusia es por lo tanto más matizada y más condicionada (por menos libre) que la estadounidense.

Lo peor es que los europeos no estamos de acuerdo entre nosotros, con los países del sur más proclives a la cooperación con Moscú mientras que los del norte prefieren una actitud más dura. Tienen miedo a Rusia, no lo ocultan y no se les puede culpar. Como consecuencia, nuestra política se rige por la ley del mínimo común denominador y es más acomodaticia que la norteamericana, sin que ello quiera decir que condenamos la anexión de Crimea como ya antes condenamos las de Osetia del Sur y Transnistria. Por eso la UE le impone sanciones aunque nuestra carencia de una política exterior común nos dificulte ir más allá. El enfado ruso se hizo patente durante la visita a Moscú del máximo diplomático europeo, Josep Borrell.

Los principales obstáculos para tener relaciones normales con Rusia son Ucrania y Bielorrusia. La aproximación de Ucrania a la UE y a la OTAN son dos líneas rojas para Moscú, que la considera un estado tapón frente al cerco que percibe por parte de una OTAN que coloca misiles muy cerca de sus fronteras. Por eso ha intervenido en Crimea y en Donbás y amontona ahora a 120.000 soldados junto a la frontera de Ucrania. Blinken y Lavrov han hablado estos días de estos asuntos. También tenemos problemas por Derechos Humanos (Navalny) y por el aprovechamiento por Moscú de la debilidad de Lukashenko para forzar la integración económica (y en el futuro también política) entre Rusia y Bielorrusia. Moscú ha apoyado a Minsk en la reciente crisis migratoria, pero no ha respaldado su amenaza de cortar el paso del gas ruso por su territorio, para dejar claro que las decisiones importantes no las toman los pequeños.

Y ya que estamos con el gas, el gasoducto Nordstream 2 también forma parte de esta relación complicada.  Alemania y Rusia lo quieren mientras que Estados Unidos y Ucrania lo rechazan porque aumentará la dependencia energética europea de Moscú y pondrá a Ucrania a la merced de Rusia. Kiev necesita el gas ruso y también cobra por el tránsito del destinado a Europa. Con el Nordstream en funcionamiento Rusia podría, teóricamente al menos, no exportar a través de Ucrania y dejarla seca. Por eso Estados Unidos se opone mientras que Berlín trataba de resolver el problema ofreciendo garantías de abastecimiento a Kiev... hasta que el regulador alemán ha paralizado (temporalmente) el gasoducto cuando estaba a punto de entrar en funcionamiento y Putin ofrecía aumentar un 10% sus remesas de gas en un momento en que lo necesitamos. Este hecho puede complicarnos la vida si el invierno es muy frío.

Es deseable que europeos y americanos seamos capaces de acordar una política común respecto de Rusia. Pero para eso hacen falta al menos dos cosas: que primero nos pongamos de acuerdo entre nosotros y que luego los americanos no intenten imponernos su política. Porque nuestros puntos de vista no son exactamente coincidentes.

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