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Antonio Gil Olcina

Minoración y protección de inundaciones en la Vega Baja del Segura

Inundaciones Vega Baja DANA 2019

El calamitoso enlagunamiento de septiembre de 2019 ha evidenciado que el sempiterno problema de las anegaciones en el llano de inundación del Bajo Segura perdura de forma intensa; asimismo se ha hecho bien patente que el importante Plan de Defensa de las Avenidas del Segura (1987) se ajusta por completo a su denominación y, en consecuencia, deja de ser eficiente cuando la causa de sumersión no es el río, como fue el caso. Así pues, dado que las inundaciones (alóctonas, autóctonas e integrales de uno u otro sesgo) pueden responder a protagonismos diversos, es necesario identificar estos: resulta, más que equívoco, erróneo denominar el citado acaecimiento Riada de Santa María; en cambio, es correcto llamarlo Inundación o Diluvio de Santa María, ya que fue este, y no una avenida del Segura, el origen de la anegación autóctona. Todo ello y la notoria complejidad de la cuestión han puesto sobradamente de manifiesto la urgente necesidad de elaborar y desarrollar un plan global y armónico que contemple, en su conjunto, la exposición a este riesgo, procurando una respuesta acabada y coherente sobre prevención, minoración y protección del mismo.

Para emprender la ardua tarea resulta indispensable el adecuado conocimiento morfológico, climático e hidrológico de la planicie aluvial; espacio semiendorreico, alagadizo, de avenamiento precario y drenaje lento, en el que el lecho aparente del Segura, “colgado” o, por mejor decir, alzado el álveo por las soladas o depósitos, no ocupa el talweg, sino que circula sobreelevado sobre su lecho mayor, dificultando aún más el avenamiento, que precisa de escorredores, azarbetas, azarbes y azarbes mayores, azarbones en algún caso. Para subrayar la potencia de la sedimentación aquí, baste recordar la costosa monda tradicional del Paredón de Benferri o, más allá de la monda, la desquejera de la Acequia de Alquibla. Resaltemos asimismo que es territorio intensamente humanizado, con una mayoría de municipios poco extensos e importante poblamiento disperso. Sin duda, tampoco deja de ser útil una perspectiva suficiente de la transformación del antiguo espacio palustre en vega. De igual manera, debiera producirse el fructífero maridaje entre información teórica y saber empírico; de ahí que sea muy conveniente -en nuestra modesta opinión, obligado-, antes de formular proposiciones o proyectos, un amplio contacto e intercambio de opiniones con los juzgados privativos de aguas, regantes, asociaciones agrarias, plataformas específicas y, por evitar decisiones erróneas, olvidos clamorosos y propuestas temerarias, en un ámbito cuyas dificultades e interacciones no es preciso encarecer; tan solo iterar la planitud casi perfecta de un llano de inundación con freático somero, la sobreelevación del cauce fluvial, los torrenciales aguaceros y las crecidas relámpago, a veces exorbitantes e inconcebibles, de ramblas, barrancos y torrenteras; sin omitir los potentes mantos de arroyada en algunos raigueros ni las corrientes de derrubios alimentadas por desnudos acantilados de dolomías triásicas. Abandonados y desorganizados los riegos de turbias tampoco cabe trascordarse de derramadores y antiguas boqueras. Ni desconocer las peligrosas invasiones de ramblas y ramblizos, reduciendo sus álveos al mínimo o, incluso, ocupándolos por entero. La rambla de Abanilla y el propio término de Benferri poseen amplios muestrarios de estas trasgresiones.

Ejemplo prototípico de propuesta temeraria constituye la peregrina idea de conectar la rambla de Abanilla al Segura, comprometiendo y agravando aún más la situación de un cauce insuficiente, acumulando y sincronizando crecidas en los diluvios. Es de resaltar que, en septiembre de 2019, fue este el curso que aportó mayor volumen de agua, con gran diferencia, a la Vega Baja; a pesar de la derivación al embalse de Santomera, la punta de su llena, en el azud de Benferri, según las estimaciones extremas, subió a un caudal entre 780 y 1.200 m3/s, calculándose su vertido al llano de inundación en 74 hm3. Cabe suponer lo que ocurriría en el Bajo Segura con una venida de esa entidad, en la completa seguridad de que las ha conocido mayores. Durante siglos, en los informes requeridos, con motivo de inundaciones, a los peritos labradores por el concejo oriolano, y en las descripciones simultáneas de los canónigos del cabildo catedralicio, documentados por el profesor Gregorio Canales, se destaca, una y otra vez, el papel relevante de la rambla de Abanilla en todas las inundaciones autóctonas e integrales. Así pues, esta conexión sobrecargaría, de manera insoportable, un cauce, el del Segura, ya insuficiente, y ocasionaría desbordamientos de gran alcance y, previsiblemente, serios quebrantos en motas y muros del río. Abanilla (436 km2 de cuenca) no va muy a la zaga en peligrosidad, de otras ramblas famosas por sus monstruosos aluviones, como las de Minateda y, sobre todo, Nogalte, que, con un retorno teórico de 500 años y una superficie vertiente de solo 139 km2, registró en un intervalo bien corto (19 de octubre de 1973 y 28 de septiembre de 2012) dos descomunales puntas de avenida (1974 y 2.584 m3/s, respectivamente). A diferencia, es del todo recomendable y prioritario, siempre que no falte reforestación, y mantenimiento adecuado, la regulación de la cabecera que integran las ramblas de Chícamo, Balonga y Tinajón. Sin duda, es posible encontrar para la rambla de Abanilla destino menos comprometido que la conexión al Segura.

Por lo que hace a olvidos notorios, cabe rememorar el que habitualmente se comete al referirse al Reguerón del Riacho-Azarbe Mayor de Hurchillo, el concerniente a las colas conjuntas de los cauces viejo y nuevo del Segura, sin preterir la necesaria rectificación de la desembocadura ni las acciones periódicas de conservación y mantenimiento. Es bien frecuente el olvido, incluso desconocimiento, del papel histórico de sangradera del Guadalentín (en aserto de Maurice Pardé, “el río más salvaje de Europa”) que ha desempeñado el Reguerón del Riacho-Azarbe Mayor de Hurchillo: las colosales llenas del temible río-rambla, desbordado su Reguerón, solían llegar a la Vega Baja por doble vía, Segura y Azarbe Mayor del Hurchillo, al punto que este último produjo, a veces, cuantiosos daños. Así, con ocasión de la enorme crecida desencadenada en el Guadalentín por la rotura de la segunda presa de Puentes (1802), su propagación a través del referido azarbe destruyó el molino hidráulico instalado por el cabildo catedralicio, sobre el mismo, en su señorío de Bigastro; topónimo que, debido a la clerecía culta, prevaleció sobre el popular y alongado de Lugar Nuevo de los Canónigos. No menos urgencia que la de ampliar el citado azarbe es la imperante en la margen izquierda, donde, por el escoramiento del Segura a la derecha, radica el grueso de la vega; cuyo sistema de drenaje, con el Azarbe Mayayo a la cabeza, colapsó, en septiembre de 2019, incapaz de avenar el agua llovida y la derramada por las ramblas. A la vista de la costosa y laboriosa reversión al aire libre de azarbes entubados (Enmedio, Los Vidales y, probablemente, el del Señor), no parece preciso insistir en que esta red, de vital importancia, requiere actuaciones adecuadas, que la perfeccionen y potencien, sin efectos contraproducentes.

No deja de ser cierto que el difundido refrán “El que está a la cola, se seca o ahoga” se ha hecho realidad, bastantes veces, en la Vega Baja. En septiembre de 2019, fue concretamente en la antigua cola del Segura, cuyo estado, por recurrir al eufemismo, podía ser adjetivado de incalificable; allí abandono y dejadez hubieron de concluir en explosión, por la ineludible voladura de la mota fluvial como único medio de dar salida a los ingentes aportes de los azarbes mayores en San Fulgencio y Guardamar, retenidos y empantanados en el cauce antiguo, falto de todo mantenimiento, atorado por arrastres y vegetación. Resulta casi inconcebible que a las dificultades de desagüe, por diversos motivos, se añadiera un descuido de semejante envergadura. Hoy es cuestión pendiente de respuesta, con la doble opción de mantener comunicados los dos cauces o unificarlos, enteramente despejados en cualquier caso.

La desembocadura en el Mediterráneo es sector que, para propiciar la evacuación de inundaciones, también urge solicitud prioritaria, ya que su configuración ha experimentado, en los dos últimos siglos, variaciones dignas de mención: un detallado “Plano de Guardamar y del río Segura…” (1750) muestra la desembocadura desviada hacia el sur, mientras medio siglo atrás, a comienzos de los setenta, lo estaba al norte, hacia donde empujaba la deriva litoral; en 1987 existía un espigón en la margen izquierda que facilitaba el desagüe, ahora sucede lo contrario. La dinámica litoral y los “temporales de levante” constituyen dos referencias de primera magnitud; por cierto, los expresados temporales no suelen acompañar los procesos de “gota fría”, como corrientemente se afirma; sino, sobre todo, a desarrollos ciclogenéticos, de Argel o Baleares, que llevan asociados vientos de largo recorrido; incluso, con independencia que evolucionen o no a sistemas convectivos de mesoscala, corrientes en chorro a baja altitud (“low level jets”).

Tras cruzar la Vereda del Reino, recorrer treinta kilómetros, envejecido y deteriorado por un mantenimiento deficiente, el cauce treintañal alcanza por fin el Mediterráneo; testigo mudo y, sin embargo, elocuente de cómo, al margen de toda lógica, las actuaciones en el Segura, lejos de remontar aguas arriba desde desembocadura, han descendido hacia esta de manera lenta y precaria. Transcurridos dos años del desastroso y mortífero enlagunamiento de 2019, resulta bien patente la necesidad de un plan de conjunto, global, armónico, coherente y cohesionado de prevención, minoración y protección de inundaciones en la Vega Baja. Todavía otoño, resulta obligado recordar que, con un régimen pluviométrico tan irregular, los intervalos teóricos de retorno no garantizan tregua alguna ni dispensan mínima tranquilidad sobre el grave riesgo latente, pronto a transformarse en peligro.

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