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Florentino Regalado Tesoro

La solución de la Vega Baja está en la ingeniería

El río Segura desbordado a su paso por Orihuela en la DANA de 2019

No voy a ser tan iluso para creer que las inundaciones que tienen lugar en la Vega Baja alicantina, cuando se manejan periodos de retornos extremos, puedan solucionarse en su totalidad, pero sí creo que, poniendo los recursos económicos necesarios en manos de la ingeniería, los problemas y daños que generan las mismas pueden paliarse considerablemente y minimizarse al máximo para los periodos de retorno más cortos, no mayores de los cien años. Para que los lectores me entiendan, las inundaciones extraordinarias habrá que capearlas como podamos y las que se producen con mas asiduidad, minimizando con la ingeniería sus efectos para hacerlas asumibles a un coste mínimo, como se ha podido demostrar, por ejemplo, con la presa de Santomera.

Pero que nadie tenga duda alguna: las soluciones tienen que venir de la ingeniería y esto deberían asumirlos los políticos de una vez por todas sino quieren seguir mareando la perdiz con soluciones que nunca se concretan y, por tanto, resultan inútiles para los ciudadanos que habitan el territorio.

Fue la ingeniería la que resolvió el problema de las inundaciones de Valencia desviando el Turia; fue la ingeniería la que ha resuelto las inundaciones catastróficas que sufría la ciudad de Alicante con las magníficas obras de emergencias que se hicieron; fue también la ingeniería la que hizo posible el trasvase Tajo-Segura posibilitando la vida de cien mil familias, creando la huerta de Europa que ahora algunos cainitas quieren destruir; ha sido la ingeniería la que hizo posible la regulación de nuestros ríos con los pantanos vilipendiados estúpidamente por unos ignorantes irresponsables por el hecho de haberse creado en el periodo franquista (si no existieran duele pensar lo que estaría sucediendo en la actualidad en muchas regiones españolas). Ahora, tendrá que ser la ingeniería la que resuelva en la medida de lo posible el problema de la Vega Baja siempre que cuente con el apoyo y la voluntad política necesaria, técnicamente aplicada con realismo, dejando a un lado las utópicas tesis que se derivan de frases políticamente correctísimas.

El profesor Antonio Gil Olcina, en un lúcido y reciente artículo en INFORMACIÓN, define y describe perfectamente la situación de la Vega Baja. El magnífico artículo pone de relieve dos aspectos que considero fundamentales: el primero es que debe ponerse en marcha ya, sin dilación, un plan operativo ¡integral! que contemple en su totalidad lo realmente existente sin concesiones a elucubraciones virtuales, que no tengan en cuenta las particularidades específicas del territorio que permitan seguir viviendo a los ciudadanos que lo habitan con una calidad de vida aceptable y sostenible.

En segundo lugar, tienen que ser ellos y ellas, como mejores conocedores de los problemas que tiene su tierra, los que doten de realismo empírico y constructivo el plan interviniendo activamente en el mismo. Y nosotros podemos añadir que el plan tiene que reducir la vulnerabilidad por encima del maldito análisis coste-beneficio, sobre todo cuando dicho análisis se hace obviando todos los parámetros que tienen que ver con las personas. O mejor aún, ignorándolo olímpicamente como se ha hecho en otras comunidades españolas que prefiero no mencionar.

Dicho plan debe anteponer las personas frente al territorio (respetándolo hasta donde sea posible respetarlo) sobre todo, en la versión utópica que nos ofrece del mismo una ecología sectaria, el medio ambiente y el cambio climático. El cambio climático, una realidad que no cuestionamos, no puede ser la excusa para que se olviden los problemas reales acuciantes que tienen los habitantes y los sacrifique en el presente.

No obstante, la historia nos muestra, como nos apunta Niall Ferguson en su magnífico libro sobre los desastres, que cuando los gobiernos viven convencidos de que se aproxima un apocalipsis, pueden provocar daños y sufrimientos enormes. Si tuviéramos que hacer caso a la ecologista sueca Greta Tumberg o a la congresista americana Alexandria Ocasio, que prácticamente nos auguran el fin del mundo en diez o quince años si no reducimos a cero las emisiones de CO, condenaríamos la Humanidad a morirse de hambre.

Como también nos dice el historiador Niall Ferguson, la realidad de la historia es un proceso demasiado complejo para encajarlo en modelo economista teórico; es más, cuando se hace un modelaje sobre pandemias, cambio climático o degradación ambiental, lo mas seguro es que se deje de estar en lo cierto para caer en lo equivocado con absoluta precisión.

La materialización del plan que solicita el profesor Olcina, necesita de obras grandes, medianas y pequeñas, que solo la ingeniería puede aportar; pero no una ingeniería cualquiera de esas que se hace en los despachos y sobre planos, que nunca reflejan las realidades existentes cuando se opera sobre grandes territorios, con planes teóricos. La ingeniería necesaria debe hacerse a pie de campo, cargada del empirismo de los lugares como bien apunta Olcina. Hay que patearse el territorio, parcela a parcela, acequia a acequia, azarbe a azarbe, recorrer el río Segura de principio a fin, y calle a calle de los pueblos que se inundan. Si el cauce de Segura es insuficiente, habrá que ensancharlo para permitir incrementar su caudal, reforzando sus paredes al ir colgado sobre terreno, y si se necesitan by-pass en aquellas poblaciones donde se estrecha, háganse. Tal y como está el Segura, no admite derivar caudales adicionales. Tendremos que ensanchar y limpiar las acequias, resulta obligado protegerlas en lo posible de los desbordamientos. Basta ir a la Vega y recorrerla andando para percibir el desastre en el que se encuentra su mantenimiento. Habrá que retener, encauzar las aguas que se puedan encauzar, perforar las barreras que crean las obras publicas que están haciendo daños, etc, etc.

El plan, por supuesto, no debe impedir el desarrollo constructivo de la zona. Lo que debe contemplar es cómo debe construirse teniendo en cuenta las inundaciones, con una ingeniería constructiva que haga posible la convivencia con las aguas a un coste mínimo. Caminos para hacerlo hay. Y sabemos cuáles pueden ser. ¿No conviven con el agua los Países Bajos prósperamente?

Salirse de la hoja de ruta que estoy exponiendo, con discursos políticos y ecológicos que a nada práctico conducen, es engañar a las gentes de la Vega Baja. Si no se quiere seguir, pues que no se siga, pero que se les diga claramente a la cara para que se busquen la vida como puedan. Las falsas promesas y esperanza vanas, con estudios y planes que nunca se materializan, deben acabarse de una vez. Repito: la ingeniería a pie de campo es la solución.

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