El tema principal del episodio del nacimiento de Jesús de Nazaret es la desprotección de una pareja, una familia sin trabajo y sin hogar que termina cobijándose en un establo. Es una pareja de inadaptados, de excluidos, de marginados. Todo el mundo sabe que esa pareja termina en un recinto dedicado a las bestias, y ella da a luz a su hijo allí mismo, e improvisa una cuna utilizando el recipiente en donde se alimentan los animales. No es casual que el acompañamiento en ese momento no sea la madre, las hermanas, la partera. No es nadie de la familia. El acompañamiento en el “alumbramiento” es de dos animales, hay que llegar al límite de la marginación: sin familia, sin casa, sin trabajo. Qué importa si es un establo, un cajero de un banco, una patera o los exteriores de un centro de acogimiento.

Esa historia habla de una sociedad que desprotege a los suyos y al mismo tiempo nos asegura que la persona más insignificante puede ser al mismo tiempo la persona más importante de todas, incluso el hijo de una deidad que no pertenece a este mundo (por fortuna para la deidad). Ese es el principio fundamental del relato: todos somos importantes, no importa qué tan lejos estés de la parte más elevada de la cadena económica.

Sin embargo, la razón por la que se ha colocado el belén gigante no ha sido para representar esa idea ni ninguna otra. Ha llegado un momento en que se ha banalizado toda tradición religiosa, y no importa el significado del nacimiento de Jesús, las ánimas que representan a nuestros ancestros en Halloween, o el martirio y crucifixión de un prójimo: como en la Edad Media, lo importante es cuánto vamos a recaudar. Es obsceno. Jiménez olvidó esa acepción del sustantivo cuando así tilde el caso del belén y solo se centró en la parte sexual. Él sabrá por qué.

Porque esa es la cosa: mientras se aprueba una norma para multar a los que no tienen techo, mientras se les trata de ahuyentar del lado noble y turístico con multas que no podrán pagar nunca, se utiliza torticeramente el símbolo más importante de nuestra cultura: la de aquellos que no tienen techo: María, José y su hijo Jesús. O Mariem, Jusuf y su hijo Joshua, por citar por una vez sus nombres reales.

Y no caemos en nuestro cinismo: abandonamos a los desprotegidos a su suerte colocando unos desprotegidos gigantes de cartón-piedra para llamar al máximo la atención. La atención, ¿en qué? Merece el Guinness, pero a la mayor ironía no solo de nuestra Administración Local, sino también a la del conjunto de nuestra sociedad.

Y para más escarnio de vulnerables, lo llamamos “medida de activación económica”. Igual tendríamos que pensar que cualquiera de nosotros puede quedar tan desprotegido que puede dormir en la calle al lado de tales figuras gigantes que lo representan a sí mismo, pero puede sentirse feliz porque lo es como una “medida de activación económica”. Si realmente fuéramos justos, esas figuras deberían estar en el patio del CAI, y en tal caso, deberían colgar las PCR negativas de su manto y entre los mimbres del moisés del niño Jesús. Y en la Explanada debería instalarse un conjunto de figuras representando un sínodo fariseo, para ser igualmente justos.

Igual así reflexionamos sobre lo que somos realmente y cuáles son nuestros fines reales. Porque el fin de este megabelén nada tiene que ver con la desprotección, con la solidaridad, sino con el interés de todos nosotros de exorcizar la idea de no acabar siendo alguien a quien nadie abre las puertas, a quien nadie ofrece trabajo y termina, si tiene suerte y una PCR negativa, en un albergue.

Así que alégrense, casi es Navidad, y pronto cualquiera de nosotros puede acabar siendo una medida de activación económica.