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Joaquín Santo Matas

De Irastorza a Munilla

José Ignacio Munilla en una imagen de agosto de 2018.

El próximo 27 de junio se cumplirá el centenario del nombramiento del donostiarra Francisco Javier de Irastorza y Loinaz como obispo de la diócesis de Orihuela. Un siglo después ocupará esta sede episcopal otro prelado nacido en San Sebastián, José Ignacio Munilla Aguirre. A aquel lo sustituiría un nuevo guipuzcoano, en esta ocasión de Hernani, José García Goldáraz que acabará siendo arzobispo de Valladolid.

La poco conocida biografía de monseñor Irastorza es digna de una tesis al haber sorprendentes puntos oscuros que el discurrir de los años no aclaró y que fueron ocultados en unos tiempos de hermetismo informativo, más para con los religiosos de alto rango.

Sabemos que el 24 de septiembre de 1923, meses después de tomar posesión de la sede orcelitana, tuvo que acudir a San Sebastián a declarar sobre un tema de evasión de capitales del que nada más se supo.

En 1935 pidió dispensa al Vaticano para abandonar Orihuela por espacio de dos años a causa de una ‘enfermedad’ cuya curación supo el obispo cuantificar en 24 meses. Dejó como administrador apostólico al granadino de Guadix Juan de Dios Ponce y Pozo, asesinado el 30 de noviembre de 1936 en las afueras de Elche con otros nueve sacerdotes.

En este convulso tiempo tuvo que volver a declarar por otro asunto de fuga de divisas, desplazándose a Gran Bretaña donde pasó refugiado buena parte de la guerra civil.

Acabada esta retornó a Orihuela, pero pronto, tras conmemorar el bicentenario del Seminario Diocesano de San Miguel en 1942, marchó de nuevo a su tierra natal, sin renunciar a la sede episcopal, falleciendo en San Sebastián de una pulmonía el 29 de diciembre de 1943. Sus restos embalsamados sí fueron trasladados a la capital oriolana para recibir sepultura en la capilla catedralicia de Nuestro Padre Jesús ‘El Ahogado’.

No hay más que leer la prensa vasca o el periódico Religión Digital para comprobar lo conflictivo que ha sido el paso de Munilla por la diócesis de San Sebastián donde, tras ser nombrado, el 77% de sus sacerdotes, en un comunicado hecho público, lo rechazó, indicando que su llegada había causado “dolor y profunda inquietud”, amén de lo controvertido de sus opiniones rotundas sobre la homosexualidad, las rupturas matrimoniales, el papel de la mujer en la sociedad y otras cuestiones donde ha llegado a contradecir las propias declaraciones del papa Francisco.

En estos últimos tiempos hemos observado estupefactos que Xavier Novell, el último obispo de Solsona, estricto defensor de terapias de reconversión sexual e independentista, tenía una amante, escritora de novelas eróticas y satánicas, a la que le ha hecho gemelos. Casualmente aquella diócesis fue ocupada por un oriolano, José Bascuñana López, entre 1964 y 1977.

Otro caso sorprendente ha sido el del arzobispo de París, Michel Aupetit, que ha dimitido por una antigua relación amorosa pero ambigua con una mujer, aunque parece que el férreo autoritarismo con sus subordinados haya podido influir más.

Todo ello, unido a los gravísimos casos de pederastia por parte de religiosos, debería poner sobre la mesa de la discusión serena y razonada el tema del celibato opcional, como sucede en las otras confesiones cristianas y en las iglesias católicas de rito oriental, asumible desde el momento en que no es dogma de fe.

Sin salir de la diócesis, cualquier oriolano conocedor de las curiosidades de su ciudad, podrá explicar el por qué existen una plaza y una calle llamadas del Rodeo, junto, qué cosas, a otra vía pública denominada de la Mancebería, muy cerca de la catedral.

La Iglesia necesita huir de corporativismos, hacer autocrítica y, desde luego, atemperar algunas posiciones radicales nada dogmáticas que pueden oscurecer el trabajo de tantos católicos, religiosos y laicos, que hacen una gran labor pastoral y social.

Munilla debería acudir humilde, afable y servicialmente a una tierra cuya idiosincrasia desconoce y en la que nunca ha estado, no para ratificar su aureola de autoritarismo intransigente que encontrará un seguro apoyo de los más conservadores con, por ejemplo, los homosexuales, a los que tilda de enfermos, sino para, sin fijarse solo en el colectivo LGTBI, tender la mano a otros creyentes menos inmovilistas y a gays nada beligerantes, que se va a encontrar en una sociedad alicantina tolerante, abierta y liberal que podría obviarlo porque no creo quiera comulgar con ruedas de molino.

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