Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mercè Marrero.

Detalles

Verónica Forqué

Unas uñas mal pintadas, el resto de un pintalabios en los dientes, la mancha en el jersey o unos zapatos viejos. Un conjunto de pequeños detalles que marcan la percepción que los demás tienen de nosotros. 


He visto algunos de los especiales dedicados a Verónica Forqué. En la mayoría se ha compartido una imagen de la actriz lanzando un beso en la última edición de los premios Goya. Era la primera vez que veía esa instantánea. Ella con los ojos entrecerrados, sonriente, pero con ojos tristes. Pelo corto, grandes aros y uñas rojas. Cortas y a medio pintar. Ese detalle. Siempre me han llamado la atención las manos y su grado de cuidado. Dicen mucho de nosotros y de cómo estamos. Hay gestos, maneras y hábitos que pasan desapercibidos. Si los observásemos con atención, obtendríamos información de la persona. Alguna muy enternecedora.

Las señoras mayores suelen llevarse la palma en ese ámbito. Esas mujeres que se arreglan, usan medias color carne y una rebeca. Que se ponen unas perlas en el cuello y en las orejas, se perfuman y peinan, pero olvidan atusarse la coronilla. Las veo caminar cerca de la iglesia o tomarse un café con leche con las amigas en el bar de la plaza, un domingo por la mañana, con una especie de remolino detrás de la cabeza, una onda inmensa que se abre en su centro y muestra el color blanco de la piel del cráneo. Es como si, al hacernos mayores, no tuviésemos a nadie que nos cubra las espaldas. Un detalle en el que siempre nos fijamos, pero del que pocas veces avisamos es el del resto de pintalabios cremoso color coral en los dientes. Gracias, amigas solidarias, que nos advertís que hemos salido a la calle con unos labios y unos colmillos perfectamente, o no, pintados.

El mundo de los uniformes infantiles no escapa del universo en el que las pequeñas cosas dicen mucho. Veo la fila de alumnos entrando en el colegio, el chico adolescente a quien los pantalones de chándal le quedan a mitad de la pantorrilla y la niña de infantil que lleva una falda un par de tallas más grande. Sé de lo que hablo. Formo parte de ese club de madres que queremos amortizar al máximo las prendas imprescindibles.

En una residencia de mayores, aquellas cosas que se pasan por alto son las que marcan la diferencia. Es fácil saber si una está pisando un lugar en donde se respeta la esencia de la persona o en donde solo se hace negocio con ella. Unas instalaciones bonitas y limpias son básicas, pero lo relevante se ve al observar si las uñas están o no están bien cortadas. Si le han cambiado el paquete a la hora que toca o han decidido apurar una hora más. Si va bien peinada, con ropa planchada y sin agujeros, si sus gafas están limpias, si le han puesto un jersey porque hace frío y unos zapatos adecuados. La cuestión radica en si se tiene claro que la dignidad de una persona se mide en múltiples pequeños gestos. Y la verdadera cuestión radica en que, cuando somos jóvenes, guapos y lozanos nada de eso importa demasiado. Podemos ir con zapatos viejos, una falda raída o un jersey pequeño y estaremos igualmente guapos y lozanos, pero al hacernos mayores el impacto es mayor. Una mancha, un desgaste o un detalle que denote dejadez marca la imagen que proyectamos y la percepción que se tiene de nosotros. ¡Madre mía, lo que da de sí una foto!

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats