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Isabel Olmos

Djokovic o el ombligo occidental

Novak Djokovic.

Corro el inmenso riesgo de que, cuando ustedes lean esta columna en el metro camino del trabajo o ante un café humeante, el caso Djokovic haya dado un giro radical, inesperado, y todo se haya solucionado o, casi seguro, empeorado. En cualquier caso, esta columna no va de eso exclusivamente pero sí de algunos comportamientos o posturas que se han visibilizado durante el conflicto y que, entre ustedes y yo, son bastantes sonrojantes.

Por ejemplo, la gran capacidad que tenemos los ciudadanos del primer mundo, con nuestra soberbia habitual, para ir por el resto del planeta exigiendo lo que queremos, como y cuando se nos tiene que complacer, en pro de nuestra ‘libertad’. Cada año, millones de turistas visitan -previo pago de una cantidad nada desdeñable- selvas, desiertos, bosques, pirámides, ríos y glaciares para los cuales han tenido que pasar previamente, en algunos casos, por el servicio de vacunación. Si ustedes acceden a la web de Exteriores del Gobierno de España verán un extenso documento en el que se explica de cuantas enfermedades se aconseja vacunarse si van a hacer turismo, deporte o lo que sea en un montón de países, ya sea por la fiebre amarilla, la malaria o el paludismo.

Por ejemplo, pongamos un caso: usted se va a China a practicar tai-chi, pues el ministerio le recomienda (no obliga, pero recomienda) vacunarse contra algunas de estas enfermedades si no quiere correr el riesgo de caer esclavo de tremendos dolores gastrointestinales. Lo mismo que si usted se va a Nepal a meditar. Las condiciones sanitarias y la falta de recursos para garantizar unos buenos controles higiénicos que soportan a diario la población local sugieren un pinchazo al occidental blanco acaudalado para no acabar deshidratado de tanto ir al baño. O, mire por donde, si el destino es Arabia Saudí sepa que el paludismo es una amenaza real, (que no Real). Y así, un largo listado.

Por eso, me sorprende cuando veo a mucha gente que ha viajado por el mundo y ha estado dispuesta a protegerse de cualquier virus o infección, revolverse airada ahora con el tema de la Covid. Aunque sea por coherencia, lo que he hecho (vacunarme) como turista privilegiado del primer mundo dispuesto a gastarme una pasta en billetes y hoteles solo para no ponerme enfermo debería hacerlo para, encima, no contribuir a una crisis sanitaria global, ¿no? Tampoco sé lo que lleva la vacuna contra la malaria, lo confieso, pero la aconsejan para hacer un safari fotográfico.

Además, hay que añadir que si nuestro sistema de salud del estado del bienestar ha colapsado por esta epidemia histórica, imaginen ustedes las estructuras sanitarias de muchos países del planeta, mucho más precarias, pobres, carentes de todo, donde no se pueden permitir asumir una tromba de casos porque sus ciudadanos, simplemente, fallecen sin alternativa. Si vamos a verles, al menos no contribuyamos a empeorar su situación, pienso. Quizás por esto algunos de estos países lo han puesto obligatorio. Pero es más fácil pensar que la decisión va ‘contra mí’ que no ‘en favor de todos’, así puedo continuar hablando de libertad, entendida en hacer lo que yo quiero, como yo quiero y cuando yo quiero sin entender que, en el fondo, todos estamos en el mismo barco.

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