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Camilo José Cela Conde

Probabilidades

Un test de detección de la infección por el coronavirus SARS-CoV-2 en una farmacia.

En mi opinión, la gran noticia de los últimos tiempos relacionada con la Covid-19 es la del contagio masivo de los sanitarios de cuidados intensivos del Hospital Regional de Málaga que celebraron la comida navideña en un restaurante de la ciudad. Llama la atención porque están implicados nada menos que 170 profesionales del sector, del todo conscientes del riesgo que supone una reunión así en tiempos de rebrotes en Europa con la muy contagiosa variante ómicron surgiendo por todas partes. Bien es cierto que los participantes en la fiesta tomaron sus precauciones: habían reservado el local completo, estaban vacunados, algunos con la tercera dosis, y por añadidura exigían haberse hecho el test de antígenos porque, como sabían de sobras, la vacuna no impide el contagio; sólo minimiza la gravedad de las dolencias asociadas.

Quizá pueda parecer ese hecho, el de que los asistentes contaban con un test negativo de antígenos y, pese a ello, casi la mitad se contagiaron, el más sorprendente de todos. Pero la explicación aparece en el mismo diario en el que he leído la noticia, aunque en un reportaje distinto: el que relata cómo el ataque por sorpresa de los japoneses a la base hawaiana de Pearl Harbor cambió los procedimientos para detectar y evaluar las amenazas. Porque lo sucedido en aquel domingo de diciembre del año 1944 dejó muy claro que las señales de aproximación de los aviones japoneses se habían desestimado dándolas por falsas.

Se trata en el fondo de un problema estadístico: el de fijar un criterio capaz de desestimar las alarmas falsas sin que se deje de detectar un ataque real. Es necesario para ello establecer un umbral, que tiene sus inconvenientes. Si el criterio es laxo, todos los ataques reales serán descubiertos pero a coste de tener un número importante de falsos positivos que hacen saltar las alarmas. En el caso contrario, se evitarán los sustos injustificados pero también se pasarán ataques reales por alto.

Así me he enterado de que fue un radiólogo, Lee Lusted, quien en 1971 aplicó los criterios militares para estudiar el poder diagnóstico de las radiografías a la hora de detectar la tuberculosis pulmonar. Con los tests de antígenos sucede lo mismo que con las alertas de invasión aérea o los estudios de rayos X: hay que poner un umbral que establezca la mayor o menor exigencia a la hora de establecer positivos, falsos o no. Y parece claro que en el caso que nos ocupa el poder diagnóstico de los test de antígenos es bajo, ya sea por razones inherentes al propio procedimiento o porque queremos evitar falsos positivos y se nos cuelan así infecciones no detectadas. La moraleja parece obvia: tal y como están las cosas, no es cuestión de seguir celebrando fiestas navideñas bajo el amparo de unas garantías que, en realidad, no garantizan nada.

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