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Francisco José Benito

La Cuarta Vía

F. J. Benito

Un aperitivo viendo la playa de San Juan desde Benidorm

El sol y la playa que cuestionan los mal llamados gurús del turismo funciona, y así va a seguir, pese a que tenga ya más de 50 años de éxito, tras el paréntesis de la pandemia

Turistas disfrutan de una terraza en Benidorm en el puente de la Constitución. | DAVID REVENGA

Conducía hace unos días hacia el corazón de la Marina Baixa para participar en una jornada sobre Turismo y Periodismo cuando me topé en la radio con una tertulia, de las «serias», de las que llenan todos los días horas y horas en cualquier emisora con expertos de todo tipo. Tras informar sobre los datos que dejaba el ya lejano mes de octubre para el turismo español, con 5.000 millones de euros de facturación gracias al turismo extranjero, un 400% más que el mismo mes de 2020, uno de los contertulios, el mismo que había empezado hablando del último choque entre Ayuso y Casado, para al minuto analizar y dar soluciones mágicas para el covid, después repasar la actualidad del Gobierno y terminar metiéndose con el rey emérito, hizo un comentario que me encendió. Los datos turísticos de octubre evidenciaban que España, aún sacudida por la pandemia, comenzaba a levantar el vuelo gracias a uno de sus «motores», el turismo, y todos lo celebrábamos.

Pues bien, este invitado, aprovechando su intervención sobre las protestas de los trabajadores de la industria gaditana que denuncian su situación laboral, y sin que nadie le preguntara, desbarró y soltó aquello a lo que algunos supuestos gurús económicos recurren en cuanto se produce una crisis en España. Así, con contundencia y en un alarde de superioridad y clasismo, afirmó: «los trabajadores gaditanos clamaban en sus protestas que no querían que Cádiz se convirtiera en otro Benidorm», y a continuación repitió el mantra: hay que cambiar el modelo. Sin añadir una sola pista del cómo.

Nadie en la tertulia respiró, la conductora del programa calló, y yo casi solté las manos del volante exclamando: ¡ya estamos! Pero, ¿por qué hay que cambiar un modelo sustentado en el sol y la playa que funciona, pandemias aparte, como un reloj suizo desde finales de los años 70 del siglo XX, y que ha sido imitado por todos los países del mundo que tienen la suerte de poseer recursos maravillosos como los nuestros: buena playas, sol y luz todo el año?

Dos horas después, Jorge Marichal, tinerfeño, presidente de la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos y María José Aguiló, vicepresidenta de la Federación Hotelera de Mallorca, me tranquilizaron. No debo estar tan equivocado. Con argumentos de peso expusieron algo de lo que por estas tierras sabemos bien. El modelo de sol y playa necesita algún retoque para ir evolucionando con los tiempos, por supuesto que lo necesita, pero funciona, y, pese a quien le pese, vencerá al covid, en la Costa Blanca y en la preciosa Cádiz que, tiene guasa, también sustenta su modelo turístico en sus infinitas playas de dunas. ¿Cuántas veces hemos oído hablar sobre la importancia de la especialización para lograr la mayor competitividad en cualquier disciplina? Eso es lo que España ha conseguido en el turismo. Parece mentira que haya que recalcarlo.

Es cierto que a tres años del primer cuarto del siglo XXI, el sector turístico provincial está obligado a buscar visitantes más allá del puerto de Liverpool, que tienen su espacio, pero que, hoy por hoy, ya no garantizan nada en un mercado global cada día más competitivo. Ese turista de perfil económico medio-bajo permitió, que nadie lo olvide, crear uno de los destinos de sol y playa más populares de Europa, pero basado en una premisa que ya no es competitiva. Llenar e, incluso, desviar visitantes a otros establecimientos y destinos costeros cercanos porque se habían vendido más camas de las disponibles. Daba igual. Hubo una época que esta práctica era sinónimo de éxito total pero la tendencia de hoy pasa por desterrarla, y lo cierto es que ya hay cadenas hoteleras que comienzan a aplicar medidas para frenar este turismo masivo y barato para desconcierto, incluso, de sus propios trabajadores.

La apuesta -el caos en el que ha sumido el Gobierno al programa del Imserso ha acelerado el cambio de mentalidad hasta en los empresarios que trabajan este mercado en la temporada baja- debe centrarse ahora en mantener el sol y la playa como atractivos clave pero complementándolos con calidad, con experiencias y atrayendo a turistas que se mueven todo el año porque, y del covid se pueden sacar conclusiones, las grandes concentraciones empiezan a ser tabú y está demostrado que se puede trabajar y ser rentables sin la necesidad de colgar el cartel de completo, una obsesión que hay que descartar porque ya no es sinónimo de éxito y menos en tiempos de pandemia o de este virus que ha llegado para quedarse entre nosotros con sus respectivas mutaciones. Variantes que, por supuesto, no tienen que dejarnos en casa. Ni nuestra mente, ni la economía lo soportarían.

Toca ahora ver qué hacer para que el turismo siga representando el 15% del PIB y el mismo dígito en el mantenimiento del empleo. Los expertos tienen razón al proclamar la importancia de la aplicación de las nuevas tecnologías, pero no es menos cierto que no todo se arregla con contar con infinitivos códigos QR o APPs para disfrutar de la señal wifi gratuita debajo de la sombrilla. Eso está al alcance de todo el que quiera ponerlo en marcha. Algo más hay que ofrecer, y de manera urgente, porque, si buenos son los 2,5 millones de británicos que visitan la Costa Blanca todos los años, excelente sería, por ejemplo, multiplicar por diez los 30.000 austriacos.

Gastronomía, deporte, cultura y compras son ejes sobre los que los expertos creen que debe pilotar el turismo de la próxima década. Correcto, me apunto, pero, para ello no es concebible que en Benidorm se estén sustituyendo, por ejemplo, las tiendas que antaño eran referente de productos de calidad, como las camisas, por comercios «low cost» como los que inundan zonas como el Rincón de Loix. No es bueno tampoco que en Alicante sigamos mezclando churras con merinas, que todo pivote en torno a las hogueras, y falte una estrategia global que evite que al mismo tiempo que se estudia ampliar la lámina de agua para yates en el Puerto, no se haya cerrado el debate sobre la construcción de una especie de gasolinera a menos de un kilómetro.

La provincia ha tenido, tiene y seguro que tendrá las condiciones para albergar ese turismo de buen poder adquisitivo que permita cobrar precios justos, pero para ello falta oferta y calidad y no seguir vendiendo, por ejemplo, los mismos souvenirs cutres de los 80, consentir que las ciudades sigan sucias o que pasear de madrugada por una calle determinada o visitar una zona de ocio concreta suponga un peligro. Si los empresarios y la Administración no se sientan a buscar conjuntamente esas alternativas seguiremos teniendo lo que tenemos, pero, además, con fecha de caducidad. Hace ya casi cuatro años una delegación de hoteleros de Benidorm visitó la zona de Antalya (Turquía) con sus 650 kilómetros de costa y 590 hoteles con más de 300.000 plazas. Muchos de ellos resorts turísticos de cinco estrellas más caros que los de la provincia y que estaban llenos. Algo habrán hecho bien, aunque ahora estén cerrados y sacudidos por la pandemia.

Nosotros, sin embargo, seguimos sin cerrar, por ejemplo, el proyecto para construir un gran Centro de Congresos en el Puerto de Alicante, pese a que haya empezado a tramitarse el cambio de usos del suelo portuario. La provincia lleva años debatiendo, sin fruto, la necesidad de dotar al sector turístico de un gran icono más allá del sol y la playa que se dan por descontados. ¿Gastronomía? Nada que objetar, pero hoy se come bien en todas las ciudades de España. Hasta ahora nadie ha dado con la tecla. Alicante ni es Sevilla, un icono en sí misma, ni tenemos la Alhambra o el Guggenheim, pero algo hay que buscar. ¿Por qué no algo intangible como, y es solo un ejemplo, la Navidad? ¿Por qué no aprovechar el mar para convertirnos en el paraíso de los deportes náuticos los 365 días del año?

Ah, por cierto, la jornada de Turismo y Periodismo tuvo un gran epílogo. Con dos buenos amigos, Paco y Ana, nos tomamos un arroz meloso en un restaurante del Paseo de Colón de Benidorm, que lleva abierto desde 1972. El día era tan luminoso que desde la terraza de la playa de Poniente se veía la costa de Alicante. Fíjense si el sol y playa tiene gancho.

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