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Javier Cuervo

Balada guantanamera

Archivo - Imagen de archivo del centro de detención de Guantánamo.

La prisión de la base militar de Guantánamo, en el sureste de Cuba, fue creada como un espejo de la destrucción terrorista de las Torres Gemelas, en el sur de Manhattan. A la desolación humana y material del World Trade Center Estados Unidos respondió con la desolación humana y moral de la prisión a la que arrojaron a los sospechosos de relación con el atentado emblemático del siglo XXI. Acción, los aviones como cimitarras; reacción, la prisión como cámara de tortura. Con optimismo americano, el presidente al mando, George W. Bush, definió el centro como “lo peor de los peor”. Lo pésimo era óptimo. El diseño de la infamia para el presidente mentecato fue obra del vicepresidente Dick Cheney cuyo nombre irá unido a la expresión “técnicas de interrogatorio mejoradas”, eufemismo de “torturas” templado en acero inoxidable.

Hace 20 años que llegó la carga militar vestida de butano de los 20 primeros presos, reclutados para un experimento de bucanerismo legal que hacía de la cola de Cuba una isla de la Tortuga sin garantías ni respeto de los derechos humanos. Una demostración imperial para el mundo de la finura del glaseado de acuerdo mínimo llamado “universal” que endulza la realidad cruda en pudrimiento.

Veinte años después ha terminado la guerra subcontratada contra el terror en la que, Irak y muertos aparte, falló hasta el catering y resultó herida grave la libertad de expresión; aseguran haber matado y tirado al mar los restos de Bin Laden, el enemigo carismático; han regresado las últimas tropas y mandos de la ineficaz invasión de Afganistán y Cheney, el buitre de los halcones, espera el sexto infarto jubilado de los consejos de administración a los que le llevó la puerta giratoria. Veinte años después, de los 638 presos que llegó a albergar, aún permanecen 39, de los que 29 carecen de acusación, lo que les impide tener de qué defenderse. De la tendencia a lo malo, se ha rectificado poco y se ha profundizado algo. Aceptada la declaración universal de inhumanidad, nos queda que nos lo cuente Hollywood para saber qué creer y cómo.

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